martes, 30 de octubre de 2018

El secreto de Malcom de Kate Danon


Género: Romance histórico.
Autoeditada papel y digital.
Páginas: 474

La autora:
Kate Danon es el seudónimo de Victoria Rodríguez, una escritora con muchas ideas en la cabeza que creyó necesario cambiarse el nombre a la hora de publicar romántica para no mezclar su faceta más infantil/juvenil con la adulta. Nacida en Madrid en 1975, alterna su profesión con su carrera literaria. El juego de la araña, La Joya de Meggernie, Summer love, Un corazón en exclusiva y Una mágica visión son sus novelas publicadas, además de El secreto de Malcom.

Sinopsis:
1314, Escocia Tras perder a su padre en la última batalla contra los ingleses, Lena MacLaren ha sido convocada por el rey de Escocia para decidir su destino. Como hija de un laird de las Highlands, debe contraer matrimonio para salvaguardar los intereses de su clan. Sin embargo, el candidato elegido por el monarca es el último hombre con el que jamás hubiera pensado desposarse. Su pasado en común es una barrera que considera infranqueable y las heridas en su corazón todavía no han cicatrizado... Para Malcom MacGregor, el deber y el honor están por encima de su propia felicidad, por lo que acatará la orden del rey para desposarse con Lena MacLaren sin poner impedimentos. No obstante, sabe que esta decisión los hará desdichados a ambos. El guerrero deberá encontrar el modo de reconciliarse con las pérdidas sufridas y convivir con una mujer que siempre le ha temido, aunque, para ello, deba mantener el secreto que lleva guardando en su interior durante tanto tiempo. Cuando dos corazones heridos tratan de encontrarse, una mirada, una sonrisa y un poco de amor pueden señalar el camino. Cuando dos corazones están predestinados a latir juntos, ni siquiera el secreto mejor guardado puede empañar la felicidad que les espera al final del recorrido.

Mi opinión:
Llegué a esta novela y a su autora por ser finalista del V Premio Literario de Amazon. Me picó la curiosidad que un género como el romántico, tan denostado por muchos, aunque a mí me parezca una injusticia, se hubiese conseguido meter en esta final.
Tiene una narrativa excelente, tan buena como para convertirla en adictiva. Para mí no ha tenido secretos, todo o casi todo, me lo he imaginado desde el principio y, a pesar de ello, no he dudado ni un momento en seguir avanzando y leerme en dos días las 474 páginas. Pocas sorpresas, una protagonista, Lena, que no me ha caído bien y un chico, Malcom, tan, tan respetuoso que yo habría tenido una larga conversación con él frente a la chimenea para darle algún consejo, consiguen mantener la tensión de amor y desamor hasta el límite.
Como amante de la novela histórica, leer una romántica con pinceladas históricas es un punto a favor para que me guste. La historia se desarrolla en las Highland escocesas (Tierras altas de Escocia), allá por el año 1300, y la autora ha sabido plasmar la dura forma de vida de sus habitantes, luchando por sobrevivir o guerreando continuamente para defender sus dominios y el difícil papel de la mujer, invisible si no tiene un hombre a su lado.
Después de leerla he sabido que tiene una primera parte, totalmente independiente, La joya de Meggernie, que comparte algunos personajes, pero que no es necesario leer para poder entender El secreto de Malcolm.
Me ha gustado mucho. Como siempre digo, hay grandes novelas románticas que merecen ser leídas.
Almudena Gutiérrez


domingo, 21 de octubre de 2018

La Batalla de Trafalgar



Estuve allí hace cosa de un año, A mi espalda, el faro. Delante, el infinito azul, el mar chocando una y otra vez contra las piedras. Soplaba un tanto el levante. Unos minutos de silencio escuchando únicamente al mar y sus lamentos. En la imaginación, cañonazos, gritos, voces, disparos, estallidos; resplandores violentos, la muerte gozando a lo grande.

En el Cabo Trafalgar se respiraba tranquilidad. Hoy hace 213 año no hubo tanta. Y hace unos años quise recordar ese momento así:

Bahía de Cádiz. 5:45 de la mañana. Viento suave y cielo tan oscuro como la boca del mismísimo infierno; todavía no ha roto por el horizonte ese punto de luz que resquebrajará la oscuridad hasta devorarla por completo. Espectáculo que contempla Pierre Villeneuve, vicealmirante francés. Las manos a la espalda. Juguetea con los dedos, nervioso. Hay que salir sí o sí. Que esté convencido o no es otro asunto. Una orden es una orden. Pero hay que salir. Cuestión de mantener la cabeza sobre el cuello.

Pierre Villeneuve echa un vistazo al panorama: el mar lamiendo los costados de decenas de navíos. Lo mejor de lo mejor de las flotas española y francesa. Barcos que crujen, velas que el viento acaricia lo justo, sin demasiada alegría, y portas que ocultan billetes de ida para el otro barrio. Sigue jugueteando con los dedos, pues está con la mosca detrás de la oreja. Salir, salir a la orden de ya, no deja de cavilar. «O sale, o le dan matarile». Eso oyó en boca de un tipo enjuto, con un enorme tajo que recorría su mejilla izquierda y patillas pobladas que le colgaban. Y cara de muy mala hostia. Tras la batalla de Finisterre, que acabó con la flota franco-española, que él dirige, saliendo del asunto como cada cual buenamente pudo, aquélla permanece en Cádiz esperando tiempos mejores. U órdenes. La última, hostigar a los ingleses en el Mediterráneo. En el Atlántico, en las cercanías del Cabo Trafalgar, aguardan Nelson y sus muchachos. El viejo perro inglés permanece agazapado bloqueando la salida de Cádiz. Más listo que el hambre. Si la flota franco-española quiere salir de puerto, se las verá con ellos; porque Nelson ya le dio para el pelo a Villeneuve en donde Cristo pregonó las tres voces, esto es, en Finisterre, meses antes, en pleno verano. Y justo aquel 22 de julio. Un día neblinoso. Asquerosa niebla. Muertos, naves desarboladas... Un desastre.
Hoy, 21 de octubre, quién sabe.

