lunes, 25 de febrero de 2019

«Amor de rebajas» de Mayte Esteban

Es muy duro enamorarse de un imposible, más cuando todos los días lo tienes delante de tus ojos y sabes que, por mucho que te esfuerces, no llegarás a él.
Me enamoré en el mes de octubre, una mañana cuando salía del trabajo para tomar mi almuerzo. En los escasos doscientos metros que separan la cafetería de mi oficina hay una tienda de ropa. No es una franquicia, es una de esas pocas tiendas que resisten al progreso, ofreciendo un muestrario de prendas que se aleja un poco del uniforme que nos hacen vestir las grandes marcas. Siempre que cambian el escaparate, me paro un rato a mirarlo y me pregunto de dónde vendrán sus blusas, sus abrigos, los pantalones y las faldas, los vestidos y los complementos que no están en ninguna otra parte de la ciudad.
Como decía, el dos de octubre, exactamente a las doce y cuarto, me enamoré.
Pasaba por delante cuando vi que detrás del cristal había movimiento. Un escaparate es algo estático, como una foto fija, un anuncio gigante de lo que contiene la tienda, pero ese día no era así. El hijo del dueño, que debe tener aproximadamente mi edad, caminaba descalzo por el estrecho espacio publicitario mientras colocaba la ropa en los maniquíes. No pude evitar quedarme mirando la delicadeza con la que dejó una bufanda, un gorro y unos guantes que parecían querer escaparse de la maleta antigua que reposaba en un rincón. Tampoco se me pasó por alto aquel resto de la poda de otoño que simulaba un árbol con las hojas caídas —algunas de las cuales estaban en el suelo— del que colgaban como descuidados pendientes y collares. Cuando estaba a punto de marcharme, recogió de una banqueta un abrigo que yo no había visto y comenzó a ponérselo al maniquí central. Desde ese momento, no pude moverme. Cuando terminó de abrocharle los botones, fue acariciando la tela para alisarla y sus manos se pararon en la cintura del muñeco mientras sonreía, supongo que orgulloso de su creación. De la manga del abrigo colgaba una etiqueta con el precio a la que dio la vuelta para que se viera, concluyendo su trabajo.
Entonces se volvió para salir de allí y nuestras miradas se encontraron. Estoy segura de que no se dio cuenta del torrente de sensaciones que lo que había hecho provocaron en mí, pero tuvo que notar que enrojecí hasta las orejas. Logré que mi cuerpo volviera a responder a las órdenes de mi cerebro, pero mi corazón estuvo un rato latiendo rebelde. Desconsolado por mi triste manera de hacer el ridículo —¿no había podido sonreír sin más y alejarme de allí?— y por la certeza de que lo bonito de la vida siempre ha sido para mí inalcanzable.
Me marché enamorada. Eso lo supe en cuanto volví a pasar por delante del escaparate y no fui capaz de conseguir que mi corazón siguiera la secuencia correcta de latidos.
Por la noche, en mi cama, no podía dejar de pensar en aquel hipnótico lugar. En ese tiempo en el que el sueño aún no te ha vencido, encontré una esperanza para mí. Requería de tiempo, constancia, paciencia y suerte, pero ahí estaba.
Seguí pasando cada día frente al escaparate y, en todos ellos, mi mirada acababa tropezando alguna vez con el hijo del dueño. Su sonrisa cruzándose con mis ojos era la contraseña para marcharme y, por la acera, me seguían como una estela la alegría, el deseo y la esperanza. Lo iba a conseguir.
Enero llegó y, con él, el frío que se había unido a la fiesta del invierno. Arrebujada en mi vieja cazadora, protegida porun gorro y una bufanda, pasé por delante de la tienda como cada mañana. El hijo del dueño estaba dentrodel escaparate, pues había llegado la temporada de rebajas. Agachado al lado de la maleta, ponía unos cartelitos al lado de cada prenda con sus descuentos. Me quedé un momento más, curiosa por saber qué harían las matemáticas con aquel escaparate del que conocía cada detalle de memoria, tranquila porque él estaba de espaldas y no era capaz de ver que lo observaba.
Ambos nos giramos  cuando sonaron las campanillas de la tienda y entró una mujer. Fue directa a hablar con él y le obligó a dejar su tarea para atenderla. Al salir del escaparate se dio la vuelta para ponerse sus zapatos y me sonrió cuando agarraba el maniquí que vestía el abrigo y lo metía dentro de la tienda. La mujer le habló y él la saludó con dos besos y una de esas sonrisas que me dedicaba cada día.
Sentí que algo se secaba dentro de mí y, en cada paso a la cafetería, podía escuchar un crujido: eran mis ilusiones haciéndose pedazos. Unas campanillas habían dado el pistoletazo de salida para que se quebrasen, como las ramas frágiles de un árbol que ha perdido hace mucho la savia que le da la vida. Había esperado, había tenido paciencia, pero acababa de presenciar que de poco me había servido.
No regresé de vuelta al trabajo por el mismo camino.
Sin embargo, al día siguiente, volví a pasar frente a la tienda. Sé que el tiempo se encarga de borrar la tristeza si le das opción y yo a ella no la quería como compañera de mi vida. Si en mí se había despertado esa emoción poderosa que me llenaba de dicha una vez, ¿por qué no se podía repetir? No debía idealizar esa primera emoción, por mucho que me costara aceptar que había llegado tarde a alcanzar mi sueño. Volví a parar en el escaparate y vi que de nuevo estaba en él el abrigo, pero con un cartel que decía “vendido”. Miré dentro de la tienda y descubrí que la misma mujer que hizo sonar las campanillas había vuelto.
Me marché.
Un rato después, en la cafetería, alguien me habló, obligándome a detener el remolino que trazaba la cuchara en un café que ya no necesitaba más vueltas.
—Perdona, eres la chica que se para todos los días delante de la tienda, ¿verdad?
Miré al dependiente y tuve que hacer malabares para no tirar la taza. Tenía su sonrisa frente a mí, sin un cristal de por medio, y en la mano llevaba una gran bolsa con el logotipo de la tienda. La levantó y me la mostró.
—Te lo cambio por un café —me dijo.
En alguna parte siempre existe alguien que es capaz de adivinarte. Hugo, así averigüé que se llamaba, adivinó que hacía tres meses que me había enamorado de un abrigo de precio inalcanzable. Como él se había enamorado de mí; así lo sentí en su mirada.
Después de ese café empezó otra historia, pero esa es mucho más larga de contar.

