martes, 30 de junio de 2020

Asesinos de series de Roberto Sánchez


Esta novela ha llegado a mí porque invité a Roberto Sánchez a participar en mi sección Charlas de mesa camilla, por recomendación de Concha Yunta del blog ¡Qué bello es leer!

Quedé encantada con sus respuestas y decidí que merecía la pena conocer su novela antes de que vea la luz la próxima, de la misma serie, después del verano.

Sinopsis:

«Asesinos de Series» es el nombre del blog de tres jóvenes (Andrés, Marta y Rubén) que viven juntos en Madrid. Adictos a las series, sueñan con crear su gran éxito internacional: una serie de referencia como podría ser «Lost». Andrés se gana la vida escribiendo textos para agencias de publicidad y prospectos de farmacia. Marta es maquilladora en culebrones. Rubén es taxista y, en las largas esperas en el aeropuerto o estaciones, devora todas las series posibles.
Un día, reciben la llamada de una productora de televisión para entrevistarles. En realidad les recibe un subinspector de policía, Héctor Salaberri. El motivo: se están cometiendo unos asesinatos que tienen algo en común: están inspirados en series de televisión. La policía quiere que les ayuden a encontrar nuevas pistas que puedan aparecer en otros casos y, a la vez, ir dibujando el perfil del asesino. Ese mismo día, cuando acuden a la cita, deben dar un rodeo porque el tráfico del centro de la ciudad está imposible. Desde la sexta planta de un hotel ha saltado un hombre. No tiene ningún documento que lo identifique. Se registró la noche anterior con un nombre falso.
Este caso se les encarga a los compañeros de Salaberri, el agente Benítez y la inspectora jefe, Isabel Velasco.

El autor:

Roberto Sánchez Ruiz (Barcelona, 1966) es un periodista radiofónico español vinculado a la cadena SER desde 1988. Entre 1994 y hasta 2012, creó y dirigió durante 18 años Si amanece nos vamos, el primer programa de transición entre la noche y la mañana, valedor de un Premio Ondas, un Micrófono de Plata y una Antena de Oro. Desde septiembre de 2012 colabora en La Ventana de Carles Francino.

En sus comienzos profesionales pasó por Radio Cadena Española, de Radio Nacional de España, y la COPE (Sabadell). En 1993 fue nombrado delegado de Radio Valencia 2. A lo largo de su carrera ha trabajado con profesionales como Iñaki Gabilondo, Carlos Herrera, Andrés Caparrós, Julio César Iglesias, Gemma Nierga o Javier Sardá.

En Televisión ha presentado los programas «Supercampeonesۛ» (Telemadrid) «6,25», (TVE. Espacio dedicado al mundo del baloncesto) y «En el candelabro» (Telecinco, debate de actualidad). Ha sido profesor de Realización y Producción radiofónica en la Escuela Aula Radio de Barcelona.

Mi opinión:

La novela está dividida de una forma muy curiosa, ocho partes estructuradas como si se trataran de capítulos de una temporada de una serie, es decir, 1x01, 1x02, etc.

Es, sobre todo, una novela que parece que estamos viendo en lugar de leyendo y que se disfruta más cuanto más «seriéfilo» se es. Se mencionan muchas series que no conocía y no podía encontrar la similitud de los casos que se están investigando, aunque no por eso pierde interés.

Es muy original, con unos giros importantes y un final impactante.

El perfil de cada uno de los personajes está muy cuidado, los dos policías Velasco y Benítez, muy buenos. Al principio Benítez no me ha caído bien pero su personaje ha ido ganando puntos a lo largo de la narración.

Muchos crímenes, muchos datos, la mezcla de la ficción y la realidad, dos narradores diferentes, hacen que haya momentos que cuesta entrar en la novela, pero la trama es tan interesante que seguimos, aunque tengamos que releer algunos párrafos.

Delitos informáticos, las mafias del boxeo, el blanqueo de dinero a través de bitcoins, el papel del periodismo y los abusos del sensacionalismo, las redes sociales, y muchos otros elementos convierten esta novela en un thriller altamente adictivo. El autor entrelaza los secretos de los personajes y consigue salir airoso, todo un acierto.

Deseando leer su siguiente novela.