«Le van a dar matarile». Y Villeneuve dale que te dale a juguetear con los dedos. Napoleón, quién si no. «O sales de Cádiz, o te corto los cojones», dicen que le gritó, y con cara de pocas alegrías. Ninguna, recuerda Villeneuve, que teme por su cabeza. Literalmente. La cosa está así: Napoleón tiene a Inglaterra entre ceja y ceja. Invadirla le pone como una moto. El plan, en su opinión, es perfecto: barcos en dirección a las Indias Occidentales y cuando los ingleses piquen, de vuelta para el Canal de la Mancha, donde junto a otros refuerzos pondrá los pies en su sueño húmedo. 160.000 hombres y 2.000 buques de transporte. Como para no mojarse pensando en eso. Pero la cosa se está alargando más de lo que pensaba. Y Villeneuve allí, en Cádiz, negándose a salir. Por eso lo de darle matarile. O se dirige a Cartagena en busca de refuerzos, o él personalmente le dirá cómo ve su futuro. Negro, muy negro. Mientras, a unas cuantas millas de distancia de Cádiz, Nelson lo tiene todo listo. Hará un par de noches que cenó con sus capitanes. Ya sabe cómo será la batalla. Que la habrá. Lo tiene clarinete. Su Toque de Nelson está más que listo. Él, a saco. Para el resto de capitanes, barra libre. Sólo falta que Villeneuve se ponga nervioso.

Y Villenueve se va por la patilla. Hará un par de días que también celebró un consejo a bordo de su nave ‘Bucentaure’. Hay que salir, lo manda el emperador. Lo que diga Napoleón. Los tenientes españoles Gravina y Álava y los brigadieres Churruca y Galiano se llevaron las manos a la cabeza. «La estación está avanzada y tendremos vendaval duro», «si tenemos que dar batalla mejor que permanezcamos fondeados en Cádiz», «no disponemos de los recursos necesarios para plantar cara a los ingleses»… Y Villeneuve, por uno me entra y por otro me sale. 33 navíos —18 franceses y 15 españoles— y cerca de 27.000 hombres serán suficientes —cree— esta vez. Horatio Nelson cuenta con menos: 27 navíos y cuatro fragatas que transportan a 18.000 hombres. 10.000 menos, pero infinitamente mejor preparados y disciplinados que los españoles y franceses. Si hay batalla —Nelson es consciente— le barrerá. Las órdenes de Napoleón son más poderosas. Villeneuve las teme. De vuelta a París, que Rosilly ya está en camino para sustituirle. Gracias por los servicios prestados y que tenga suerte. Su puesto, su prestigio. Eso por encima de todo.

Las escaramuzas de los días anteriores son el preludio de lo que va a ocurrir hoy. Ha oído decir en boca de un marinero que en la Iglesia del Carmen de Cádiz ya no cabe ni un alma más. Como presentirán sus ciudadanos que será la escabechina, que hasta se han organizado tandas para entrar a rezar.

A las 7:45 de la mañana, los navíos ingleses comienzan a virar, se disponen para la batalla. Horas de cautela, de incertidumbre. De miedo. A las 11:45, el ‘San Agustín’, navío de la flota franco-española, suelta un cañonazo; el Monarca asesta otro; y el ‘Royal Sovereing’, y también el ‘Santa Ana’ y el ‘Victory’ —nave que comanda Nelson—, así como desde el ‘Fogueux’... Balas rasgando velas por aquí, seccionando brazos, cabezas o piernas por allá, astillas que saltan como esquirlas seccionando todo cuerpo que encuentran a su paso. Sangre, humo, un intenso olor a pólvora. Los españoles tardan tres minutos de media en preparar el cañón, cargarlo y disparar; los ingleses lo hacen en la mitad de tiempo, si acaso. Varios barcos se abordan, otros se despanzurran a cañonazo limpio. El ‘Santísima Trinidad’, estandarte de la escuadra franco-española, que empezó causando estragos y sembrando el terror entre los barcos ingleses con sus 140 cañones, ahora recibe fuego como para incendiar la Antártida y que de ella sólo quede como recuerdo una tierra baldía. La sangre riega las cubiertas de los navíos. De nada sirve el serrín esparcido para absorberla.

Uno tras otro, los barcos españoles y franceses se rinden, se hunden, vuelan por los aires. Los menos regresan a Cádiz. Alguno, incluso, intacto, sin haber tomado parte en la batalla. Sus tripulaciones suspiran viendo el percal. Una buena ofrenda a la Virgen del Carmen, como poco.

Cuatro horas después aún resuenan cañonazos solitarios, pero la batalla ya está perdida para la tropa franco-española. Villeneuve ni siquiera sabrá hasta más tarde que Nelson ya es historia. A él le da lo mismo, pues ha sido apresado. Pasará un año en Inglaterra y luego le soltarán. A su vuelta a Francia encontrarán su cuerpo cosido a puñaladas en un hotel de Rennes. Dicen que Napoleón se acordó de él en cuanto puso nuevamente los pies en Francia. Es dicen. Churruca y Galiano también murieron en la batalla. Como otros 4.000 más; Gravina lo haría meses después. Los ingleses sostienen que sólo 449 de los suyos se dejaron la vida en las cercanías del Cabo Trafalgar. Y barcos perdidos, tampoco demasiados como para llevarse las manos a la cabeza por el desastre. A sabiendas de que los muertos son muchos más de los que aseguran haber contado y también los barcos hundidos o destruidos por la flota franco-española. Ellos siempre han sabido contar mejor la historia.

¿Y Napoleón? Lo de invadir Inglaterra, mejor dejarlo para otra ocasión, concluyó. ¿Por qué no Rusia? Eso también le ponía, y mucho.


Hoy se cumplen 213 años de la batalla de Trafalgar. Por si os interesa saberlo.





Víctor Fernández Correas


Presentación Más allá de una marca


El Far Home Hostels fue el lugar elegido para la presentación de la novela Más allá de una marca de Heberto Gamero.
Aunque Heberto tiene una amplia trayectoria como cuentista y cronista, como han apuntado al presentarle, Linda D´Ambrosio y Carleth Morales, esta es su primera novela.
Una breve lectura del comienzo del libro ha servido como introducción para establecer un diálogo entre Heberto y Carleth, en el que han ido desgranando los secretos de la novela: los dos tiempos diferentes en el que han sido escritos, el escritor joven y el escritor maduro, dos novelas unidas en una sola, en la que el autor no ha querido variar la que escribió hace años para que el lector note la progresión literaria.
Resumen:
Cuando era adolescente prefería comprar un recorte de tela y pedirle a su madre la confección de un pantalón que ir a la tienda a comprar uno ―además, no tendría cómo pagarlo―. Pero no sería un pantalón común y corriente, sería uno diseñado por él mismo: más acampanado que cualquier otro que existiera en el mercado y con pequeñas reformas que alimentaran su apetito de crear algo nuevo y diferente. Se emocionó mucho cuando, años más tarde, consiguió trabajo en una fábrica de blue jeans. Había imaginado trabajar entre telas, diseños y traqueteos de máquinas de coser, pero nunca imaginó la lucha que le tocaría librar contra la gerencia de la fábrica que lo había contratado e incluso contra sus más cercanos compañeros, lucha que despertó en él una desconocida fuerza ante las adversidades y lo llevó a registrar una marca y a fundar su propia fábrica de pantalones. Tampoco imaginó que, ya convertido en un exitoso empresario, cuestionaría las metas alcanzadas y asuntos más trascendentes reclamarían su atención.
Con un alto porcentaje de autobiografía, para esta primera incursión en la novela Heberto Gamero ha decidido la autopublicación en Amazon, dejando la publicidad en las redes sociales para su mujer Iris.

