MESA 3:
En Chicote un agasajo
postinero.
Encuentro con la
escritora María Pilar Queralt del Hierro.
Modera: Carolina
Molina
Carolina Molina, presidenta de la Asociación Verde Viento,
nos presenta a María Pilar Queralt del Hierro, escritora e historiadora, que
nos va a hablar sobre Chicote.
Esta escritora es casi la «madrina» de estas jornadas,
porque creyó en el proyecto desde el primer momento, y animó a llevarlo
adelante. Considera que la Historia hay que acercarla a las personas y para
ello son un buen medio la novela histórica y el ensayo divulgativo.
Esta tarde nos ha hablado sobre Chicote, no el cocinero, a
pesar de Google, Perico Chicote, que marcó una época y forma parte de la
historia de Madrid, como ya lo nombrase Agustín Lara en su chotis Madrid,
Madrid, Madrid: «En Chicote un agasajo postinero», que da título a esta
conferencia.
Chicote era, en plena Gran Vía, un reducto de libertad en un
Madrid con heridas abiertas, una nota de color en la durísima posguerra. Porque
su dueño, supo capear lo político e ideológico, para mantener su local en la
cresta de la ola y, con sus contactos, tener acceso a las bebidas de
importación que no se podían encontrar en casi ningún lugar de España.
Pero ¿cómo empezó su andadura? Huérfano de padre, con muy
pocos años, vendía aguardiente a los trabajadores en el mercado de los
Mostenses. Alternó el trabajo de camarero con el reparto de telegramas. Uno de
esos telegramas, le llevó al hotel Ritz, enterándose de que el puesto de
ayudante de barman estaba vacante. Falseando un título que no tenía y con su
simpatía y su sonrisa, consiguió convencer al jefe, que le contrató. Y allí
empezó su historia, porque siempre supo rodearse de personas que luego le
sirviesen a sus fines. Lo que hoy llamamos «medrar».
En 1921 fue llamado a filas para ir a la guerra de África y,
a su vuelta, se encontró sin trabajo, pero pronto le contrataron en el Palacio
de Hielo, muy de moda, que era frecuentado, incluso por la reina. De ahí, al
hotel Savoy. Chicote ya se iba haciendo un nombre.
Como barman del moderno American Bar Pidoux, en el que los
clientes se podían sentar alrededor de la barra y se servían unos cócteles
exquisitos, fue creciendo su clientela y no tuvo ningún problema en llevársela
a su propio negocio cuando, en 1931, inauguró el Bar Chicote, en plena Gran
Vía.
Con una decoración muy cuidada, la élite madrileña alternaba
en Chicote, recién estrenada la República. En declaraciones a la revista
Esfera, el propio Chicote contaba que para tener éxito era importante la
simpatía, ser generoso, estar al día, saber conversar y conocer la actualidad.
Las bebidas, eran secundarias. Así consiguió una clientela fiel.
Durante la Guerra Civil, el local fue incautado por la CNT.
Chicote estaba en Londres y entró en España directo a San Sebastián, donde
llegó a fundar un nuevo bar, en plena guerra.
Al finalizar esta, supo ponerse del lado de los vencedores y
atrajo a un público selecto que podía pagar tres pesetas por un combinado, una
pequeña fortuna.
Fue lugar de encuentro de actividades muy sospechosas, como
el tráfico de penicilina; de prostitución, aunque las famosas «chicas Chicote»
nunca existieron; de historias de amor como la de la actriz Lupe Sino y el
torero Manolete o la de Ava Gardner y Dominguín. En su interior se mezclaban
toreros, folclóricas, artistas de Hollyvood, aristocracia y alta burguesía.
Chicote comenzó a coleccionar botellas el día que, en 1917,
en el hotel Ritz, el embajador de Brasil le regaló una botella de Cachasa.
Cuando en 1940 inaugura su museo, tiene una botella de vodka propiedad del
último zar, un vino holandés de 1575, licores de Filipinas cuando era colonia española…,
tanto es así que Aristóteles Onassis se lo quiso comprar, en 1958, por treinta
millones de pesetas, y Chicote no vendió.
En la década de los setenta, fue sobreviviendo a la
modernidad. Los nuevos modelos de hostelería le dejaban anclado en el pasado.
Como curiosidad, en 1934 le fue concedida la explotación del
bar del Congreso y la mantuvo hasta la transición.
El día de Navidad de 1977, murió Perico Chicote. Quiso el
destino que su muerte coincidiese con la de Charles Chaplin, Charlot, por lo
que pasó desapercibida en los periódicos madrileños. Estábamos en plena
Transición y los que habían tenido éxito durante la dictadura, no estaban «bien
vistos».
Su museo fue comprado por la familia Ruíz Mateos que lo
subastó. Nunca se supo quién lo había comprado. En 1998 apareció en un almacén
de las Rozas, aunque de las veinte mil botellas, solo se encontraron la mitad,
y se reabrió en el mismo lugar en el que se hiciera famoso.
Según María Pilar Queralt, Perico Chicote era una persona
abierta, simpática, con un carisma especial, buena planta y mucho don de
gentes. Tenía una presencia que imponía y era muy listo y muy inteligente.
«Una cápsula del tiempo en la historia de Madrid. Un templo
cuya barra es el altar y sus cócteles, los dioses»
Almudena Gutiérrez |
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