Almudena Gutiérrez



lunes, 29 de junio de 2020

LA CAJA





Hoy encontré una caja
con algunos recuerdos.

Unas gafas sin pata,
una cinta del pelo,
una chincheta verde,
una vela, un llavero,
un carrete de hilo,
una pila, un mechero.

¿Quién no guarda una pila,
quién no guarda un llavero?
¿Quién no tiene una caja
repleta de recuerdos?

Mi pasaporte antiguo,
monedas, pegamento,
una canica gorda
que llevaba al colegio,
un corazón de mimbre,
un cascabel muy serio,
botes de brillantina
que se pega a mis dedos,
una cera amarilla
que rotuló un «te quiero».

¿Quién no guarda una cera
que se quedó en silencio,
o funda de móvil,
o un dominó incompleto,
el cordón de un zapato,
o un bolígrafo seco?

¿Quién no guarda un anillo
que le quedó pequeño,
o un pendiente sin otro,
o un collar sin un perro?

¿Quién no tiene una caja
con algunos recuerdos?.
Un yoyó y un tornillo,
un tapón y un pañuelo,
mi nariz de payaso
y una luna de cuero...

¿Quién no guarda en el fondo
de una caja, en silencio,
una foto pequeña
del tamaño de un beso?

¿Quién no cierra los ojos,
y la lleva a su boca
y la aprieta en sus labios
o la asfixia en su pecho?

¿Quién no guarda una foto
del tamaño de un beso...?


Magdalena S. Blesa









sábado, 27 de junio de 2020

«No hago planes a tan largo plazo» de Cristina Durán





Un lugar perfecto para empezar una nueva vida. Un lugar perfecto para olvidar el pasado. Un lugar perfecto para creer en las segundas oportunidades

Marcos llega a Ansó para ocupar la plaza de profesor de secundaria. Es la oportunidad que necesita para olvidar que poco tiempo atrás la vida había dejado de importarle. 

Jimena vive en Ansó y es la dueña de una tahona de dulces y repostería. Cuando llegó, cuatro años atrás, lo hizo huyendo de su pasado.

¿Qué tendrá pensado el destino para dos personas que llegaron a esa localidad huyendo de su vida anterior?

La autora:

Cristina Durán nació en Cáceres aunque vive en Madrid.

Le gusta leer desde muy pequeña y ahora se ha animado a dar el salto y escribir su primera novela, que ha autopublicado.

Mi opinión:

Lo primero que quiero resaltar es que es la primera novela de la autora y sabe trasmitir muy bien los sentimientos.

Es una novela romántica que se desarrolla en un paraje precioso, que quizás abuse al describirlo, pero por lo demás, no le sobra ni una coma.

Los personajes son muy cercanos, con sus secretos, sus sufrimientos, su dificultad para darle una nueva oportunidad al amor, después de haber vivido momentos muy complicados.

Sin querer desvelar demasiado, ha sido muy valiente al exponer un tipo de maltrato sobre el que se escribe poco, y parece no existir, pero está ahí.

También me ha gustado como describe lo fácil que es comprar cosas ilegales, cuando el que las vende es mercenario por necesidad y el que compra un desalmado.

La importancia de la amistad y las segundas oportunidades, son los temas principales de esta novela, pero también caben la rabia, el desamor, la desesperación, el miedo, la sumisión… El personaje de Germán me ha cautivado por su complejidad, su historia da para otra novela, así como la historia de Andrei, pero ya no os cuento más. Es lo bueno de una novela bien escrita, que tiene subtramas que interesan al lector y complementan la trama principal.

Una lectura muy recomendable.
Almudena Gutiérrez

lunes, 22 de junio de 2020

35987


Hoy, primer lunes de verano, os dejamos este precioso relato publicado en el número 10 de nuestra revista.
Ahora, casi dos años después, Víctor Fernández Correas ha decidido recopilar algunos de sus relatos en un libro, La vieja calle donde el eco dijo, que podréis encontrar en Amazon https://amzn.to/2YUVebp