En el turno de preguntas y comentarios toman la palabra, entre otros, la escritora Mercedes Gallego Moro, desencantada por el método de autopublicación, que ella siempre ha utilizado para su obra, por una saturación del mercado y el editor de Kalathos, David Malavé, que cree que cada momento puede ser bueno para las diferentes formas de publicar y que se terminan encontrando. Una conversación distendida que nos ha dejado la primicia de que Heberto Gamero está escribiendo una nueva novela, histórica, con mucha investigación y trabajo de documentación, sobre un antepasado suyo con una vida fascinante.
Conversar con Ziona Hirshbein de sus proyectos en Madrid, con Rocío Castrillo que nos habló de la novela que la ha tenido apartada de las redes, con Iris Verastegui, siempre pendiente de sus invitados…Como siempre, una velada muy agradable, acompañadas de estos buenos amigos.
Almudena Gutiérrez



viernes, 19 de octubre de 2018

Encuentro con Víctor Fernández Correas


La Librería Papelería Compás ha acogido la presentación de «Se llamaba Manuel», de Víctor Fernández Correas.
Un encuentro con el autor que ha corrido a cargo de Pilar Santamaría, que se había hecho un estudio pormenorizado de la novela, a la que no le cabían más post-its de colores, además de un resumen final lleno de notas para comentar con el escritor.

Han ido desgranando la historia, cada uno de los personajes: Gonzalo, Arturo, Marga, Escolástica, Canelita…Los buenos, los malos, los entrañables, los principales y los secundarios; unas tramas complejas que se mezclan a lo largo de toda la historia para conseguir llegar al final desenmarañando la madeja para que nos quede todo claro.

No es fácil hablar sin «destripar» nada, por lo que Víctor nos ha contado cómo fue creando su novela. Lo primero que escribió fue el prólogo y el final y, a partir de ahí, desarrolló personajes y comenzó la historia. Algunos, como Marga, se rebelaron y le pidieron mayor protagonismo, más crudeza. Tuvo con ella grandes discusiones, porque ¿no lo sabían? Víctor discute con sus personajes, y no siempre gana la partida.

Las escenas le asaltan en cualquier momento y las va anotando en las libretas que le hace su amigo Juan Carlos. Por cierto, ha sorteado dos y mi número ha sido uno de los elegidos.

Nos ha mostrado el mapa que utilizó para hacer caminar a sus personajes por el Madrid de 1952. Para conocer los estrenos cinematográficos o los partidos de liga se ha documentado en la hemeroteca de ABC.

La novela está llena de guiños: su amado Atlético de Madrid, que no hizo una buena temporada 52/53, el bar en el que su suegro ha trabajado toda su vida, en la calle de Leganitos, su admirado escritor de cabecera, Miguel Delibes, e incluso el título como homenaje a su familia, que le llama Manuel, porque su nombre completo es Víctor Manuel.

Aunque muchos lectores le han preguntado por una segunda parte, él tiene clarísimo que no la va a hacer. Esta historia se acaba con la palabra fin. Es verdad que, al haberse documentado tanto, escribirá otras tramas en esta misma época, que conoce tan bien.
Nos cuenta varias primicias: está escribiendo una novela histórica con un prólogo durísimo y una historia que no conseguiremos entender hasta la última frase. Ha hecho una recopilación de sus relatos, ya registrados con el título «……..» y tiene en mente una saga ambientada en la época de su «colega» Carlos V, que constará de varios libros cortos, con un mismo protagonista. Cuando toque, volverá a la novela de Adela, que está guardada en un cajón de la editorial, a petición suya.

Desde sus inicios como escritor ha tenido suficientes decepciones como para estar disfrutando de un momento dulce con este libro que está cumpliendo las expectativas y con una editorial como Versátil, que le trata bien. Hombre agradecido, no ha dejado de mencionar a Víctor del Árbol y la regañina que, con una sonrisa, le hizo la pasada edición del Getafe Negro para que «se pusiese las pilas», se olvidase del pasado y comenzase a luchar por sus obras. Tuvo la suerte de estar en el momento justo con las personas idóneas, y su buen hacer como escritor hizo el resto.

Hemos hablado de La tribu maldita, de La Conspiración de Yuste, de las grandes editoriales, con sus luces y sus sombras, del futuro y, sobre todo, de lo que disfruta escribiendo con la seguridad de trasmitirle al lector su pasión.

Desde luego, con su novela Se llamaba Manuel, lo ha conseguido.



Las firmas, las fotos y un pequeño refrigerio, han puesto final a un encuentro memorable con Víctor Fernández Correas.
Almudena Gutiérrez

martes, 16 de octubre de 2018

PÁJAROS DE LA LLUVIA


Descubriendo nuevos autores me encontré con PÁJAROS DE LA LLUVIA de Clarissa Goenawan

Ren Ishida está a punto de acabar sus estudios universitarios cuando le comunican la súbita muerte de su hermana Keiko, que fue apuñalada salvajemente una noche de lluvia. No existe pista alguna sobre su asesinato. Ren viaja a Akakawa para encargarse de los asuntos pendientes de su hermana, sin lograr comprender por qué Keiko decidió abandonar Tokio y su familia por aquel desolado pueblo hace unos años. Pero Ren pronto se encuentra retomando la vida de Keiko al aceptar el antiguo puesto de profesor que ella ostentaba en una academia local y, al mismo tiempo, ejercer de lector para la esposa catatónica de un rico político, a cambio de alojarse gratuitamente en la habitación de su hermana. Mientras va conociendo a los personajes de Akakawa, desde el enigmático político a sus compañeros de trabajo y una estudiante rebelde y atractiva llamada Rio, Ren ahonda en sus recuerdos de niñez con Keiko y lo que vino después, en un intento de reconstruir los sucesos de la noche de su muerte. Asimismo, perseguido en sueños por una niña que intenta decirle algo desesperadamente, Ren busca consuelo en el vacío que su hermana le ha dejado.

