viernes, 1 de marzo de 2024
miércoles, 28 de febrero de 2024
«El infierno es una chica adolescente»
Autora: María Zaragoza
Ilustradora: AxMxAxLx (Ana María Alcañiz Lizcano)
Un libro de relatos para adultos sin adultos.
Niñas que deciden ser malas un verano y pierden su
amistad y su inocencia, adolescentes que se quedan embarazadas de pulpos, niños
que deciden destruir lo que no comprenden, un verano lleno de bichos por culpa
de la contaminación o la brujería, monjas voladoras, atentados de la
ultraderecha, gente atropellada por trenes, chicas que se convierten en
monstruo por culpa de un padre intolerante, tejedoras del destino de mujeres,
escritoras poseídas por una máquina de escribir, niños que pueden planear un
crimen perfecto, amistades que terminan en desgracia, chicas a las que se roba
su identidad, chicos devorados por su propia intransigencia, anorexia y
bulimia, Kurt Cobain, Kate Moss, Drew Barrymore y Alfonso Guerra. Un universo
de adolescentes y niños al margen de los adultos, lleno de miedo, confusión,
aventuras y muerte que reconocerán todos los que fueron niños y adolescentes en
los ochenta y los noventa.
La infancia es un territorio hostil en estos relatos para
adultos y sin adultos escritos por María Zaragoza e ilustrados por AxMxAxLx. Un
nuevo gótico español confesional, sucio, mágico y terrorífico. Una
reconstrucción fragmentaria de cómo las autoras vieron terminarse un siglo
terrible que siempre, por desgracia, estamos a tiempo de repetir.
La autora nos hace recordar, relato a relato, esas
sensaciones tan particulares de la adolescencia. En mi caso, por mi edad,
algunas me recuerdan más a los momentos vividos con mi hija que a los míos,
pero otros son comunes a varias generaciones. Lo que sí es común a cualquier
lector es la reflexión a la que invitan estos relatos, a analizar lo que
vivimos con los ojos de la madurez, que nos hará encontrar diferentes
explicaciones a las que les dimos en su día.
¿Quiénes somos? ¿Por qué tenemos que hacer lo que nos dicen?
¿Por qué a los niños se les juzga de forma diferente que a las niñas?
Relatos góticos en los que encontraremos aventuras, amor,
miedos, droga, trastornos alimenticios, sexo, violencia y algunos monstruos que
no siempre son imaginarios, en unas historias marcadas por los recuerdos de la
autora, escritos durante el confinamiento, e ilustrados por una compañera de
juegos de su infancia y adolescencia que compartió vivencias y, por tanto,
recuerdos.
Dieciséis relatos que os estremecerán y que es mejor que descubráis vosotros mismos, prefiero no contaros el contenido de ninguno de ellos. Si tuviese que elegir uno, no me digáis por qué, me ha encantado “Ojos de lechuza”.
«La inocencia de los niños es un cliché como un piano»
(María Zaragoza)
Almudena Gutiérrez |
lunes, 19 de febrero de 2024
«El manipulador» de Francisco Lorenzo
Hoy hablamos de esta novela editada por Roca del grupo Penguin Random House
Sinopsis:
Diciembre, Santiago de Compostela. Yoel Garza, inspector
de la Policía judicial, recibe una llamada de emergencia. Han descubierto un
esqueleto enterrado con un orificio de bala en el cráneo. Le faltan todos los
dientes, excepto un incisivo de oro. Al instante, Yoel recuerda que un antiguo
compañero del colegio, Antonio Serván, publicó una novela cuya portada es
idéntica a la escena del crimen. Pero no es eso lo que más le preocupa. Junto a
los huesos, han encontrado el anillo de compromiso que su novia perdió meses
atrás. ¿Quién lo ha puesto ahí y por qué?
A partir de ese instante, da comienzo un juego entre dos
mentes privilegiadas, una búsqueda contrarreloj para demostrar la identidad de
un macabro asesino en serie.
UNA BATALLA PSICOLÓGICA DE RITMO VERTIGINOSO
UN PLAN TEJIDO DURANTE LARGOS AÑOS
Narrada en primera persona por Yoel Garza, inspector de la
Policía judicial, con una mente privilegiada, se enfrentará al caso más difícil
de su carrera ya que le afecta directamente, al encontrarse en el cadáver el
anillo de compromiso que su novia perdió hace unos meses.
Muy pronto se dará cuenta, al mismo tiempo que el lector,
que el asesino es Antonio Serván, famoso escritor y antiguo compañero de
colegio que tiene la particularidad de tener una mente igual de privilegiada
que la de Yoel.
El pulso entre estos dos seres tan inteligentes, está
servido. Una carrera contrarreloj, una batalla psicológica, una venganza y un
asesino en serie, nos hacen leer sin pausa.
El «bueno», no cae bien, es demasiado engreído,
orgulloso y poco empático con todo y todos los que le rodean, pero tampoco
queremos que el «malo» gane la partida, por lo que inclinamos la balanza hacia Yoel.
Y aquí tengo que decir lo bien construidos que están los dos
personajes. La mente analítica de Yoel y la obsesiva y vengativa de Serván, que
convierte su venganza en un juego contra su contrincante, porque estamos, sin duda, ante una novela de personajes y unos personajes que evolucionan a lo largo de la historia.