35987. Al fin lo había encontrado. Cinco cifras que, impresas en el décimo de lotería que sostenía con la mano derecha, podrían significar infinidad de sueños. Sonriente, lo guardó en la cartera y abandonó el despacho donde, después de recorrer cerca de una docena similar a ese y de preguntar en bares, restaurantes y lugares donde quedase todavía algún décimo de lotería, había encontrado el que buscaba. Un antojo de su abuelo. Un hombre seco, de rostro afable y media sonrisa cuya acuosa mirada en los últimos años nunca se apartaba del horizonte. Y si lo hacía, lo que solía coincidir con las pocas veces que hablaba, abría aún más la boca para sonreír mostrando los pocos dientes que le quedaban. De él sabía Daniel, que era la persona encargada de comprar el dichoso décimo, que lo pasó mal en su juventud; que vivió las dos guerras, la civil y la europea; que vivió mucho tiempo fuera de España; y que cuando regresó se limitó a vivir sin más ansia que el futuro para ver crecer a sus hijos y nietos. ¿La lotería? Una visión, dijo tener.

Al llegar a casa, Daniel mostró el décimo a su abuelo, y en su mirada de océano atisbó un brillo especial; quizás era su manera de mostrar alegría por haber encontrado el décimo. Durante los tres días siguientes, los que faltaban para el sorteo en el que todo el país depositaba sus esperanzas de empezar una nueva vida, intentó en vano extraerle el porqué de esos cinco números. Lo más cerca que estuvo fue cuando, mirándole fijamente, el abuelo musitó la palabra esperanza, que repitió cuatro o cinco veces más hasta, como de costumbre, quedar sumido en su estado habitual de melancolía y consciente ausencia.

La noche anterior al sorteo, Daniel entró en la habitación para desear buenas noches a su abuelo. Le tenía en alta estima. De niño solía colmarle de regalos; era el nieto preferido. Y mientras mantuvo la razón siguió considerándole como tal. Le encontró despierto, con la mirada clavada en el techo. Le besó en la frente y alargó la mano para apagar la lámpara de la mesita de noche. Antes de hacerlo, el abuelo clavó su intensa y azul mirada en los ojos de Daniel y volvió a repetir esa palabra, esperanza, que era lo único que acertaba a decir. Daniel sonrió y apagó la luz cerrando tras de sí la puerta.

A la mañana siguiente, el desayuno se le atragantó. A él y a toda su familia. Apenas salieron las primeras pedreas cuando el mayor premio llenó de gritos el salón en el que se celebraba el sorteo. Las cinco cifras, las que cantaron los niños acompañadas del consiguiente premio económico. Un dineral. Miraron la televisión, en cuya pantalla apareció impreso el número. Ese 35987. El de su abuelo. Se sucedieron los abrazos, los lloros, los gritos de felicidad. En ese instante, el único que reparó en su abuelo fue Daniel, y en su habitación entró para transmitirle la noticia. Encendió la luz y allí le encontró, desnudo, tendido en la cama, con la mirada acuosa mirando hacia el infinito horizonte y la media sonrisa dibujada en sus labios. Para Daniel, la impresión fue brutal. No sólo era consciente de que su abuelo estaba muerto, sino que también era la primera vez que lo veía desnudo. E iba a salir de la habitación para informar a la familia de la triste noticia en un día de inmensa alegría cuando, cerca de la muñeca, tatuado con una tinta que ya había perdido buena parte de su intensidad, atisbó cinco cifras que formaban un número junto a varias letras. Las cinco cifras de la esperanza, como venía repitiendo en las últimas semanas; quizás cuando, consciente de la cercanía del último paso, quiso expulsar de su cuerpo todos los fantasmas que le persiguieron en vida. Como esas cinco cifras y las letras que las acompañaban. El recuerdo de un campo de concentración del que nadie en su familia tenía constancia porque él así lo quiso. Porque eso significaba la esperanza, el deseo de vivir sin mirar al pasado. El último regalo que quiso brindar a su familia.
Víctor Fernández Correas

domingo, 21 de junio de 2020

La vieja calle donde el eco dijo


Con el verano ha llegado a nuestra redacción este libro que os presentamos, un libro al que tenemos un especial cariño porque lo ha escrito nuestro compañero en esta revista el escritor y periodista Víctor Fernández Correas.

Relatos protagonizados por perdedores, por soñadores, por luchadores sin más horizonte que el mañana. Relatos que son una lección de esperanza, de supervivencia, que incitan a beberse esta vida de un trago.

