El Espacio Fundación Telefónica ha sido el lugar elegido por
Tusquets Editores para presentar el último libro de Fernando Aramburu, El
niño.
La presentación ha comenzado con un lleno absoluto, incluso
con varias filas de sillas en la «retaguardia» como ha comentado Pepa
Fernández, la periodista que ha acompañado al autor en este encuentro.
Como buena comunicadora, ha conseguido ir desgranando la
novela para que Aramburu nos contase a los presentes todo aquello que se podía
contar.
Ha comenzado con la «broma» de estar sentada junto al autor
de Patria, sambenito que ya nunca se quitará el escritor.
Así, hemos sabido que nos encontraremos ante un libro de
«personas corrientes, que no son corrientes». «En el proyecto de la serie gentes
vascas, se contempla la idea de trazar un retrato humano de mi tierra natal
y las gentes que la habitan en una época que yo conocí personalmente».
Nicasio, ya jubilado, acostumbra a subir los jueves al
cementerio de Ortuella a visitar la tumba de su nieto. Es uno de los muchos
niños fallecidos tras una explosión de gas en un colegio de aquella localidad,
un accidente que sacudió al País Vasco y a toda España en 1980. Por las
andanzas del abuelo, una figura que se agranda hasta hacerse inolvidable, por
el testimonio de la madre muchos años después, por la crónica objetiva de lo
que le ocurrió a la familia, descubriremos cómo aquella tragedia lacerante y
devastadora les alteró, cómo sacó a relucir aspectos inesperados, cómo trastocó
sus vidas. Con la maestría habitual de Aramburu, el lector se verá inmerso en
una historia de emociones inesperadas, una exploración psicológica y literaria
con afilado bisturí que nos mantiene pegados al devenir de los destinos de los
protagonistas. Una novela que alberga una densidad emocional tan alta que exige
una lectura atenta, hasta la última línea, para entender, comprender,
emocionarnos con el destino de sus protagonistas.
Aramburu se define como un gran observador desde que era niño, pero este suceso en particular le golpeó especialmente, le dejó una cicatriz en la memoria, tal vez por la cercanía al lugar donde él había vivido, pero también porque, a título personal, al haber sido docente de niños de la misma edad, probablemente esa tragedia se quedó más presente en su memoria. Un suceso que ha quedado un poco olvidado para el resto de la gente.
Estamos ante una novela corta, una ficción inventada a
partir de ese suceso luctuoso real. Estructurada con capítulos breves, de
lectura muy ágil y con varias voces, la del narrador, las declaraciones de la
madre, Mariaje y la de la propia novela, el texto que habla, haciendo
precisiones, incluso cuestionando al propio autor. Este recurso narrativo, el
autor lo lleva perfilando en varias novelas y, en este caso, lo ha llevado a su
máxima expresión, haciendo una nota previa para explicárselo al lector. Consiste
en que «el texto es consciente de que está siendo usado para sostener una
narración e interviene, con voz propia». La historia transcurre por sendas de
gran intensidad emocional y necesitaba algo que produjera una sensación de
remanso, y esa fue la forma elegida.
La novela toma distancia con respecto a sí misma para no
incurrir en las emociones, porque el autor cree que las emociones son
competencia del que lee, no del que escribe. Quien lea se encargará de sentir o
no sentir.
Aramburu no ha escrito ni una coma de más, ha utilizado un registro
lingüístico muy seco, nada barroco, con una precisión extrema.
En cuanto a la figura del abuelo, se ha permitido establecer
una relación con el personaje, algo que no hace nunca, ha creado una relación
sentimental, ejerciendo de nieto y abuelo sin tener referencias, sobre la
marcha.
Ahora que es abuelo, le parece que es un regalo de la vida
serlo. Le habla a su nieta en nuestra lengua, el único que le habla en español,
y le enseña palabras con los dos recuerdos que se permitió guardar de su padre,
los que consideró suficientes, una corbata y un reloj.
Durante una hora, en una conversación distendida entre
comunicadora y escritor, hemos podido acercarnos a El niño, al estilo de
escribir de Aramburu, a su infancia y a sus recuerdos.
Solo nos queda invitaros a leer el libro que, a pesar del
tema, no es una lectura triste, si no un canto a la esperanza.
Almudena Gutiérrez |
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