Si os apetece conocer mejor a esta autora, os invito a que visitéis su blog El Espejo de la Entrada





Este relato fue publicado en el número 3 de la Revista Pasar Página. Todos los números los podéis encontrar en este blog.

viernes, 22 de febrero de 2019

Trampantojo


Hoy os traemos al blog este nuevo libro de Marina Lomar.


La autora:

Marina Lomar es profesora en la Universidad Jaume I. Enseña lengua y cultura francófonas. En sus ratos libres, escribe. Novela, relatos. Desde hace poco, poesía. «Disfruto con cualquier forma de narración, pero confieso que, como les pasa a muchos nóveles, es mucho más difícil esconderse detrás de los versos. Por ahora, siempre me delatan. Algún día, con suerte, lograré engañarlos» 


Ahora nos presenta su novela Trampantojo. La historia de un grupo de mujeres, la amistad entre ellas, los altibajos sentimentales... Pero nada ni nadie es lo que parece a primera vista. 

Dice la autora: 

«Mujeres en torno a un café y unas cuantas incógnitas sobre la vida, amantes secretos, decisiones correctas, la soledad, el amor. La vida nunca es lo que parece a simple vista. Más hermosa y más terrible, con más posibilidades según el empeño que le pongamos. Yo he disfrutado, y he vertido aquí mis sensaciones sobre qué es el amor. Y quienes me conocen saben cuánto amo el amor y sus sensaciones. Pero incluso quienes me conocen no se imaginan todo lo que se me ocurre cuando digo "amor"» 

Deseando tenerlo en nuestras estanterías.


miércoles, 20 de febrero de 2019

Un 4 de febrero. Reseña




«UN 4 DE FEBRERO» ES UNA ANTOLOGÍA DE RELATOS CUYOS BENEFICIOS ÍNTEGROS IRÁN DESTINADOS A LA FUNDACIÓNALADINA, QUE PROPORCIONA APOYO INTEGRAL A NIÑOS Y ADOLESCENTES ENFERMOS DE CÁNCER, ASÍ COMO A SUS FAMILIARES.

SINOPSIS DE LA OBRA:

Si tus amigos se inventan una casa encantada para que no te aburras, si dejaste una historia de amor a medias, casi pendiente de un café, si sabes que ella cumplirá su promesa y cruzará el mar para volver a verte, este es tu libro. Porque la suerte está en el paso cambiado de un gato, o estamos tan ciegos como para esquivarla, a veces nos engulle la rutina y se nos olvida encontrar sentido a las pequeñas cosas, o somos incapaces de dejar atrás un pasado traumático porque alguien espera que regresemos a salvarlo. Otras veces, se nos da mejor darle una vuelta al mundo para que lo diferente se convierta en un superpoder; rompemos la maldición terrible del desamparo y plantamos cara al mismo destino con la fuerza de aquellos que nos quieren y, por fin, las musas nos sorprenden con una hoja que ya no está en blanco y que cuenta una historia que nunca ha sido nuestra porque del lector es la última palabra. Entonces somos capaces de escuchar a la ciudad contándonos una historia de amor y de ausencias, tan atentos como para no perdernos, por vez primera, los juegos malabares de la esperanza con la risa de una niña de un hermoso color de fondo.
Doce relatos de amor, de ilusión, de recuerdo y de pérdida, de valentía y nostalgia, tan cotidianos y humanos como mirarte en el espejo y decidir que hoy, con el tiempo que se te ha concedido, vas a hacer algo extraordinario.

