lunes, 27 de abril de 2020

«… No te rindas por favor, no cedas…»



 

No puedo dormir. Doy vueltas en la cama. Miro el reloj, son casi las cinco de la mañana, me levanto, salgo al pasillo y no enciendo la luz. Voy a la cocina, y me doy cuenta de que estoy andando de puntillas. Todo lo hago sin hacer ruido, como si temiese despertar a Marga, y Marga no está desde hace dieciséis días.

Trampas, me sigue sigiloso a todas partes, como si comprendiese lo que está pasando.

Enciendo la luz de la cocina, abro la puerta del armario que está al lado del escobero, y lo hago de la manera más silenciosa posible. La costumbre, supongo. Cojo una taza y un plato, los pongo sobre la mesa. Hoy he estado más atento y no he puesto dos platos y dos tazas. La tetera está encima del escurridor. El grifo lo abro con suavidad, poco a poco lleno la tetera de cristal sólo hasta la mitad. Marga siempre me dice que si la lleno demasiado el té no sabe a nada. Corto una rodaja de limón. Yo, antes lo tomaba con leche, con una nube de leche. Cuece el agua, pongo una cucharada de té verde en el infusor, y tapo la tetera.

Son las cinco y veinte de la madrugada, aún no ha amanecido. Me asomo a la ventana, hace una temperatura muy agradable. Las luces del parque que hay debajo de casa están encendidas. Me quedo mirando a ningún sitio… Doy un sorbo, sin prisa, y me acuerdo de Marga… Bueno, me acuerdo de ella a cada segundo.

Trampas, me trae la correa en la boca. Me agacho, y se la pongo, y salgo con él a dar un paseo por ese parque que le encanta.

Me despierto tranquila, y no abro los ojos. He tenido un sueño fantástico, esperanzador, y no quiero que termine. Me encanta cuando me despierto así, y soy capaz de seguir soñando lo mismo que hace un segundo soñaba dormida. Puedo, de algún modo, controlar mi sueño como si fuera una película. No siempre lo consigo, claro, pero hoy sí. Estoy a gusto, y continúo soñando…

Veo a Kike. Se levanta sigiloso como siempre hace para no despertarme. Es un experto en eso de no hacer ruido. Se mueve con la suavidad de un bailarín haciendo puntas, ligero como una pluma. Va a la cocina, y abre el armario, saca una taza, y la deja sobre la mesa, sin hacer ruido, como si fuese Tom Cruise en Misión Imposible. Tom Cruise no me mueve el alma, Kike, sí. Abre el grifo, y llena la tetera de cristal, y se da cuenta de que la ha llenado demasiado. Hace un gesto divertido con la boca, y quita parte del agua… Se asoma a la ventana. Todo es oscuridad, menos el parque que está ligeramente iluminado. A veces, a esas horas tan tempranas, sacamos a Trampas a dar un paseo por ese parque silencioso, y acogedor.

Alguien entra a la habitación. Abro los ojos. Se acabó el sueño maravilloso. Comienza el desasosiego, la pesadilla. Es la doctora Herrera, la reconozco a pesar de la mascarilla. Sus ojos, a veces muy cansados, pero siempre vivos, ahora tienen una luz especial, chispas de alegría, pienso. Se acerca y me dice: estás curada, Marga. Has dado negativo en la última prueba. Sonrío, y tengo unas terribles ganas de llorar, pero no sé por qué, me contengo. Gracias, doctora. Marga, has sido una paciente estupenda, y muy valiente.

Trampas, deja de olisquear, y se acerca a mí. inquieto. Me mira con atención, levanta las orejas como si estuviese esperando algo muy importante. Suena mi móvil… Es Marga.

Mientras la escucho, me entran ganas de llorar, y no puedo contenerme.
Rafael Herrero Martínez











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