miércoles, 29 de abril de 2020

Nunca fuimos héroes de Fernando Benzo





Sinopsis:

Gabo es un comisario de policía retirado que ha dedicado toda su carrera a la lucha contra el terrorismo. Harri es un terrorista que ha pasado los últimos veinte años en Colombia tras conseguir escapar de numerosos intentos de captura.

Cuando los servicios de inteligencia españoles descubren que Harri ha vuelto a Madrid, el comisario general de Información le pide a su antiguo amigo y subordinado, Gabo, que averigüe extraoficialmente el motivo de su regreso. Aunque se había prometido mantenerse alejado de su antigua vida, la vieja fijación por detener a Harri y saldar cuentas pendientes arrastra a Gabo a iniciar una investigación en la que se cruzará con las redes internacionales de narcotráfico, el crimen organizado, el yihadismo y el oscuro mundo de los confidentes.

El policía, atrapado en una vigilancia obsesiva, establecerá una perturbadora relación personal con el terrorista que le hará revivir un pasado que ha luchado por olvidar. Las viejas heridas se reabrirán. La frustración de los atentados, la tensión de las operaciones, los compañeros que quedaron en el camino, los años de la guerra sucia y una historia de amor nunca olvidada regresarán a su memoria.
Una joven inspectora de Estupefacientes, Estela, ayudará a Gabo en su búsqueda, conscientes de que se les está agotando el tiempo para impedir que Harri cometa un nuevo crimen.

Nunca fuimos héroes es una apasionante novela policíaca de ritmo e intriga creciente, un emocionante recorrido por nuestro pasado más doloroso y una reflexión profunda y conmovedora de los últimos cuarenta años de la historia de España.

El autor:

(Madrid, 1965). Desde que a los 23 años publicara Los años felices (Premio Castilla-La Mancha), no ha dejado de escribir. Durante algunos años se centró en el relato. Tras recibir numerosos premios, sus principales cuentos quedaron reunidos en el libro Diez cuentos tristes. Regresó a la novela con Mary Lou y la vida cómoda (Premio Kutxa – Ciudad de Irún) y desde entonces ha publicado La traición de las sirenas, Después de la lluvia (Premio Ciudad de Majadahonda), Los náufragos de la Plaza Mayor, Nunca repetiré tu nombre y Las cenizas de la inocencia. En los últimos años se ha dedicado a la gestión cultural pública y ha sido subsecretario de Educación, Cultura y Deporte y secretario de Estado de Cultura. Nunca fuimos héroes fusiona su pasión por la novela policiaca con sus experiencias y conocimientos de la lucha antiterrorista, en una mezcla inseparable de ficción y realidad.

Mi opinión:

A pesar del tema de la novela, la historia de un policía retirado que ha vivido en activo lo más crudo de la lucha contra ETA en el País Vasco, es un thriller, que va alternando la investigación que lleva a cabo Gabo, en la actualidad, con sus recuerdos.

Pero no estamos ante una historia más sobre el tema, porque no es tanto el relato de unos acontecimientos cercanos, sino los sentimientos de sus protagonistas, el compañerismo, el amor, el odio, el miedo, la frustración, la venganza, la envidia, la amistad.

Una novela dura, difícil de leer, con una mezcla de realidad y ficción tan bien creada que es difícil de distinguir, en la que se nos plantean situaciones tan complicadas que marcarán a sus protagonistas para toda la vida. La lealtad enfrentada a la culpabilidad, el deber enfrentado al miedo.

El perfil de los personajes, sobre todo de Gabo, es magnífico, conseguimos conocer hasta sus más íntimos pensamientos.

Tampoco deja de lado el terrorismo yihadista, las conexiones entre el terrorismo internacional y el terrorismo de Estado.

Consigue una historia sólida, con varios giros muy buenos. Según se va «agotando» la narración de los recuerdos de Gabo, va creciendo la intensidad de la trama policiaca, cerrando con un buen final.

Es una novela muy interesante. Merece la pena.


Almudena Gutiérrez






lunes, 27 de abril de 2020

«… No te rindas por favor, no cedas…»



 

No puedo dormir. Doy vueltas en la cama. Miro el reloj, son casi las cinco de la mañana, me levanto, salgo al pasillo y no enciendo la luz. Voy a la cocina, y me doy cuenta de que estoy andando de puntillas. Todo lo hago sin hacer ruido, como si temiese despertar a Marga, y Marga no está desde hace dieciséis días.