Untedous (Ana Bolox)
Te has ido (Mayte Esteban)
Un amanecer en Es Castell (Víctor Fernández Correas)
Una mañana cualquiera (Carmen Flordelís)
El truco de las naranjas (Mónica Gutiérrez Artero)
Ahora, mientras tanto (Aránzazu Mantilla)
El último vodka (Roberto Martínez Guzmán)
Una compañía especial (María José Moreno)
No fue casualidad (Pilar Muñoz Álamo)
Febreros de blanco y rojo (Nieves Muñoz de Lucas)
Suerte (Aída del Pozo)
Cien motivos para vivir (Jap Vidal)

Qué difícil es dar la opinión de una antología de relatos. Pensando en su conjunto, es un libro magnífico al que no se le puede poner ni un pero. Relatos muy buenos, muy cuidados, y cuyo nexo en común es la fecha del 4 de febrero pero no el cáncer.

El prólogo, en primera persona, intimista, muy bueno.

La portada acertadísima, sería de esos libros que me llamarían la atención en una librería por su claridad y su limpieza.

Luego ya entra en juego el gusto de cada lector, los relatos más románticos, los más duros, los que tienen moraleja para hacernos pensar si estamos haciendo bien las cosas, el relato negro, los intimistas o los difíciles de comprender y que nos obligan a una relectura.

No voy a desvelar a qué título corresponden las descripciones porque merece la pena descubrirlas, como lo he hecho yo.

Sin querer hacer de esto un ganador, ni mucho menos, me parece justo decir que el que más me ha gustado ha sido Suerte, me ha impactado El último vodka y me parece precioso El truco de las naranjas pero, insisto, son todos magníficos y merece la pena leerlos.
Almudena Gutiérrez


lunes, 18 de febrero de 2019

«De maletas muy pequeñas, donde cabe una nueva vida… » de Rafael Herrero Martínez