LA AUTORA

Clarissa Goenawan, de origen indonesio, vive en Singapur. Fue discípula del WoMentoring Project y estudió Escritura Creativa con Curtis Brown Creative. Con "Pájaros de la lluvia", su primera novela, ha ganado en Reino Unido el Bath Novel Award y ha sido finalista del Dundee International Book Prize, el First Novel Prize y el SFWP Literary Award. Como le gusta afirmar, le encantan los días lluviosos, los libros bonitos y el té verde caliente.


Será mi compañero de viaje, espero contaros mis impresiones en una próxima entrada o en la Revista Pasar Página.
Marina Collazo Casal

lunes, 15 de octubre de 2018

LA ÚLTIMA ESCENA.




Lo conocí hace algo más de tres años y no fue, precisamente, en el lugar más romántico del mundo. Pero era el mío. Mi mundo. O al menos, el que yo habitaba cada tarde desde el día en que decidí ponerme la tristeza por montera para pasearla por lugares ajenos a mi propio hogar, a ver si así le daba el aire y mutaba esa tez agria que me estaba haciendo la vida imposible; primero, por la maldita sensación de soledad que el nido vacío provoca, y segundo, por una viudedad prematura que me dejó el eco de mi propia voz por compañera, hora tras hora, día tras día, a la espera de las visitas fugaces que a mis hijos quisiera concederles su estrés.
Cuando me hablaron de aquel lugar de ocio para la «tercera edad», el estómago me dio un vuelco. Perdí la mirada para evocar su fachada, que tantas veces había recorrido ágil como una pluma camino al colegio, a la compra, al centro de salud situado a escasos metros. Apenas me daba tiempo a mirar por sus ventanas para alcanzar a ver manos temblorosas en partidas de dominó; o para escuchar a través de ellas la música que servía de fondo a las clases de gimnasia o el parloteo de las mujeres que, entradas en años, mostraban con orgullo las fotos de quienes —apuesto— debían de ser sus nietos. Nunca pensé que me llegaría el momento. Como si la vejez me estuviera vedada. Como si la vida hubiera apartado los ojos para hacer una excepción conmigo.
A pesar de todo, acepté. Los días en casa pasaban en exceso lentos, las horas eran demasiado largas y mis actividades rutinarias no alcanzaban a cubrirlas todas como para no sentir la soledad y el hastío como losas pesadas de soportar. Así es que hice acopio de realidad y acabé incluyendo en mi cartera aquel carné que me permitía apuntarme a clases de maquillaje, costura o inglés básico —por si el milagro de conocer Londres aún era posible—, a la biblioteca, hasta a cursos de redes sociales para mantener contacto con quienes estaban lejos, impedidos por una distancia que a nuestra edad se había vuelto especialmente inquebrantable. En mi carné no figuraba Carlos, la persona de la que he comenzado hablando; aunque para mí resultó ser la«opción estrella», destinada sin saberlo a darle esplendor a mi vida.
Mi amistad con Carlos fue ganando intimidad sin apenas darnos cuenta. Su rostro emanaba dulzura a pesar de sus marcadas facciones surcadas de arrugas. Me hacía nadar en sus ojos claros cuando me hablaba, con su mirada limpia y calmada, al tiempo que me imbuía de su conversación literaria, cuajada de libros. Para mi regocijo, mi pasión por la lectura —mermada por las cataratas— fue a darse de bruces con aquel pozo literario investido de profesor de lengua al que empecé a admirar. Nuestros cafés disfrutaban de charlas interminables, nos acogían rincones cómplices de palabras dulces, de tímidos roces de adolescentes, y en cada paseo los árboles celebraban nuestra complicidad con un aplauso de hojas derramadas sobre nosotros. Ni un solo día dejamos de vernos durante tres años, con la excepción de las semanas de gripe y algunos otros copados por alguna obligación mayor.Hasta sufrir aquel maldito accidente, una caída tonta al trastabillar en un peldaño de la escalera. Me di en la rodilla un golpe descomunal y me rompí la cadera. Tuvieron que operarme. Y aquello no habría tenido mayor relevancia si no fuera porque no me dejaron bien. El éxito de la rehabilitación se redujo a la mitad en un tiempo doble y la silla de ruedas, que venía utilizando hasta entonces, exigió un papel protagonista pasando a ser considerada tan compañera en casa como mi voz. Hablarle de tú a la vejez me producía un cierto espasmo; pero acusar la directa mirada de la dependencia me terminaba de congelar.
Mis hijos decidieron turnarse. A tempranas horas de la mañana venían a casa y me ayudaban a levantarme antes de irse a trabajar, después de asearme a cuatro manos con más pena que dignidad. Lo demás intentaba hacerlo sola, pero sortear barreras me costaba un mundo; lo más insignificante podía llevarme horas y un despliegue inmenso de habilidad. La mayoría de las tardes contaba con Carlos. Unas veces, desarrollaba en casa sus actividades de ocio; otras tantas, empujaba la silla como un mocetón fornido hasta llegar al parque o a cualquier otro lugar donde poder quemar el tiempo de la forma más amena posible.
No vino sin embargo un martes en que mis hijos se presentaron en casa para tomar café, tras un anuncio hecho oficial. Me encontraron arrebujada en la silla, al calor del brasero, y en la tele una película que me encantaba rememorar.
—¿Qué estás viendo? —me preguntó mi hija al entrar.
—¿No te acuerdas? —le respondí, bañada en nostalgia.
Olga miró a la pantalla de manera nerviosa, sin dejar de parlotear. Mi hijo Luis, en silencio y sin preámbulos, sacó unos dulces, los puso sobre la mesa y se prestó a hacer el café. Una vez servido, Olga carraspeó. Varias veces. Mirando a Luis. Yo, a pesar del desconcierto que me producía la situación, devolví la vista a la tele para no perderme el final.
—¿Dirtydancing? —preguntó mi hijo.
Asentí mientras notaba que Olga clavaba su mirada en mí.
—Mamá…
—Espera, espera —la interrumpí emocionada—, si ya se va a acabar. Mira, ahora es cuando llega Patrick Swayze y le dice a ella eso de…
