Al principio no me lo creí… Bueno, sí… Clara no era
feliz en casa… ¿Quién podía serlo? Imaginé, o quise pensar que sería cómo otras
veces, y que por la mañana temprano volvería. Entraría en la cocina… Y sin
decirnos nada nos daríamos un abrazo. Luego se prepararía un café, y se
sentaría a mi lado. Y comenzaría a darle vueltas y más vueltas al café,
lentamente, sin hacer ruido. ¿Qué podemos hacer, mamá? Eso me diría con una
sonrisa llena de comprensión. Y yo respiraría aliviada… Y también triste.
Salí de casa tan enfadada. Mi madre no reaccionaba…
Le perdonaba una y otra vez… Su desprecio, sus amenazas… Sus insultos. Y lo
que, a veces, venía después. Oía su voz amenazante desde mi cuarto, y no me
atrevía a salir… Y eso, mi cobardía, me laceraba el alma. No lo podía soportar.
Vámonos, le dije tantas veces. Haz una maleta con lo imprescindible. Me
respondía que sí, que tenía razón… Pero, al final, nunca se decidía… Lo siento,
lo siento, me decía y se echaba a llorar.
Clara no vino a la mañana siguiente, ni a la otra.
Su padre me gritaba, me decía que la culpa era mía. Y que cuándo volviese se
iba enterar… Pero pasó el tiempo… Una semana, un mes… Clara me llamaba por
teléfono… Y me decía que vivía en un piso pequeño, pero que era suficiente para
las dos… Yo le decía que no era posible, que papá, estaba cada vez más
nervioso… Más adelante, te lo prometo… Nunca le dije que volviese a casa.
Quería hacerlo, pero me callaba… Te echo tanto de menos… Eso sí se lo decía… Y
yo a ti también, mamá… Y siguió pasando el tiempo cada vez más deprisa… Y su
ausencia inundaba la casa de frío y de soledad.
He pensado tantas veces en volver. Me sentía
culpable por haber dejado a mi madre sola con él… Cuando hablaba con ella por
teléfono, no me atrevía a preguntarle cómo iban las cosas. Sabía la respuesta.
Me aterraba la respuesta. Ya sé, que no volveré nunca. Que mi huida es
definitiva. Y las cosas me van bien, y mal, y muy mal… Pero me siento libre.
Soy dueña de mi vida. Cada día trato de seguir caminando. Cada día espero que
mi madre me llamé y me diga: estoy en el tren. Llegaré dentro de pocas horas…
Se me saltan las lágrimas al imaginarlo. Ahora trabajo en un chiringuito en la
playa, pero tengo tiempo para estudiar. Estoy en segundo de periodismo… Y
colaboro en alguna revista digital… Dicen que se me da bien eso de escribir.
Que soy valiente y que escribo con el corazón… Me contratan como cuentacuentos
en alguna librería… Con frecuencia mi público, son niños pequeños, que me miran
con los ojos muy abiertos… Y yo me siento bien, Maravillosamente bien.
A veces pienso en otras mujeres que como yo se han
rendido… Que no han tenido suerte. Qué no han sido capaces de decir: ¡No! Qué
no han sido valientes para coger una pequeña maleta y empezar de cero. Con
frecuencia, me cruzo con ellas en la calle, o las veo en el metro… Miradas
inexpresivas, gesto inmutable y cansancio. En las tiendas, envolviendo
mecánicamente una camisa, adjuntando el tique regalo, acercándote el datáfono,
sin levantar la vista del mostrador… Mujeres, qué como yo, están atrapadas en
la falta de autoestima. Se ha instalado dentro de nosotras el miedo. Y eso nos
atenaza, y nos hace ser más pequeñas cada día. Me alegro de que Clara haya
tenido el valor de gritar ¡No!… Mi compañía era tóxica. A mí lado se pierden
las ganas de reír, de levantarse cada mañana… El otro día me contó que le
habían publicado un pequeño cuento… Y me alegré tanto por ella. Sé que es
feliz, aunque se contiene cuando hablamos. Y siempre insiste en lo mismo… Ven
mamá… Te espero. Y cuando termino de hablar con ella, siento su fuerza, la
fuerza necesaria para marcharme de una vez… Pero llego a casa, y no soy capaz
de nada… Sería tan fácil hacer esa pequeña maleta… Y tan difícil.
Anoche, en un pequeño teatro, varias escritoras
leímos nuestras poesías… Bueno, yo me las aprendí de memoria, aunque en el
atril tenía los textos por si me quedaba colgada. Fue emocionante. Había
cuarenta o cincuenta personas… Y nos escuchaban con atención, en silencio…
Cuando terminé me entraron unas terribles ganas de llorar. Me acordé de mi
madre. Sigo echándola de menos. Anoche me acosté muy tarde… hablando y hablando
de poesía… Pero bueno, por la mañana me he levantado temprano, una ducha, y
aquí estoy sirviendo cafés con una sonrisa, y apuntando en un pequeño cuaderno
frases sueltas, ideas… Una mañana como tantas otras… Y tan diferente… No sé,
pero me siento muy bien… Y llevo una taza de café y un cruasán a la plancha, a
esa señora mayor que cada día desayuna en la misma mesa, y que luego se pone a
leer un libro, sin prisa. De repente me sobresalto. El corazón se acelera… Y
salgo corriendo como una loca hacia el paseo marítimo… Y oigo cada vez con más
claridad, el sonido de unas ruedas girando sobre la acera… Y veo a mi madre
tirando de su pequeña maleta. Me mira y sonríe.
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