Al principio no me lo creí… Bueno, sí… Clara no era feliz en casa… ¿Quién podía serlo? Imaginé, o quise pensar que sería cómo otras veces, y que por la mañana temprano volvería. Entraría en la cocina… Y sin decirnos nada nos daríamos un abrazo. Luego se prepararía un café, y se sentaría a mi lado. Y comenzaría a darle vueltas y más vueltas al café, lentamente, sin hacer ruido. ¿Qué podemos hacer, mamá? Eso me diría con una sonrisa llena de comprensión. Y yo respiraría aliviada… Y también triste.
Salí de casa tan enfadada. Mi madre no reaccionaba… Le perdonaba una y otra vez… Su desprecio, sus amenazas… Sus insultos. Y lo que, a veces, venía después. Oía su voz amenazante desde mi cuarto, y no me atrevía a salir… Y eso, mi cobardía, me laceraba el alma. No lo podía soportar. Vámonos, le dije tantas veces. Haz una maleta con lo imprescindible. Me respondía que sí, que tenía razón… Pero, al final, nunca se decidía… Lo siento, lo siento, me decía y se echaba a llorar.
Clara no vino a la mañana siguiente, ni a la otra. Su padre me gritaba, me decía que la culpa era mía. Y que cuándo volviese se iba enterar… Pero pasó el tiempo… Una semana, un mes… Clara me llamaba por teléfono… Y me decía que vivía en un piso pequeño, pero que era suficiente para las dos… Yo le decía que no era posible, que papá, estaba cada vez más nervioso… Más adelante, te lo prometo… Nunca le dije que volviese a casa. Quería hacerlo, pero me callaba… Te echo tanto de menos… Eso sí se lo decía… Y yo a ti también, mamá… Y siguió pasando el tiempo cada vez más deprisa… Y su ausencia inundaba la casa de frío y de soledad.
He pensado tantas veces en volver. Me sentía culpable por haber dejado a mi madre sola con él… Cuando hablaba con ella por teléfono, no me atrevía a preguntarle cómo iban las cosas. Sabía la respuesta. Me aterraba la respuesta. Ya sé, que no volveré nunca. Que mi huida es definitiva. Y las cosas me van bien, y mal, y muy mal… Pero me siento libre. Soy dueña de mi vida. Cada día trato de seguir caminando. Cada día espero que mi madre me llamé y me diga: estoy en el tren. Llegaré dentro de pocas horas… Se me saltan las lágrimas al imaginarlo. Ahora trabajo en un chiringuito en la playa, pero tengo tiempo para estudiar. Estoy en segundo de periodismo… Y colaboro en alguna revista digital… Dicen que se me da bien eso de escribir. Que soy valiente y que escribo con el corazón… Me contratan como cuentacuentos en alguna librería… Con frecuencia mi público, son niños pequeños, que me miran con los ojos muy abiertos… Y yo me siento bien, Maravillosamente bien.
A veces pienso en otras mujeres que como yo se han rendido… Que no han tenido suerte. Qué no han sido capaces de decir: ¡No! Qué no han sido valientes para coger una pequeña maleta y empezar de cero. Con frecuencia, me cruzo con ellas en la calle, o las veo en el metro… Miradas inexpresivas, gesto inmutable y cansancio. En las tiendas, envolviendo mecánicamente una camisa, adjuntando el tique regalo, acercándote el datáfono, sin levantar la vista del mostrador… Mujeres, qué como yo, están atrapadas en la falta de autoestima. Se ha instalado dentro de nosotras el miedo. Y eso nos atenaza, y nos hace ser más pequeñas cada día. Me alegro de que Clara haya tenido el valor de gritar ¡No!… Mi compañía era tóxica. A mí lado se pierden las ganas de reír, de levantarse cada mañana… El otro día me contó que le habían publicado un pequeño cuento… Y me alegré tanto por ella. Sé que es feliz, aunque se contiene cuando hablamos. Y siempre insiste en lo mismo… Ven mamá… Te espero. Y cuando termino de hablar con ella, siento su fuerza, la fuerza necesaria para marcharme de una vez… Pero llego a casa, y no soy capaz de nada… Sería tan fácil hacer esa pequeña maleta… Y tan difícil.
Anoche, en un pequeño teatro, varias escritoras leímos nuestras poesías… Bueno, yo me las aprendí de memoria, aunque en el atril tenía los textos por si me quedaba colgada. Fue emocionante. Había cuarenta o cincuenta personas… Y nos escuchaban con atención, en silencio… Cuando terminé me entraron unas terribles ganas de llorar. Me acordé de mi madre. Sigo echándola de menos. Anoche me acosté muy tarde… hablando y hablando de poesía… Pero bueno, por la mañana me he levantado temprano, una ducha, y aquí estoy sirviendo cafés con una sonrisa, y apuntando en un pequeño cuaderno frases sueltas, ideas… Una mañana como tantas otras… Y tan diferente… No sé, pero me siento muy bien… Y llevo una taza de café y un cruasán a la plancha, a esa señora mayor que cada día desayuna en la misma mesa, y que luego se pone a leer un libro, sin prisa. De repente me sobresalto. El corazón se acelera… Y salgo corriendo como una loca hacia el paseo marítimo… Y oigo cada vez con más claridad, el sonido de unas ruedas girando sobre la acera… Y veo a mi madre tirando de su pequeña maleta. Me mira y sonríe.


viernes, 15 de febrero de 2019

El fin de las dulces mentiras de Rafael Herrero


Novela Negra
Editorial Alrevés

El final de las dulces mentiras es la historia de una venganza larvada durante más de cuarenta años de silencio.
Una travesía que empieza en el dolor, la locura, el odio más irracional, el crimen.
Pero también en el amor más auténtico…en la inocencia, en la búsqueda del niño que un día olvidaste.
Un largo camino que conduce a la redención, al perdón.

Sinopsis:
Alejandro vive sin esperanza, solo, aislado de la gente, atormentado por la culpa y los remordimientos. Una mañana lee en el periódico la noticia de la muerte de un hombre atropellado en el barrio de Chueca. Una noticia insignificante, de esas que pasan desapercibidas. Pero no para él. Él sabe que ha sido un nuevo crimen. Y que vendrá otro, y otro más, y que la víctima, como siempre, será un homosexual. Después de un largo tiempo de silencio, la pesadilla ha vuelto a empezar, y Alejandro ya no puede seguir siendo un cómplice silencioso de esos desalmados, tiene que hacer algo para detener esa locura. Sabe que se enfrenta a un grupo de fanáticos sin escrúpulos, capaces de los peores crímenes, de los instintos más salvajes, y las pasiones más repugnantes. Hombres influyentes y respetados en la sociedad, vinculados al lado más oscuro del poder. Y que si descubren sus intenciones, acabarán con él y con la gente que más quiere. El fin de las dulces mentiras es la historia de una venganza larvada durante más de cuarenta años de silencio, una historia de mentiras que nos sumerge hasta el fondo en la vida de un personaje conmovedor. Alguien que estaba destinado a ser una persona maravillosa, capaz de amar sin límites, confiada, generosa, sensible. Alguien que un día ve truncados sus sueños, que se transforman en pesadilla. Un retrato fascinante de lo peor y de lo mejor del ser humano.