—Mamá…
—…eso de «no permitiré que nadie te arrincone». —Emulé la contundencia con la que lo decía—. ¿Te acuerdas de lo que nos emocionamos cuando lo escuchamos por primera vez? Recuerdo ese día perfectamente, tú estabas…
—¡Mamá! —exclamó mi hija, alzando la voz—. Deja la película, por favor, esto es importante.
Suavizó el tono, pero mi crispamiento permaneció intacto. Ignoré la escena, cerré la boca y esperé a que hablara, con una expectación enorme. Había algo en sus ojos que no me gustaba, me estaban produciendo angustia. Después de muchas divagaciones y palabras sin sentido, por fin lo soltó.
—Mamá, esta situación resulta insostenible. Yo trabajo y Luis también. No sabemos cuánto tiempo tardarás en poder valerte sola. Y están los niños, sus actividades, sus necesidades, que tú ya sabes por experiencia que son muchas. Mi marido, su mujer… No podemos abarcar a todo, pero no queremos abandonarte…
Me retorcí las manos en el regazo, una contra otra.
—¿Qué intentas decirme, Olga? —Ella miró a Luis, en una clara petición de ayuda.
—Mamá —continuó él—, necesitas que te atiendan más horas al día. Le hemos estado dando vueltas a la idea de contratar a alguien que pueda cuidarte, pero tu pensión…, ya sabes, es la justa, y tampoco tienes dinero ahorrado para poder cubrir ahora esta necesidad.
Tragué saliva y noté el sabor salado de una lágrima incipiente. Lo que decía era verdad. Mi pensión de viudedad era la mínima que podía quedarme por el trabajo autónomo de un marido taxista. Yo no generaba ingresos propios, no había cotizado, quise dedicarme a mis hijos en cuerpo y alma, renunciando, por y para ellos, a una vida laboral. Y nuestros ahorros se habían esfumado en costear sus estudios y en regalarles la entrada que les exigía la inmobiliaria para poder comprar las casas en las que vivían con tanta comodidad.
—Nosotros tenemos muchos gastos —siguió diciendo Olga—: la universidad de Blanca, el colegio mayor, las clases de piano, el carné de conducir… Y otras deudas por pagar, como el coche, la hipoteca...
«...Y el apartamento de la playa al que le has echado el ojo», no pude evitar pensar.
 —Luis está igual.
Mi hijo era médico y mi hija, abogada. Con tan buenos sueldos como sus parejas. Con un nivel intelectual tan alto como ganas de vivir la buena vida. Los dos.
Olga apuró el café ya frío y cogió aire.
—Mi hermano y yo creemos que lo mejor sería vender el piso. Nos vendría bien a todos esa ayuda... ¡Sobre todo a ti, mamá, eso resolvería el problema! —se apresuró a decir, para evitar la desvergüenza.
Agaché la cabeza para que no apreciaran el brillo en mis ojos, mi dignidad de madre no me permitía exhibir el dolor. Mercadeaban con lo único que tenía. La herencia de su padre los estaba esperando y mi desgracia les había brindado la excusa ideal.
—¿Y dónde se supone que voy a vivir? —pregunté con entereza. Ambos se miraron y el calor se apoderó de sus mejillas—. Espera, no me lo digas. Creo que ya lo sé.
Hice amago de empujar mi silla y salir de allí, no podía soportar más. Mi hija dejó caer la mano sobre mi brazo, en un intento de detenerme.
—Iremos a la residencia a verte siempre que podamos, mamá, te lo prometo…
No sé si había congoja o no en su voz, pero aunque así fuera, no hubiera servido para consolarme. La decisión, interesada y drástica, ya estaba tomada. Por ellos. Solo por ellos. No se dignaron a preguntarme, en ningún momento, lo que pensaba yo, ni tuvieron en cuenta mis sentimientos. Yo estaba inválida, pero no muerta. Ni tan siquiera senil.
Cuando se hubieron marchado, miré a mi alrededor con el pecho oprimido. Me apenaba sobremanera lo que estaría obligada a sacrificar: mi hogar, mis recuerdos impresos en cada palmo, en cada objeto, en cada rincón…Me arrebatarían el latido del pasado que me regalaba a diario la amable sensación de no haberlo perdido todo.Y me separarían de él. De Carlos. El hombre que había pintado mi corazón de rosa y llenado mi vida con letras de enorme significado.
Lloramos. Mi amor y yo. Lloramos en silencio, sentados en un parque, con mi cabeza sobre su hombro. Con un sol tibio que aspiraba a amortiguar el frío que sentía por dentro. Carlos me acarició el rostro en un derroche de ternura y me acurrucó en sus brazos. Entonces comenzó a mecerme, como si iniciara un baile al compás de una melodía imaginada, un baile suave, como el de las hojas arremolinándose al caer.
Semanas más tarde llegué a una residencia a las afueras de la ciudad. Con un par de maletas y una caja pequeña repleta de fotografías. Nada más. Después de echar unas cuantas firmas y acomodarlo todo en mi habitación, mis hijos me invitaron a tomar asiento juntos en la sala de estar, ofreciéndome su compañía antes del adiós. Una mesa baja, tres sillones; Olga a un lado y Luis al otro. En medio, yo, sin poder hablar; la garganta se me había cerrado. Más aún al ver la película que proyectaban de nuevo en televisión. She’slike de wind; así me dijo mi nieta que se llamaba la canción de DirtyDancing con la que se despiden los protagonistas.Y esa fue la que comenzó a sonar.
Mis lágrimas brotaron imparables, no podía despegar la vista de la pantalla. Todo se me vino encima, el mundo se desmoronó sobre mi cabeza. Con el deseo de ver un final feliz, aunque fuera ficticio, esperé a que Patrick Swayze entrara en escena para rescatar a su amor. Pero no fue él, sino Carlos. Fue Carlos quien abrió la puerta de aquella sala y permaneció varado unos segundos bajo el dintel, buscándome con la mirada hasta encontrar mis pupilas. Entonces avanzó hacia mí con su traje oscuro, los ojos claros, el cabello gris. Con porte firme, como digno protagonista de nuestra última escena, me tendió su mano. Y ante la mirada atónita de Luis y Olga dejó escapar una grave aunque afectada voz:
—No permitiré que tus hijos te arrinconen... ¿Te quieres casar conmigo?