Trampas, me sigue sigiloso a todas partes, como si comprendiese lo que está pasando.

Enciendo la luz de la cocina, abro la puerta del armario que está al lado del escobero, y lo hago de la manera más silenciosa posible. La costumbre, supongo. Cojo una taza y un plato, los pongo sobre la mesa. Hoy he estado más atento y no he puesto dos platos y dos tazas. La tetera está encima del escurridor. El grifo lo abro con suavidad, poco a poco lleno la tetera de cristal sólo hasta la mitad. Marga siempre me dice que si la lleno demasiado el té no sabe a nada. Corto una rodaja de limón. Yo, antes lo tomaba con leche, con una nube de leche. Cuece el agua, pongo una cucharada de té verde en el infusor, y tapo la tetera.

Son las cinco y veinte de la madrugada, aún no ha amanecido. Me asomo a la ventana, hace una temperatura muy agradable. Las luces del parque que hay debajo de casa están encendidas. Me quedo mirando a ningún sitio… Doy un sorbo, sin prisa, y me acuerdo de Marga… Bueno, me acuerdo de ella a cada segundo.

Trampas, me trae la correa en la boca. Me agacho, y se la pongo, y salgo con él a dar un paseo por ese parque que le encanta.

Me despierto tranquila, y no abro los ojos. He tenido un sueño fantástico, esperanzador, y no quiero que termine. Me encanta cuando me despierto así, y soy capaz de seguir soñando lo mismo que hace un segundo soñaba dormida. Puedo, de algún modo, controlar mi sueño como si fuera una película. No siempre lo consigo, claro, pero hoy sí. Estoy a gusto, y continúo soñando…

Veo a Kike. Se levanta sigiloso como siempre hace para no despertarme. Es un experto en eso de no hacer ruido. Se mueve con la suavidad de un bailarín haciendo puntas, ligero como una pluma. Va a la cocina, y abre el armario, saca una taza, y la deja sobre la mesa, sin hacer ruido, como si fuese Tom Cruise en Misión Imposible. Tom Cruise no me mueve el alma, Kike, sí. Abre el grifo, y llena la tetera de cristal, y se da cuenta de que la ha llenado demasiado. Hace un gesto divertido con la boca, y quita parte del agua… Se asoma a la ventana. Todo es oscuridad, menos el parque que está ligeramente iluminado. A veces, a esas horas tan tempranas, sacamos a Trampas a dar un paseo por ese parque silencioso, y acogedor.

Alguien entra a la habitación. Abro los ojos. Se acabó el sueño maravilloso. Comienza el desasosiego, la pesadilla. Es la doctora Herrera, la reconozco a pesar de la mascarilla. Sus ojos, a veces muy cansados, pero siempre vivos, ahora tienen una luz especial, chispas de alegría, pienso. Se acerca y me dice: estás curada, Marga. Has dado negativo en la última prueba. Sonrío, y tengo unas terribles ganas de llorar, pero no sé por qué, me contengo. Gracias, doctora. Marga, has sido una paciente estupenda, y muy valiente.

Trampas, deja de olisquear, y se acerca a mí. inquieto. Me mira con atención, levanta las orejas como si estuviese esperando algo muy importante. Suena mi móvil… Es Marga.

Mientras la escucho, me entran ganas de llorar, y no puedo contenerme.
Rafael Herrero Martínez











lunes, 20 de abril de 2020

Síndrome de Estocolmo de Mónica Rouanet


Hemos elegido este relato porque queremos felicitar desde aquí a su autora, Mónica Rouanet, que hoy cumple 50 años.
Escritora amiga de esta revista, siempre dispuesta a colaborar con nosotros, decidió publicar cada día un relato sobre este confinamiento. 
Los podéis encontrar todos en su blog, merece la pena leerlos. Además, los están emitiendo en cadena Dial con la voz de Carmen Ramírez.



SÍNDROME DE ESTOCOLMO
Papá no quiere que esto acabe.

Bueno, sí.

Quiere que acabe el Coronavirus y toda esa mierda. Lo que no quiere es volver a su vida de antes, al mundo de antes. Se lo dice a mamá justo después de que el presidente explique por la tele que ya queda menos para levantar el confinamiento.

—Pues yo necesito volver a la normalidad —le dice ella cuando cada uno retomamos nuestra tarea.