Siguiendo con las recomendaciones que nos llegan a la Revista Pasar Página, hoy traemos esta obra en la que el autor escribe un thriller que se desarrolla en el madrileño barrio de Chueca, con el que pretende hacer una crítica a la violencia contra los homosexuales, dando un toque de atención a lo que han sufrido y haciendo una reivindicación del «basta ya» de considerar al «diferente» como un enemigo.

El autor:
Rafael Herrero es licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo. Universidad Complutense).
Empezó escribiendo y dirigiendo programas dramáticos para la radio: relatos originales y adaptaciones de autores como Melville, Lovecraft, Wilde… Época en la que ganó el premio de guión radiofónico Ciudad de Olot. Luego comenzó a escribir y dirigir teatro. Entre sus obras estrenadas en España, están: Apaga la luz, Al escondite, Estudias o trabajas (en colaboración con el autor chileno Jorge Díaz).
Más tarde se dedicó, sobre todo, al mundo de la televisión, dirigiendo y escribiendo diferentes programas y series documentales. Finalmente, durante seis años, dirigió el programa cultural La Mandrágora, de TVE 2.
Fue director del Área de Programas Dramáticos de TVE.
En el año 2010 ganó el premio Kutxa Ciudad de San Sebastián, de literatura dramática, con la obra No me hagas daño (ed. Alberdania), estrenada en el Teatro Principal de San Sebastián, en el 2010, y en el Teatro Español de Madrid, en el 2011. Con la obra de teatro Adiós Carmen ganó un accésit del premio Rafael Guerrero de Teatro Breve (pendiente de edición).





martes, 12 de febrero de 2019

Coaching para escribir un bestseller


Entre las novedades que saldrán este mes de febrero hay un libro diferente, que nos ha llamado mucho la atención: Coaching para escribir un bestseller de Nerea Riesco, editado por Alba Editorial.
La figura del coach (entrenador) ha traspasado el mundo del deporte para acercarse a otros ámbitos como el mundo empresarial o todo lo relacionado con la música.
Con esta obra, los escritores van a contar con su coach que les mostrará los pasos necesarios para convertir su libro en un bestseller.
Según nos cuenta su autora «Este libro es eminentemente práctico. Lo ideal sería leerlo en el orden establecido, realizando los ejercicios propuestos. Así irás descubriendo aspectos que desconocías de tu novela y de los que podrás sacar mucho partido. Más adelante puedes hacer una relectura sin seguir el orden, haciendo hincapié en los capítulos que traten las partes más débiles de tu novela. No existen los secretos, sino entrenamiento y arrojo».
Nerea Riesco es una conocida autora de bestsellers (www.nereariesco.com/obras/) y este libro empezó siendo una reflexión sobre su propio trabajo. Era consciente de que para muchos de los escritores que empiezan su mayor deseo es publicar un bestseller.

Coaching para escribir un bestseller es una herramienta para poner a disposición del escritor las mejores técnicas de los coach más expertos al servicio de la creación de literaria, compartiendo su experiencia con ellos. Se trata de ir estructurando la novela de forma gradual: tema, argumento, trama, construcción del personaje, narradores… El orden de los capítulos se dispone de manera que los consejos y la teoría se apoyen unos en otros.
Junto a todo este bagaje de ayuda teórica y práctica para escribir un libro excelente, se añade una parte final sobre cómo publicar la obra. Desde el registro, a los derechos de autor, los concursos, los agentes y las editoriales. Herramientas que resultarán muy útiles para cualquier autor.

Aprovechamos para contaros que el próximo número de la Revista Pasar Página contará con una entrevista muy personal con Nerea Riesco, para que la conozcáis un poco mejor.
Almudena Gutiérrez


lunes, 11 de febrero de 2019

Todo llega




Clemente Roibás es un escritor coruñés, periodista deportivo y amante de la literatura noire. Narra emociones humanas que nos traspasan la piel para no olvidarlas. Autor de las novelas Sed de poder, Un halo de esperanza y Deudas de sangre, consigue adentrase en el género negro aportando una visión menos dramática y un estilo audaz que nos acerca al thriller cinematográfico.
Su última publicación es una colección de  28 relatos Relatos inolvidables, pequeñas historias que tardarás en olvidar, editada por la Editorial Leibros.
Por cortesía del autor, os dejo a continuación uno de sus relatos.