Almudena Gutiérrez |
jueves, 1 de febrero de 2024
viernes, 5 de enero de 2024
«El árbol de los deseos» de Mercedes Pinto Maldonado
Esas últimas
navidades no había podido poner el belén por miedo a que los más pequeñajos se
atragantaran con alguna de las figuritas o quisieran comerse el musgo. Pero el
Árbol de los Deseos no faltaba nunca. Lo había heredado de su madre, y su madre
de su abuela; era todo un símbolo familiar. Cada año lo sacaba de su caja y
abría sus ramas hasta que parecían brazos dispuestos a dar cobijo. Nada más: ni
bolas ni cintas ni muñequitos ni estrellas; un árbol desnudo al que había que
vestir poco a poco con los sueños de cada miembro de la familia y los amigos.
El ritual era
sencillo: todo el que lo deseaba cogía un cartoncito, escribía su deseo, lo
colgaba en una rama y encendía una vela azul a los pies del Niño Jesús que
había en un pequeño Misterio dispuesto al lado del viejo árbol artificial.
Artificial, pero con historia y alma.
A ella no le
gustaban los bombones, pero cada Navidad compraba una caja, segura de que
terminaría vacía y de nuevo le serviría para guardar los anhelos de todos los
que habían pasado por casa durante las fiestas. Ese día, como cada ocho de
enero, era el momento de recoger los deseos y meterlos en su caja. En el desván
debía de haber ya docenas de ellas repletas de sueños cumplidos. En casa decían
que el árbol, más que de los deseos, debería llamarse de los milagros, porque con
todos los que habían colgado sus deseos había sido más que generoso.
Recordó cuando
su hijo mayor, hacía ya doce años, pidió que le aprobaran la última asignatura
de la carrera, y se lo concedió; o cuando una de sus nueras escribió su deseo
de que un familiar superara una grave enfermedad, y se lo concedió. También
concedió trabajos a parados, la casa a quien la necesitaba, hubo
reconciliaciones familiares… El veterano árbol había concedido todos los deseos.
Todos menos uno: que su hija Sara consiguiera ser madre. Tal vez porque nadie
se había decidido a colgarlo de sus ramas. Hacía una década que lo deseaba más
que nada en el mundo, pero el médico le había dicho que nunca podría tener
hijos por un problema de salud, así que ningún miembro de la familia se atrevía
a pedirle al Árbol de los Deseos que Sara se quedara embarazada, como asumiendo
que simplemente era un imposible.
Ese año ella
lo había pedido. Fue casi un impulso, una tontería, pero lo hizo. Estaba
arreglando el salón, se quedó mirando el árbol cargado de sueños escritos en
pequeñas cartulinas doradas y plateadas y pensó que tal vez su hija Sara nunca
se había quedado embarazada porque nadie se lo había pedido al milagroso árbol.
Escribió su deseo en secreto, como si estuviese cometiendo un pecado: «Deseo
que mi hija Sara sea madre». Luego lo colgó en la parte de atrás, de cara a la
pared, escondido, donde nadie pudiera verlo, y encendió una vela azul a los
pies del recién nacido, como mandaba el ritual.
Suspiró una
vez más y, antes de guardarlos en su caja de bombones, uno a uno los fue
cogiendo del árbol y los leyó para sí. «Deseo que mi empresa me traslade a mi
ciudad»; «Deseo salud y prosperidad para toda mi familia»; «Deseo aprobar este
año la selectividad»; «Deseo que mi hermano encuentre trabajo»; «Deseo que mi
amiga halle la felicidad y la paz»; «Deseo que mi tía salga bien de su operación
de cadera»; «Deseo…». Sonrió al ver la tierna letra de uno de sus nietos: «Querido
arbo, quiero que mama y papa siempe sean felises». «Qué familia más linda tengo», pensó.
A punto de
bajarle los brazos al árbol para que cupiera en su caja, sonó el teléfono.
––Hola, hija
––dijo cuando descolgó al ver en la pantalla de su móvil la foto de Sara––.
¿Qué haces llamándome antes de irte a trabajar? ¿Va todo bien?
––Sí, creo que
sí.
–– ¿Cómo que
crees que sí? Dime, ¿qué pasa?
––No te lo vas
a creer… Acabo de hacerme unas pruebas de embarazo y…
–– ¡Dios mío,
estás embarazada! –– exclamó la madre sin poder contener la emoción––. Pero…
¿estás segura?
––Me la he
hecho tres veces, ¡tres! En todas, dos rayitas; eso es que estoy embarazada,
¿no?
––Madre mía,
madre mía… Claro, sí, sí, es positivo. Pero si tú no podías…
––Ya lo sé,
pero lo estoy, mamá, voy a ser madre. No me lo puedo creer, estoy tan nerviosa
e ilusionada…
––Felicidades,
cariño, lo has conseguido.
––Tengo que
irme a trabajar, nos vemos después.
––Claro, luego
lo celebraremos como se merece. Ay, qué emoción, verás cuando se lo diga a tu
padre. Hasta luego, hija.
––Hasta luego,
mamá.
Con lágrimas
en los ojos y temblando de emoción decidió guardar el árbol en su caja. Pero al
bajar una de sus ramas se dio cuenta de que aún colgaba, muy escondida, una
tarjeta. Antes de meterla en la caja de bombones leyó: «Deseo que mi hija Sara
sea madre».