—A mí me gusta mucho más esto que la normalidad —responde papá.

—¡No sé cómo puedes decir eso! Pero no te preocupes, el mundo con el que nos vamos a encontrar no se parecerá en nada al que dejamos antes de la pandemia.

—¡Ojalá tengas razón! Aunque intuyo que va a ser mucho peor —dice papá.

Durante un rato largo guardan silencio. Seguro que se han centrado en las pantallas de sus ordenadores, desde las que teletrabajan todos los días. Me concentro en la mía; mis clases de bachillerato son ahora online. Ellos trabajan desde el salón, cada uno en un extremo. Yo desde mi habitación. Con la puerta abierta me entero de todo.

—¿De verdad que no te apetece volver a salir, aunque sea para ir a la oficina? ¿Ni jugar tus partidos de pádel? ¿Ni tomar algo con los amigos? —interrumpe mamá diez minutos después.

Escucho un crujido en la silla de papá. Sé que ha dejado de prestar atención al portátil y se ha recostado sobre el respaldo de su asiento.

—No es eso —responde al fin—. No me apetece malgastar cada día dos horas en un atasco de coches caros y enormes, ocupados, en su mayoría, por un único viajero. No quiero contribuir a vestir de nuevo la ciudad con una repugnante boina negra que, a su vez, provoca que no podamos entrar con esos cochazos que no necesitamos, pero que justificamos de manera enfermiza, al centro de las ciudades donde ambicionamos mostrarlos a los demás y decir ¡Eh! ¡Mira qué cochazo tengo! ¡Soy superior a ti! No quiero compartir caras de lástima, o de sorna, con mis compañeros y jefes cuando alguno de los nuevos se atreva a confesar que viene en transporte público. Ni quiero ver cómo comienzan, cómo comenzamos, a relegarlo, como si fuera un perdedor por no llevar un cochazo enorme que no necesita.

—Esto nos ha cambiado, ya no será así.

—¿Qué no? Te recuerdo que hace dos días me tocó ir al súper y que, a la salida, encontré decenas de guantes desechables usados esparcidos por el suelo. Había tantos que los vecinos de las viviendas cercanas han tenido que colocar un cartel pidiendo que los tiren a las papeleras o a la basura de sus casas. Pero no, a la gente le da igual. Ande yo caliente…

—Bueno, pero tendrás que trabajar. No vamos a vivir del aire

—Sí, lo sé, pero al menos desde aquí no tengo que soportar la prepotencia de los que miran, de los que miramos, por encima del hombro a esos que consideramos por debajo de nosotros porque sus funciones laborales, a pesar de ser imprescindibles, no van asociadas a una alta remuneración. ¿De verdad nuestros trabajos son indispensables para la vida? No, no lo son. Son esenciales para potenciar ese consumismo malsano que nos devora por dentro y nos excluye de esta sociedad enferma si no lo cumplimos a rajatabla. El mundo da prioridad a los que más tienen, a los que más tenemos, a costa del bien común. Es asqueroso. Salimos a aplaudir cada tarde a esa gente que se deja la vida en trabajos considerados no productivos. Los tratamos como héroes, pero en el fondo estamos deseando que vuelvan a ocupar su lugar de mierda en esta sociedad dominada por los que producimos o distribuimos productos innecesarios.

—Cariño, ¿te estás oyendo? Mira a tu alrededor.

—Si por eso lo digo, porque lo sé bien. No me gustaba mi yo anterior y es a ese al que no quiero volver. ¿Recuerdas la última pala que me compré para mi partido semanal de pádel? Una pala que cuesta más de lo que esas limpiadoras a las que aplaudes gana en un mes. ¿O es que solo aplaudes a los médicos? No, ¿verdad? ¿Necesito esa pala?¿La necesito? ¿Acaso no me sirven las otras tres que tengo? ¡Tres! ¡Ni que fuera el campeón del mundo de pádel! No, tan solo soy un tipo que juega con sus amigos dos tardes a la semana. Dos tardes. Tanto dinero para dos tardes… Ahora no le puedo enseñar a nadie esa pala. Ni las zapatillas último modelo que tampoco necesitaba. Con otras bastante más baratas hubiera jugado igual de bien.

—Ay, cariño, me estás preocupando. No digas esas barbaridades. ¿Es que no echas de menos a tus amigos?