TODO LLEGA

Las lágrimas luchaban por abrirse camino en mis ojos, pero yo me resistía. No quería llorar, no quería sentir, no quería recordar. Pero los sentimientos me estaban ganando la batalla. Allí, delante de ella, de su recuerdo, de su memoria… No podía resistirlo. Intentaba aparentar seguridad, todos me observaban, pero era obvio que no lo conseguiría. El cura dejó de hablar y me miró. Quería que dijera unas palabras. ¿Yo?, le pregunté tan sorprendido como desconcertado. Negué con la cabeza, no podía, no debía. Sería el fin de mi lucha, la derrota que todos aventuraban, no, no quería hacerlo. Pero mi niña me miró con esos ojos grandes y hermosos, esa mirada clara, limpia, sincera y con esa sonrisa, preciosa, alentadora, mágica. A ella no podía decirle que no, era lo único que me quedaba, era el testigo vivo de ese amor imperfecto, difícil y complicado, pero también maravilloso, mágico, inolvidable… Asentí con la cabeza aún sabiendo lo que iba a ocurrir. Todos me miraron, aguardaban pacientemente mis palabras. Respiré hondo y durante unos instantes no dije nada. ¿Qué les importaba a ellos mi dolor? ¿Por qué tenía que abrir mi corazón ante esas personas? Lo que Rosa y yo habíamos tenido solo lo sabíamos nosotros… ¿por qué compartirlo con los demás? Pero ella seguía mirándome y sus ojos me lo pedían. Sheila, nuestra niña, el fruto de nuestro amor… A ella no podía decepcionarla, no se lo merecía. La miré y sonreí un breve instante. ¡Qué guapa era! Ya poco quedaba en ella de esa niña alegre y dicharachera que no paraba de hablar y hablar. No, ahora era toda una mujer. Hacía poco que había cumplido quince años y era la viva imagen de su madre. Volví a respirar hondo. Le pedí con la mirada que no me hiciera eso, que me permitiera seguir callado, aguantando mi dolor, soportando mi agonía, destrozándome por dentro… pero no. Sus ojos no admitían réplica, quería oírme decir lo que pensaba, lo que sentía, necesitaba escucharlo aunque sabía perfectamente la magnitud de mis sentimientos. Comencé a hablar, despacio, pensando cada palabra, cada frase, controlando mis emociones. Pero mis ojos se pararon un instante en su foto y me quedé mudo. Allí estaba, mirándome como si nada hubiera ocurrido.
— Papá… papá –oí decir y salí de mi aturdimiento. Entonces, por fin, hablé y ya no paré. Las palabras salían solas, las anécdotas se sucedían y mis elogios no tenían fin. ¿Qué podía decir de ella? Qué era maravillosa, sí, por supuesto, qué era inteligente, amable, cariñosa, hermosa… sí, claro que sí. Qué era mi media naranja, el amor de mi vida, la mujer de mis sueños, la persona más impresionante que he conocido… Las lágrimas aparecieron para no marcharse ya. ¿Qué más podía decir? Qué sin ella no era nadie, qué no sabría vivir sin ella, qué mi vida ya no tenía sentido… claro que sí. ¿Qué más podría decir? Qué me cambiaría por ella, que ojalá hubiera sido yo el que iba en ese coche, qué me sentía culpable de su muerte por no haber querido acompañarla… Sí, todo eso lo dije y más. Las lágrimas me impedían hablar con claridad, pero ya no podía parar, no quería parar. Necesitaba soltar todo lo que llevaba dentro. No era justo, era demasiado buena, demasiado maravillosa, demasiado perfecta… para estar muerta. No debí decirlo en alto, no, esa palabra estaba prohibida en mi cabeza… pero lo hice y entonces mi corazón sintió tanto dolor que me caí de rodillas mientras las lágrimas corrían a mares por mis mejillas.
— No, mi amor, no. Sin ti no quiero vivir, sin ti esta vida no tiene sentido, sin ti… -Sheila corrió a abrazarse a mí y lloramos juntos como no lo habíamos hecho nunca. La gente no sabía que hacer, algunos se acercaron para levantarnos, pero desistieron en el último momento. No, nadie tenía derecho a quitarnos ese momento, ese instante… el dolor era muy fuerte, muy grande, muy profundo, pero a veces hay que soltarlo todo para poder seguir adelante.
— Papá… papá… siempre me tendrás a mí. Siempre estaré contigo, no permitiré que te sientas solo. Por favor… por favor… no te rindas. Hazlo por mí, mamá lo hubiera querido.
— La besé por todo el rostro y la abracé con tanta fuerza que creo que le hice daño, pero no se quejó. No dijo nada. Tan solo me miraba esperando algún tipo de reacción en mí, algo que le diera esperanza, que le indicara que iba a luchar, que no me iba a rendir, que seguiría a su lado… Asentí, sí, asentí con la cabeza. ¡Cómo iba a dejarla sola! ¡Era mi ángel! ¡Era mi niña! ¡Era lo único que me quedaba en este mundo! Se lo prometí, sí, lo hice, y siempre cumplo mis promesas. Permanecimos allí, delante de su lápida largo rato. Los demás ya se había ido hacía rato, el sacerdote también, la lluvia había hecho su aparición y hasta un viento gélido y desapacible se había levantando, pero nos dio igual. Permanecimos allí, abrazados, sin decir nada. No hacía falta, nuestros corazones hablaban por nosotros. Nunca la olvidaríamos, sentiríamos siempre su pérdida, pero tendríamos que aprender a vivir con ello. Ella así lo hubiera querido y desde luego no íbamos a decepcionarla. Han pasado 40 años de todo aquello y me encuentro de nuevo delante de su lápida. Los recuerdos vuelven a mí como si hubieran sucedido ayer. Nada ha cambiado. Mi amor sigue tan fresco como el primer día. Siento que el final está llegando y me preparo para el viaje. Sí, ese viaje que nos unirá nuevamente. Llevo mucho tiempo esperando este momento, anhelándolo, pero no era posible. No, Sheila me necesitaba. Pero ha llegado el momento, lo noto, lo siento. Mi cuerpo me lo está diciendo. Me siento junto a su tumba y me parece verla allí, sentada, frente a mí. Sigue tan guapa como siempre y su sonrisa, ah… su sonrisa sigue siendo fascinante. Le sonrió y alargo la mano para acariciarla. Está cerca, muy cerca.  Sí, ha llegado el momento de volver a estar juntos, de que nuestro amor perdure eternamente. Cierro los ojos y dejo que mi último pensamiento sea para mi pequeña.
— Sheila, cariño. Ha llegado el momento. No te entristezcas, me voy feliz y contento. Te quiero mi niña. Sé feliz y no tengas prisa por reunirte con nosotros. Todo llegara, pero a su tiempo… Adiós, mi pequeña, adiós.
Clemente Roibás