Todos son relatos cuyos protagonistas podríamos ser cualquiera de nosotros. Incluso tú, que ahora lees esta sinopsis.
Relatos de una vieja calle donde el eco dijo, como cantaba Gardel.

En el próximo número le hemos entrevistado y nos cuenta algunas curiosidades sobre esta publicación: « Aún quedan muchos más guardados en una carpeta de uno de mis discos duros. He escogido los que creo que más se acercan a la temática que buscaba, que no era otra que bucear en el alma de las personas para extraer de ellas todo lo mejor y lo peor: sus risas, sus miedos, sus alegrías, sus fobias, sus odios…»


Os invitamos a leerlo, os va a gustar.






lunes, 15 de junio de 2020

Querida abuela...


Magdalena S. Blesa escribe muy bonito, todos sus poemas llegan al corazón. Hoy nos ha cedido esta preciosa poesía, un bello homenaje a todos los abuelos que nos han dejado durante esta pandemia.


Querida abuela...

No he tenido ni un día para llorarte,
discúlpame, mujer, lo voy dejando
porque yo necesito muchos años
para estarte llorando.

Siempre hay gente delante y nunca puedo,
no quiero abochornarlos como mi pena.
Necesito una vida entera a solas
para llorar a una mujer tan buena.

No he tenido ni un día para llorarte,
perdóname mujer, anda pendiente
de desbordarse un mar que hay en mis ojos
y no te lloraré lo suficiente.

Intento sujetar este diluvio
y posponer la fecha de mi duelo,
que quiero hacer un arca gigantesca
porque voy a anegar el mundo entero.

Magdalena S. Blesa



lunes, 8 de junio de 2020

Y después de la venganza, ¿qué?

Hoy nos cede un relato la escritora María José Moreno.
Si queréis conocerla un poco mejor, solo tenéis que visitar su blog 
Su última obra publicada Aquella vez en Berlín, está recibiendo muy buenas críticas, incluída la de esta revista, que podéis encontrar en el número 27



Y después de la venganza, ¿qué?

Le clavó el cuchillo en el pecho por tercera vez y al sacarlo un chorro de sangre le lleno las manos, la ropa y hasta la cara. Ahora sí había entrado con fuerza suficiente para romper el vaso que le llevaría a que se desangrara.

Pocos minutos después, el cadáver de Roberto yacía sin vida y con él terminaba su venganza. Esa venganza planificada al milímetro en cientos de noches insomnes, cuyo fin era terminar con los cuatro malditos violadores que, en una aciaga tarde de fiestas, la habían violado y en el juicio quedaron absueltos porque, según la sentencia, ella era la culpable por haberlos provocado.

Habían transcurrido tantos años desde aquel hecho que ni la policía lo había puesto en relación con ella; toda vez, que llevaba treinta años enclaustrada en un convento de monjas de clausura.

Carla, ahora madre Cecilia, se tumbó en el suelo y respiró hondo un par de veces. Esperaba encontrar esa paz de espíritu tan anhelada, esa tranquilidad del trabajo finalizado, pero algo bullía en su interior, algo que no la dejaba serenarse. Y no era el miedo a que la descubrieran, con eso ya contaba, incluso pensó en entregarse cuando terminara con todos. Cerró los ojos y por su mente pasaron a gran velocidad las imágenes de otras chicas violadas, las noticias en los periódicos, las bajezas a las que son sometidas, esos jueces sin piedad para la víctima que se convierte en acusada...

Se puso en pié, se sacudió el hábito, se cubrió con la gabardina  para tapar la mancha de sangre y estiró la espalda, ya resentida por la edad. Acababa de tomar una decisión libre. Su venganza había terminado, pero seguiría matando, ahora porque quería, porque deseaba causar daño y dolor a todas esas personas intolerantes, inconsecuentes, no empáticas, violadores, maltratadores, asesinos... Dios le había dado una habilidad y un talento especial para el uso del cuchillo y nunca se perdonaría si no lo pusiera al servicio de las más necesitadas.

Salió del almacén y subió a la vieja furgoneta. Tocó la virgencita que colgaba del espejo retrovisor y se persignó. Al ver la hora que era, arrancó, metió las marchas y aceleró; aún podía llegar a Vísperas.