                                                                                                    Pilar Muñoz
Relato publicado en  la Revista Pasar Página


El Médico, el musical.



Madrid ha sido la ciudad escogida para el estreno mundial del musical basado en el best seller internacional de Noah Gordon, el próximo 17 de octubre. De la mano de la productora Versus Creative, la obra cuenta la historia de Rob J. Cole, un huérfano que se convierte en aprendiz de un pícaro barbero y recorre con él la Inglaterra del siglo XI.
El Médico se ha publicado en más de 30 países y ha batido récords de ventas a nivel mundial. En 2013 se estrenó la adaptación cinematográfica donde Noah Gordon y su hija Lise fueron guionistas y ahora este gran éxito llega a los escenarios convertido en musical, tras un proceso creativo de dos años y una inversión de más de cuatro millones de euros.
Cuenta con 20 músicos en directo, la orquesta más grande del teatro musical español, y con la presencia de 33 artistas en escena, el musical ha sido creado y producido íntegramente en España. El papel protagonista de Rob J. Cole será interpretado por Adrián Salzedo y Sofía Escobar dará vida a Mary Cullen, un personaje que gana más importancia en la versión musical.
En palabras de Noah Gordon «la emoción de la novela ha conseguido traspasar a la música para que pueda oír mi libro. Estoy encantado de que los lectores ahora puedan experimentar las aventuras de Rob J. Cole de una manera nueva y maravillosa».
Creado y producido íntegramente en España, El Médico cuenta con un equipo creativo formado, entre otros, por el compositor y director musical Iván Macías, el director José Luis Sixto, el dramaturgo Félix Amador, Alfons Flores como escenógrafo, y Francesc Abós y Luis Perdiguero como coreógrafo e iluminador. Lorenzo Caprile es el diseñador de vestuario, un trabajo complejo ya que ha tenido que unir espectacularidad y  comodidad. Jorge Blass ha diseñado los efectos de magia y Feliciano San Román se encarga de la peluquería y el maquillaje del musical. Macías alternará la dirección musical en las funciones con Óscar Martín y María Ramos, que será la primera mujer que dirija la orquesta de un musical en España.

Resumen:
El sombrío Londres. Siglo XI. La vida del pequeño Rob J. Cole cambia el día que queda huérfano y descubre que posee un insólito don en sus manos: puede predecir la muerte.
Adoptado como aprendiz por un cirujano barbero, Rob recorre Inglaterra descubriendo la vida, la disciplina y la curiosidad por aprender. Con diecinueve años, un médico judío le habla de la lejana Persia, donde existe una escuela de medicina dirigida por el mejor médico de la época: Avicena.
Rob parte hacia la aventura, dispuesto a cruzar medio mundo para convertirse en médico. Mientras viaja en una caravana a través del desierto conoce a Mary, una chica escocesa que le hará elegir entre el amor y la vocación.
Nada será fácil para Rob en Isfahán, ni hacerse pasar por judío para que se le permita estudiar ni su relación con el Sha, que se encapricha de su amistad.
Pronto se convierte en un alumno aventajado de Avicena, pero una plaga, la guerra y un rey déspota pondrán a prueba la vida de Rob. Sólo la amistad, su vocación y el amor le empujarán a sobrevivir.
Un fascinante y revelador viaje donde la cara oscura del poder, el amor y la vocación se entrecruzan.

Mi opinión:
Empezaré por decir que no me podía creer que una novela que me había gustado tanto como El Médico, se pudiese convertir en un musical, siendo fiel a la compleja historia que narraba y a lo que yo me había imaginado al leerla.
Los efectos especiales nos trasportan a la Edad Media, manteniendo en la sala una neblina constante que consigue que el espectador crea estar en esa época, sin luz eléctrica, rodeados de pobreza, suciedad y penumbra. Los juegos de luces nos llevan desde el puerto de Londres, al desierto; los decorados desde el salón del trono del Sha de Persia, a la sala de la Ciencia de Avicena.
Los cantantes, actores y el cuerpo de baile, están a la altura del magnífico espectáculo. Adrián Salzedo y Sofía Escobar elaboran varios solos y duetos que hacen al público romper en aplausos, y el tenor Alain Damas, el Sha de Persia, protagoniza uno de los momentos memorables de la obra. Victoria Galán, la niña que da vida al Rob niño, hace una interpretación magistral.
Dejo para el final la música. Me ha envuelto, ha hecho bailar mis pies, emocionarme y viajar.
Tres horas de espectáculo y un público entregado, puesto en pie, ovacionando durante varios minutos una obra impresionante.