domingo, 10 de febrero de 2019

IV MUESTRA DE CINE EFÍMERO DE MORALZARZAL.




El próximo 15 de febrero y hasta el día 23, Moralzarzal se convertirá en la capital española del cine al acoger, por cuarto año, la Muestra de Cine Efímero.
Esta muestra, creada por el director y actor Carlos Iglesias, pretende dar una segunda oportunidad a esas películas que, por su calidad, se habrían merecido permanecer más tiempo en las pantallas de nuestros cines y haber llegado a más público.
Son tantas las películas que se exhiben cada año que muchas de ellas solo permanecen expuestas una semana, por lo que no dan lugar a que funcione el boca a boca, ya que no pueden tampoco competir con las promociones de las grandes productoras. Es por ello que esta muestra ayuda a unas pocas a volver al gran público, con el aliciente de que, al finalizar la exhibición se establece un coloquio con los creadores, actores, actrices, directores y productores.
El público vota las películas y la que más votos obtenga recibirá en la clausura La Mora, galardón de esta muestra.
Los tres años anteriores, las merecedoras de este premio fueron




El programa de este año es el siguiente:
  • Los muertos no se tocan nene (2011), de José Luis García Sánchez. VIERNES 15 DE FEBRERO – 19:30 H.
  • Azahar (2018), de Rafael Ruíz Ávila. SÁBADO 16 DE FEBRERO – 17:00 H.
  • Hermanas (cortometraje, 2018), de Carlos Iglesias. SÁBADO 16 DE FEBRERO – 19:00 H.
  • Jefe (2018), de Sergio Barrejón. SÁBADO 16 DE FEBRERO – 19:10 H.
  • Cuando los ángeles duermen (2018), de Gonzalo Bendala. VIERNES 22 DE FEBRERO – 19:00 H.
  • Alegría tristeza (2018), de Ibon Cormenzana. SÁBADO 23 DE FEBRERO – 19:00 H.
Aprovechamos para contaros que Carlos Iglesias ha concedido una entrevista a nuestra redactora Mónica Díaz que será publicada en el próximo número de la Revista Pasar Página.