—A mis amigos de verdad los sigo teniendo ahora. Y sí, me gustaría poder abrazarlos, tomarme algo con ellos, reírnos cara a cara. Pero me he dado cuenta de que son pocos. Tengo muchos conocidos y ningunas ganas de recuperar esa afinidad ficticia que disfrazábamos de amistad. Ni a ellos les interesaba realmente mi vida ni a mí la suya. Tan solo nos tanteábamos los unos a los otros para retarnos en la obtención de ese estatus de privilegiados. No quiero volver a envidiar lo que otros tienen y menospreciar a los que no pueden conseguirlo. No quiero volver a ese mundo. Me gusto mucho más en este. El mundo está enfermo, y no solo de coronavirus.

—Tú lo que tienes es Síndrome de Estocolmo. No te preocupes, mi vida. En cuanto pase todo esto iremos a los mejores psicólogos, cuesten lo que cuesten. Conseguiremos que se te olviden esas ideas locas. Y luego nos marcharemos de viaje, a donde quieras. Y nos alojaremos en el mejor hotel.

Papá se calla. Enseguida oigo que vuelve a teclear en su portátil.

No puedo evitarlo, yo también prefiero su yo de ahora. El de antes me gustaba muy poco. Tal vez fue por eso que me decidí a intercambiar los libros de nuestras mesitas de noche: Mi Algo va mal, de Tony Judt por su Cómo mentir con estadísticas, de Darrell Huff.

Lo de forrar los libros con papel de periódico para no estropear las portadas mientras los leemos me está siendo muy útil.

Audio del relato.

Página de la autora con su biografía y sus obras: https://monicarouanet.com/






lunes, 13 de abril de 2020

«El mensaje» de Isabel Martínez Barquero



Tras un largo viaje, regresé a mi casa sobre el mediodía. Estaba agotada tras tantos días fuera, exhausta hasta para tomarme cualquier lata que encontrara por los armarios de la cocina. Prefería dormir y evadirme del mundo por unas horas.