AMOR DE REBAJAS



Es muy duro enamorarse de un imposible, más cuando todos los días lo tienes delante de tus ojos y sabes que, por mucho que te esfuerces, no llegarás a él.
Me enamoré en el mes de octubre, una mañana cuando salía del trabajo para tomar mi almuerzo. En los escasos doscientos metros que separan la cafetería de mi oficina hay una tienda de ropa. No es una franquicia, es una de esas pocas tiendas que resisten al progreso, ofreciendo un muestrario de prendas que se aleja un poco del uniforme que nos hacen vestir las grandes marcas. Siempre que cambian el escaparate, me paro un rato a mirarlo y me pregunto de dónde vendrán sus blusas, sus abrigos, los pantalones y las faldas, los vestidos y los complementos que no están en ninguna otra parte de la ciudad.
Como decía, el dos de octubre, exactamente a las doce y cuarto, me enamoré.
Pasaba por delante cuando vi que detrás del cristal había movimiento. Un escaparate es algo estático, como una foto fija, un anuncio gigante de lo que contiene la tienda, pero ese día no era así. El hijo del dueño, que debe tener aproximadamente mi edad, caminaba descalzo por el estrecho espacio publicitario mientras colocaba la ropa en los maniquíes. No pude evitar quedarme mirando la delicadeza con la que dejó una bufanda, un gorro y unos guantes que parecían querer escaparse de la maleta antigua que reposaba en un rincón. Tampoco se me pasó por alto aquel resto de la poda de otoño que simulaba un árbol con las hojas caídas —algunas de las cuales estaban en el suelo— del que colgaban como descuidados pendientes y collares. Cuando estaba a punto de marcharme, recogió de una banqueta un abrigo que yo no había visto y comenzó a ponérselo al maniquí central. Desde ese momento, no pude moverme. Cuando terminó de abrocharle los botones, fue acariciando la tela para alisarla y sus manos se pararon en la cintura del muñeco mientras sonreía, supongo que orgulloso de su creación. De la manga del abrigo colgaba una etiqueta con el precio a la que dio la vuelta para que se viera, concluyendo su trabajo.
Entonces se volvió para salir de allí y nuestras miradas se encontraron. Estoy segura de que no se dio cuenta del torrente de sensaciones que lo que había hecho provocaron en mí, pero tuvo que notar que enrojecí hasta las orejas. Logré que mi cuerpo volviera a responder a las órdenes de mi cerebro, pero mi corazón estuvo un rato latiendo rebelde. Desconsolado por mi triste manera de hacer el ridículo —¿no había podido sonreír sin más y alejarme de allí?— y por la certeza de que lo bonito de la vida siempre ha sido para mí inalcanzable.
Me marché enamorada. Eso lo supe en cuanto volví a pasar por delante del escaparate y no fui capaz de conseguir que mi corazón siguiera la secuencia correcta de latidos.
Por la noche, en mi cama, no podía dejar de pensar en aquel hipnótico lugar. En ese tiempo en el que el sueño aún no te ha vencido, encontré una esperanza para mí. Requería de tiempo, constancia, paciencia y suerte, pero ahí estaba.
Seguí pasando cada día frente al escaparate y, en todos ellos, mi mirada acababa tropezando alguna vez con el hijo del dueño. Su sonrisa cruzándose con mis ojos era la contraseña para marcharme y, por la acera, me seguían como una estela la alegría, el deseo y la esperanza. Lo iba a conseguir.
Enero llegó y, con él, el frío que se había unido a la fiesta del invierno. Arrebujada en mi vieja cazadora, protegida porun gorro y una bufanda, pasé por delante de la tienda como cada mañana. El hijo del dueño estaba dentrodel escaparate, pues había llegado la temporada de rebajas. Agachado al lado de la maleta, ponía unos cartelitos al lado de cada prenda con sus descuentos. Me quedé un momento más, curiosa por saber qué harían las matemáticas con aquel escaparate del que conocía cada detalle de memoria, tranquila porque él estaba de espaldas y no era capaz de ver que lo observaba.
Ambos nos giramos  cuando sonaron las campanillas de la tienda y entró una mujer. Fue directa a hablar con él y le obligó a dejar su tarea para atenderla. Al salir del escaparate se dio la vuelta para ponerse sus zapatos y me sonrió cuando agarraba el maniquí que vestía el abrigo y lo metía dentro de la tienda. La mujer le habló y él la saludó con dos besos y una de esas sonrisas que me dedicaba cada día.
Sentí que algo se secaba dentro de mí y, en cada paso a la cafetería, podía escuchar un crujido: eran mis ilusiones haciéndose pedazos. Unas campanillas habían dado el pistoletazo de salida para que se quebrasen, como las ramas frágiles de un árbol que ha perdido hace mucho la savia que le da la vida. Había esperado, había tenido paciencia, pero acababa de presenciar que de poco me había servido.
No regresé de vuelta al trabajo por el mismo camino.
Sin embargo, al día siguiente, volví a pasar frente a la tienda. Sé que el tiempo se encarga de borrar la tristeza si le das opción y yo a ella no la quería como compañera de mi vida. Si en mí se había despertado esa emoción poderosa que me llenaba de dicha una vez, ¿por qué no se podía repetir? No debía idealizar esa primera emoción, por mucho que me costara aceptar que había llegado tarde a alcanzar mi sueño. Volví a parar en el escaparate y vi que de nuevo estaba en él el abrigo, pero con un cartel que decía “vendido”. Miré dentro de la tienda y descubrí que la misma mujer que hizo sonar las campanillas había vuelto.
Me marché.
Un rato después, en la cafetería, alguien me habló, obligándome a detener el remolino que trazaba la cuchara en un café que ya no necesitaba más vueltas.
—Perdona, eres la chica que se para todos los días delante de la tienda, ¿verdad?
Miré al dependiente y tuve que hacer malabares para no tirar la taza. Tenía su sonrisa frente a mí, sin un cristal de por medio, y en la mano llevaba una gran bolsa con el logotipo de la tienda. La levantó y me la mostró.
—Te lo cambio por un café —me dijo.
En alguna parte siempre existe alguien que es capaz de adivinarte. Hugo, así averigüé que se llamaba, adivinó que hacía tres meses que me había enamorado de un abrigo de precio inalcanzable. Como él se había enamorado de mí; así lo sentí en su mirada.
Después de ese café empezó otra historia, pero esa es mucho más larga de contar.





Mayte Esteban
Publicado en la Revista Pasar Página

viernes, 12 de octubre de 2018

EL TALLER DE LIBROS PROHIBIDOS de OLALLA GARCÍA



Entre las muchas novedades que se nos presentan durante el mes de octubre, hemos querido destacar El Taller de libros prohibidos de Olalla García editado por Ediciones B.

Es una novela de intriga histórica ambientada en la época de Felipe II y centrada en el mundo de los libros. Aborda los peligros que corrían los impresores y libreros cuando manejaban textos prohibidos por la Corona y la Inquisición. 

Poseer un libro prohibido, o comerciar con él, podía penarse con la hoguera. Eran los tiempos de la Contrarreforma más encarnizada y la Inquisición no se andaba con bromas. En la novela hay muchos ejemplos (históricos, por desgracia) de impresores, libreros y lectores que acabaron condenados por eso.

Sinopsis: 

Un thriller histórico ambientado en el fascinante mundo del libro en el siglo XVI. 
Alcalá de Henares, 1572. La joven librera Inés Ramírez acaba de quedar viuda y ha de ponerse al frente del negocio familiar. Pronto descubre que su esposo poseía la clave de acceso al único ejemplar de un libro prohibido, cuya desaparición había sido ordenada por el poder político y la Iglesia siglos atrás. 
Con la colaboración de Pierre Arbús, un oficial de imprenta francés, inicia la investigación. Tendrá que tratar con personajes de todo tipo: maestros impresores, eruditos, delincuentes, nobles de alta cuna... Y todo bajo la sombra omnipresente de la Inquisición, que vela por controlar el pensamiento y la palabra, y la estricta censura de Felipe II. 
Novela histórica y de intriga, El taller de libros prohibidos nos transporta a la época en la que imprimir, vender y leer libros podía llegar ser una actividad sumamente peligrosa. 