lunes, 4 de febrero de 2019

Un 4 de febrero





Desde que tuvimos noticias de este libro a través de nuestro compañero en la redacción Víctor Fernández Correas, que firma uno de los doce relatos, tuvimos claro que había que incluirlo en el número 15 de la revista correspondiente al 1 de febrero para intentar poner nuestro granito de arena en su difusión.
Hoy ha llegado el día, 4 de febrero (Clic aquí para ver un precioso vídeo explicativo), en el que se puede encontrar en Amazon para comprarlo, tanto en digital como en papel.
Como los beneficios íntegros son para la Fundación Aladina, a la buena obra que supone regalar sonrisas a los niños, podremos sumar el leer a doce grandes escritores que se han unido para este magnífico proyecto.
Con un prólogo de Amparo Lledó, nos encontraremos con estos sugerentes títulos:
Untedous (Ana Bolox)
Te has ido (Mayte Esteban)
Un amanecer en Es Castell (Víctor Fernández Correas)
Una mañana cualquiera (Carmen Flordelís)
El truco de las naranjas (Mónica Gutiérrez Artero)
Ahora, mientras tanto (Aránzazu Mantilla)
El último vodka (Roberto Martínez Guzmán)
Una compañía especial (María José Moreno)
No fue casualidad (Pilar Muñoz Álamo)
Febreros de blanco y rojo (Nieves Muñoz de Lucas)
Suerte (Aída del Pozo)
Cien motivos para vivir (Jap Vidal)

Desde aquí os pedimos que nos ayudéis con vuestra compra a que este libro entre en el TOP de Amazon, porque es muy bueno y se merece estar en lo más alto.
También podéis colaborar con la Fundación Aladina a través de su página web https://aladina.org
Gracias a todos.

domingo, 3 de febrero de 2019

Los Goya desde mi butaca


Otra vez me he sentado a ver Los Goya desde mi butaca.
Superar la gala del año pasado era sencillo, porque fue la peor en muchos años y la verdad es que tenía grandes expectativas por los presentadores, Silvia y Andreu, y por Campeones, la película que partía con más nominaciones.
No he visto el paseo por la alfombra roja pero me he entretenido en buscar la galería de fotos para constatar que la más elegante de la noche, en mi opinión, fue Penélope Cruz. Mal vestidas había tantas, que no me atrevería a escribir quién me ha parecido la peor.
El comienzo a cargo de los presentadores huyendo en su coche, me ha parecido muy original, pero un poco largo.
Ha sido una gala algo más fluida, los discursos más contenidos para evitar que comenzase a sonar la música que indicaba al orador que se estaba pasando. El momento Berto Romero y David Broncano estuvo gracioso y el discurso del presidente no fue excesivo en ningún sentido, lo que es muy de agradecer.
Silvia Abril me pareció muy poco natural, forzada y sobrepasada en todo momento por Andreu Buenafuente. Sus intervenciones a lo largo de la noche me resultaron excesivamente largas y, en muchas ocasiones, con poca gracia.
El momento del semidesnudo de ambos presentadores pasará a la historia porque muy pocos son capaces de ridiculizarse a sí mismos, aunque hay quien ha querido asociar que el «modelito» de Silvia era una reivindicación para que las mujeres no llevemos fajas y nos sintamos libres. Disiento: las fajas se vuelven a llevar, al igual que las bragas altas. Las primeras porque a todas nos gusta lucir un cuerpo bonito con un vestido de noche y las segundas porque son más cómodas y no hacen michelines. Precisamente ambas se utilizan para sentirnos a gusto con nosotras mismas.
La canción «a capela» de Rosalía, muy, muy bonita, aunque la realización no nos dejó ver el fondo que acompañaba su actuación, que tuvimos que intuir.
La actuación de Amaia Romero, Rozalén y Judit Neddermann, haciendo un popurrí de las canciones nominadas, estuvo bien, aunque sigo insistiendo en que Amaia no sabe cantar y ayer a la pobre, la vistió su peor enemigo por mucho que los modelos fuesen de alta costura.
Hoy no se habla de otra cosa en las redes que del emotivo discurso de Jesús Vidal cuando salió a recoger su premio a Mejor Actor Revelación por la película Campeones. Un discurso largo al que no quisieron poner música para indicarle que se estaba pasando porque hablaba en nombre de todas las personas con discapacidad, pidiendo «inclusión, diversidad y visibilidad».
El homenaje a Chicho Ibáñez Serrador, correcto, el homenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios, muy Almodóvar y, como punto final, el cabezón a la mejor película para Campeones que, esta vez sí, hemos disfrutado ya una gran mayoría de los que anoche contemplamos la gala, coincidiendo en que es una película que hay que ver.
Sigo diciendo que habría que incluir alguna actuación más, que hace muy feo los planos del patio de butacas con las butacas vacías porque corresponden a personas que entregan premios, que no es tan difícil utilizar sobres de los que salga con holgura el tarjetón…pero bueno, al menos ha tenido momentos que recordaremos, que ya es mucho.
Almudena Gutiérrez