Entraba en las nebulosas del sueño cuando escuché el inoportuno timbre del teléfono. Lo dejé sonar una vez y otra hasta que enmudeció derrotado. Tras unos minutos en los que conseguí volver a relajarme, reaparecieron los tonos insistentes del intempestivo aparato. Me levanté de mala gana, maldiciendo medio dormida, dispuesta a cubrir de atenciones a la voz urgente que me esperaba al otro lado de los cables, a una voz no convocada por mi deseo y que, sin contemplaciones de ningún tipo, inquietaba mi descanso sin misericordia y requería ser escuchada sin dilación.
Era mi madre. Quería que me fuera al pueblo para el fin de semana. Me decía que, allí, no estaría tan sola como en la ciudad.
—Estos aires te sentarán de maravilla —agregó como argumento indiscutible.
Con las mejores palabras, me negué, pues tenía muchas cosas pendientes: faenas pequeñas y sin brillo pero necesarias, quehaceres que se van dejando de un día para otro, menudencias varias donde se impone el llamamiento a la disciplina. Es precisa una fuerte determinación de la voluntad para ejecutar tales minucias y que no nos asfixien.
No sé la causa por la que pudo ocurrir, pero mi madre se enfadó y se despidió muy agraviada. Colgué el auricular y me sentí invadida por una extraña sensación de culpa, sin motivo tal vez, pero el remordimiento me había apresado y me taladraba las entrañas sin misericordia. Los molestos escrúpulos no eran debidos a mis palabras anteriores con mi madre —en todo momento correctas— ni a mi decisión de permanecer en la ciudad tras el largo viaje del que había regresado hacía tan poco. No sé... En ocasiones, los padres nos infunden sentimientos negativos sin razón, y para ello se valen de su posición privilegiada en la escala de nuestros afectos. Si cuando éramos pequeños los chantajeábamos con nuestros llantos para conseguir nuestros propósitos, al hacernos adultos son ellos —sin reconocer que somos seres totalmente libres e independientes— los que nos intentan atraer con ridículos pucheros infantiles.
Para librarme del calor y de la culpa infundada que me había colonizado el ánimo y espantado al sueño, me preparé un baño. Mientras se llenaba la bañera, comprobé que mi reloj se había parado a las cuatro y cinco en punto. Me extrañó, ya que hacía un par de semanas que el relojero le había colocado una pila nueva. En el agua, empecé un monólogo sin ilación, solo por el placer de puntuar. Me atasqué en el momento en que dudaba si correspondía o no punto y aparte. Imaginé que llamara el cobrador de la luz o una pareja de apóstoles de los testigos de Jehová: habría diálogo —por mínimo que fuera— y se eclipsaría lo íntimo del monólogo, pero no cesaría de transcurrir el pensamiento. Concluí que todo este galimatías me daba igual, que no conviene sistematizar en exceso, pues conduce a la pobreza del espíritu, débil maniatado que se aburre entre las reglas que lo encauzan. Como traductora que soy, sé que no existe nada espontáneo ni ordenado de antemano. Todo consiste en palabras, las chispas del pensamiento. Todo es contradicción y círculo sin fin.
El timbre del teléfono me sobresaltó de nuevo y me obligó a salir de la bañera disparada.
—¿Sí, quién es?
—Soy yo, Catalina.
—¿Otra vez tú, mamá?
—¿Cómo que otra vez?
—¡Si hemos hablado hace unos minutos!
—Eso no es cierto, pero escucha, es importante. Tu padre, tu padre... —Y no pudo seguir con la noticia luctuosa porque empezó a llorar.
Petrificada por el dolor, comprendí lo que quería decirme.
—Enseguida salgo para el pueblo, ahora mismo. En menos de dos horas, estoy allí. Y no te apures, mamá, no te agobies. Tómate una tila inmediatamente y llama a algún vecino. Cuando llegue, yo me encargaré de todo —contesté muy nerviosa.
Con dolor, rabia, tristeza y miedo, salí de mi casa con lo imprescindible, lo justo que mi inquietud consiguió meter en un bolso de viaje, aturdida por la tragedia que se había cernido sobre mi familia. En la escalera, verifiqué la parada de mi reloj en las cuatro y cinco de la tarde, el reloj al que tanto cariño le tengo y del que nunca me separo.
Al día siguiente, enterramos a mi padre en el recoleto cementerio del pueblo. Su corazón había enmudecido a las cuatro y cinco en punto de la tarde anterior, la hora que quedó reflejada en el reloj que él me había regalado un año atrás.
Lo que nunca enterraré será la duda sobre quién llamó por teléfono por primera vez mientras dormía la siesta la tarde de su muerte. ¿Quién me rogó que fuera al pueblo bajo la apariencia de la voz de mi madre? Ni como traductora he conseguido descifrar el doble mensaje: el de la parada del reloj y el del duende del teléfono. A veces, me inclino por la idea de que soñé la primera de las conversaciones; pero mi reloj ha sido intensamente revisado, sin que se le halle rotura que justifique su parada a las cuatro y cinco.
(Relato perteneciente al libro Linaje oscuro)





martes, 7 de abril de 2020

Brianda: una bruja en tiempos de la Inquisición




En el verano de 1610, bajo el aplastante sol de agosto, nace una niña en una pequeña aldea de Toledo. Sus padres y la partera enseguida se dan cuenta de que algo extraordinario sucede en torno a esa criatura, algo que acabará marcando su vida y la de quienes la rodean.
Esta novela constituye toda una aventura en la fascinante España de Siglo de Oro, una época dominada por la sombra del Tribunal del Santo Oficio, pero a la vez pletórica de la luz que representó nuestra mejor época de la literatura.

Bienvenido a la historia de Brianda, una bruja en tiempos de la Inquisición.

La autora:

Mayte Esteban (Guadalajara, 1970). Graduada en 1994 en Geografía e Historia por la Universidad de Alcalá de Henares. Su primera incursión en el mundo literario llega en 2008 con el Certamen de Cuentos y Narraciones Breves Ciudad de Cantalejo, donde obtuvo el segundo premio con el relato La vida en papel. Al año siguiente ganó el certamen con el relato El reflejo, basado en la pintura de Velázquez La Venus del espejo. En 2010, autoeditó sus dos primeras novelas escritas Su chico de alquiler y La arena del reloj, y tras la irrupción de Amazon en España publicó también la novela juvenil El medallón de la magia en dicha plataforma. Su siguiente novela Detrás del cristal fue editada y publicada por Ediciones B-Vergara tras el éxito de público y ventas obtenido en Amazon. Fue reconocida con el Premio RNR a la mejor novela sentimental 2013 y nominada a los premios DAMA 2014. En diciembre de 2014, vio la luz Brianda, el origen del medallón, novela publicada en Amazon, que da por finalizada la bilogía fantástica empezada en con El medallón de la magia.
La chica de las fotos, su sexta novela ha sido editada y publicada por Editorial Harper Collins Ibérica y ha sido finalista en el premio internacional de novela HQÑ 2015.
En 2017 publica Entre puntos suspensivos (HQÑ) y La arquitectura de los sueños.
En 2018, Oasis de arena, después de haberlo publicado por capítulos en su blog El espejo de la entrada.
El pasado mes de septiembre publicó  su última novela La colina del almendro (HQÑ)