En cuanto lo leamos os contaremos nuestras impresiones y aprovecharemos para entrevistar a su autora en la Revista Pasar Página.
Almudena Gutiérrez

jueves, 4 de octubre de 2018

Escándalo en el Nóbel



Aunque este título pudiese parecer el de una novela, tristemente no lo es.
El mundo está siendo sacudido por monumentales escándalos de corrupción y abusos sexuales y parece que no van a quedar instituciones fuera de esta lacra. Desde los altos cargos políticos y económicos de los países llamados desarrollados, hasta los más altos representantes de la Iglesia todos tienen secretos que ocultar.

Ahora los escándalos han llegado a los Premios Nobel, en especial al de Literatura.
La bomba que ha hecho estallar el conflicto se llama Jean-Claude Arnault, dramaturgo y fotógrafo francés, residente en Estocolmo desde hace más de cincuenta años y casado con Katarina Frostenson, miembro de la Academia Sueca que concede estos premios. Era uno de los hombres con más poder en el ámbito cultural sueco, poder que ejercía desde el Centro Cultural Forum, subvencionado parcialmente por la Academia.
Arnault ha sido acusado de abusos sexuales por 18 mujeres. Éstos se habrían producido tanto en la sede de Forum como en dos pisos propiedad de la Academia y gestionados por Arnault, uno en Estocolmo y otro en París.
Para agravar el asunto, se ha conocido que la Academia recibió una carta, hace veinte años, de una de las víctimas, denuncia que fue ignorada. También se ha sabido que el artista, al que la prensa sueca está empezando a calificar de “depredador sexual”, ha acosado a esposas, hijas y trabajadoras de la Academia y que tampoco se hizo nada.
Además, su esposa, Katarina Frostenson, figuraba como copropietaria de la sociedad que dirigía Forum, incumpliendo las normas de imparcialidad, pues era la encargada de repartir las subvenciones de la institución.
Por si esto fuera poco, se ha demostrado que estaba detrás de la filtración de siete ganadores en los días previos al anuncio, permitiendo con ello la manipulación de las millonarias apuestas que se organizan en torno al premio.
Al destaparse el escándalo, que intentaron ocultar, tres miembros dimitieron, aunque fuese simbólicamente, ya que la membresía es con carácter vitalicio. Acusaron a sus compañeros de anteponer la amistad a la integridad, refiriéndose a Katarina Frostenson que, al final, se ha visto obligada a dejar su cargo.
De los dieciocho componentes de la Academia, sólo quedan once, ya que dos hace tiempo que dejaron su puesto y, cumpliendo los estatutos, no han sido sustituidos. Teniendo en cuenta que la elección del Premio Nobel exige un quórum de doce, es imposible que puedan seguir adelante.
A día de hoy, el rey Carlos Gustavo, protector y mecenas de la Academia, ha dado orden de cambiar los estatutos para poder elegir a siete nuevos académicos. Pero no está muy claro que esto sea suficiente. No podemos olvidar que los académicos que quedan son los que han intentado ocultar el escándalo.
Para entender la importancia de este galardón hay que conocer su historia: Alfred Nobel vivió atormentado sus últimos años, teniendo la certeza absoluta de que sus innovaciones en el campo de la ciencia (dinamita, balistita y gelignita) serían utilizadas para matar. Por este motivo decidió donar gran parte de su inmensa fortuna para recompensar a aquellas personas que, en cinco campos diferentes, ayudasen a la humanidad. En concreto, el de Literatura, “…al que haya producido la obra literaria más notable…”, y así lo hizo saber en su testamento, firmado en París el 27 de noviembre de 1985.

Alfred Nobel moriría un año después, el 10 de diciembre de 1896, fecha ligada para siempre a los premios, que se entregan este día en recuerdo a su creador.
La Academia Sueca es, desde entonces, la encargada de decidir, de entre muchísimos candidatos, el elegido para que el monarca sueco le entregue la medalla conmemorativa, el diploma que lo acredita y los diez millones de coronas suecas con las que está dotado el galardón. La Academia, fundada en 1786, está compuesta por dieciocho miembros y su divisa es «Talento y gusto» («SnilleochSmak»).
El primer premio Nóbel se entregó en 1901 al francés SullyPrudhomme.
A lo largo de estos años, no ha estado exento de escándalos de todo tipo. La elección ha tenido que ver, en muchas ocasiones, con las tendencias estéticas del comité: el idealismo tradicionalista, el humanismo generoso, la literatura accesible al gran público, los innovadores o los maestros desconocidos. Estas tendencias duraban largos periodos en los que era imposible pensar que el Nobel lo mereciese alguien que no estaba dentro de ellas. Tampoco la política quedó fuera, concediendo un muy criticado premio a Winston Churchill, al yugoslavo Ivo Andric (para complacer a Tito), a los rusos Boris Pasternak y Alexander Solyenitzin (para exasperar a los soviéticos), al egipcio NaguibMahfuz (para complacer al mundo árabe) y a la sudafricana NadineGordimer (para denunciar el apartheid). Y no han faltado escándalos tras las decisiones que, por otra parte, son muy opacas. Tienen que transcurrir 50 años para que sus deliberaciones y sus informes se hagan públicos. Así hemos sabido que en 1935, año que quedó desierto, no les pareció que reuniesen méritos suficientes para la concesión del Nobel escritores de la talla de  Unamuno, Chesterton o Valéry.
También han sido motivo de muchas críticas en los últimos años su falta de igualdad de género: solo catorce mujeres han sido distinguidas con el galardón en toda su historia.
Y la guinda al pastel la han puesto las declaraciones de la esposa de Jorge Luis Borges, María Kodama, que ha asegurado a la prensa que su marido recibió una llamada de la Academia para decirle que si viajaba a Chile para recibir el Doctor Honoris Causa por la Universidad de ese país, de manos de Pinoched, no se le concedería el Nobel. Parece ser que contestó que un hombre no podía permitir ni sobornar ni dejarse sobornar.

En resumen, oscurantismo, corrupción, encubrimientos, apuestas, sexo, política, chantaje, todo esto podría definir lo que ha ocurrido en La Academia, muy lejos de lo que soñó Alfred Nobel.
En mi opinión hace falta mucho más que unos meses y unas dimisiones para que este premio pueda volver a considerarse el más importante en el mundo de la literatura. El escándalo destapado ha servido para que los «trapos sucios» que han estado guardando durante más de un siglo salgan a la luz. Para mí ha perdido toda credibilidad.
Almudena Gutiérrez