Mi opinión:

Esta obra que Mayte Esteban ha tenido la valentía de lanzar al mercado en estos tiempos tan extraños que nos están tocando vivir, no es una historia nueva para mí, ya que ha revisado y unido dos novelas publicadas hace años: El medallón de la magia y Brianda, el origen del medallón.

Como os digo, ha revisado los textos, mucho, ya que es una autora muy concienzuda y los ha fusionado maravillosamente.

Amanda y Alonso nos trasladarán, a través de la lectura de un manuscrito, al siglo XVII, en el que vivió la antepasada de Amanda, Brianda.

Una ficción histórica, en la que veremos crecer a todos los personajes, con una ambientación muy lograda que se convertirá en una protagonista más de la lectura. Paseando por una aldea castellana, por Madrid y por Toledo, percibiremos los olores, la pobreza y la suciedad de la época. De fondo, los horrores de la Inquisición, el miedo, las torturas, las falsas acusaciones y los abusos de poder.

Conoceremos las vidas de cada uno de los protagonistas y cómo se van entrelazando, haciéndonos sentir el odio, la venganza, el desamor, los celos, la ignorancia del pueblo y, sobre todo, el amor.

Muy bien documentada, muestra la religión de la época, un mercado medieval, el incendio de la catedral de Toledo o la visita a un corral de comedias en Madrid, pero todo perfectamente hilvanado para que sea una lectura muy amena.

Por último, ha enlazado lo que en su día fue una novela independiente, El medallón de la magia. Cuando Alonso y Amanda acaban de leer el manuscrito, Amanda recuerda su propia historia.

También muy cuidadas las voces, tan diferentes cuando se narran los acontecimientos del siglo XVII, del manuscrito con la historia de Brianda, y el cambio a la narración actual, la que cuenta la historia de Amanda.

Es, en resumen, una novela preciosa, que merece una nueva oportunidad.

Disponible en Amazon https://rxe.me/M742H6

Almudena Gutiérrez


lunes, 6 de abril de 2020

Un bonito sueño




Con pasos lentos entré en aquel libro mágico, me hablaba y sin yo saberlo todo empezó a ocurrir.

La segunda página cobraba vida y allí estaba yo para poner el sol en la tierra, que maravillosa sensación, no me lo podía creer.

Anduve deslizando aquellos pequeños pasos, contemplando las letras que me sugerían llegar a la página siete. Impresionada me vi creando las olas del mar, antes de que los niños llegaran. Lo estaba haciendo, no entendía ese poder que manaba de mis manos.

Con el corazón acelerado empecé a recorrer nuevas páginas, estaba ante la número veintisiete, mis ojos se cerraron, un impulso interior salía a la luz, de mi vista nublada por la alegría, goteaban hilos de paz para bordar los corazones de todo ser vivo.

No quería salir de aquel libro, pero mis piernas continuaban por los senderos de las palabras.

Llegué a la página treinta, apenas quedaban cinco más. Un gran pozo dorado se dibuja ante mis ojos, el borde se asemejaba a ladrillos de cuentos entrelazados. Me asomé curiosa, estaba repleto de cartas con dirección al cielo, me pasé horas llevándolas para no romper ningún corazón.

Me sentí agotada, pero mis pasos me llevaron a la última página. Allí me encontré una llave, no sabía muy bien que hacer con ella. Empezó a girar entre mis manos, y de pronto se detuvo. Era la llave de tu casa, a ti que me estás leyendo. Te la entrego para que guardes nuestra amistad, te la entrego con respeto, porque es tuya, solo tú sabes a quien invitar en el seno de tu hogar, porque en tu estantería si te fijas bien, puede que también esté, el libro mágico de tus bellos sueños.

M Victoria Peset.



jueves, 2 de abril de 2020

El Heredero de Rafael Tarradas Bultó


Un majestuoso landó avanza en dirección a la imponente finca de los Marqués. Con tan solo siete años, la pequeña Josefa entra a trabajar como sirvienta en la casa, incapaz de imaginar cómo su presencia cambiará para siempre la historia de dos poderosas familias.

Treinta años más tarde los Marqués se ven abocados a huir de su casa y abandonar su más que acomodada posición social. No serán los únicos, pues los Sagnier habrán de exiliarse y otros, como Antonio, pobre pero idealista, intentará dar un giro a la sociedad. Todos ellos, defendiendo sus ideales, son ajenos al caprichoso destino que los une mediante un poderoso lazo y un asombroso secreto.

Barcelona, San Sebastián, Madrid, Gijón, o Teruel son los escenarios de esta fascinante historia de amor, coraje, lealtad y traición, basada en hechos reales, que nos revela cómo en un mundo donde la lucha por la supervivencia hace aflorar lo peor del ser humano el amor es una fuerza poderosa capaz de hacernos superar las mayores adversidades.

El autor:



Rafael Tarradas Bultó (Barcelona, 1977) estudió Diseño Industrial en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente trabaja en el sector de la comunicación en Madrid. Además de su interés por el arte y el deporte, es un apasionado de la historia de los siglos XIX y XX. Cuando no está leyendo sobre la materia le gusta escribir en su retiro del Valle del Tiétar, Ávila.






Mi opinión:

Empiezo por comentar que ni con la portada o cubierta ni con el título, nos podemos hacer una idea de lo que nos vamos a encontrar al abrir el libro. Si es lo que se pretendía, desde luego, lo han conseguido.

La historia que se nos plantea es la de dos familias a las que les cambia la vida al estallar la guerra civil, y los acontecimientos que cada uno de ellos tiene que vivir, es muy buena.

Los perfiles que hace de cada uno de los personajes son magníficos. Es una novela coral, por lo que son muchísimos los que van desfilando a lo largo de la lectura, algunos de ellos, se quedarán para siempre en nuestro recuerdo aunque no sean los protagonistas.

En mi caso, Ana Argüelles, duquesa de Riosgrandes, abuela de Inés, Mercedes García, mujer golpeada por la vida, luchadora incansable y con una bondad innata, y María Ceballos, que pasa de señorita a dueña de una casa de tolerancia, son tres personajes, tres mujeres diferentes, que me han entusiasmado y que darían, cada una de ellas, para una novela.

Otro tema que cabe destacar es la ecuanimidad del autor al relatar las vicisitudes de la guerra y dejar claro que, ante una contienda de estas características, las maldades y las bondades se hacen en los dos bandos, que la mayoría luchaba en la zona que le había tocado, con independencia de sus ideas, y que esas ideas se fueron evaporando según fueron asumiendo la dureza de lo que estaba ocurriendo.

Según ha declarado el propio autor «Tengo una posición bastante imparcial. Tengo familia que luchó en el bando republicano y otra en el nacional. Ni siquiera eso me puede condicionar. La Guerra Civil dividió al país por la mitad y la mayoría de la gente no pudo elegir el bando: si estabas en Zaragoza eras nacional, si estabas en Barcelona eras republicano. Hubo quien tuvo la suerte de tener dinero y salir de España, pues fueron cuatro. Pensar que los que quedan en un bando son malos y los que quedan en el otro son bueno es un pensamiento demasiado simplista.»

No he sabido hasta el final del libro que está basado en hechos reales y que la mayoría de los personajes han existido aunque el autor haya matizado sus historias, según le ha convenido. Comenzó a dar forma a las anécdotas que le contaba su abuelo y buscó en las casas familiares, en los archivos, hasta conseguir tener el puzle completo para elaborar su novela.

La guerra civil es otro de los protagonistas de la historia y es aquí donde yo pongo mi «pero»: es muy difícil enlazar el contexto histórico con lo que se quiere contar para que no parezca que estamos ante una lección de un libro de texto y, en algunas ocasiones, eso es lo que me ha parecido. Se recrea demasiado en episodios de la guerra civil, los extiende en exceso, haciendo la lectura un poco espesa.

Hay muchas casualidades, demasiadas, pero visto lo que nos está tocando vivir, ya no me atreveré a decir nunca que no me parece real algo, porque seguro que me equivoco.

Es, en mi opinión, una buena historia a la que le sobran doscientas páginas.

Almudena Gutiérrez