lunes, 30 de noviembre de 2020

«La última sesión»

Una vez más, Fernando Martínez López nos cede un relato para esta sección. Un homenaje al cine de barrio, a los abuelos y al amor.


El día que a mi abuelo le anunciaron el cierre del cine respiró una nube de tristeza, y después, desde los pulmones se le transmitió a la sangre, a los huesos, más encorvada su figura, también a la mirada, tan afligida que los párpados los cerraba de continuo, como si fueran el telón que daba por finalizado el espectáculo de lo que constituía la ilusión de su vida. Y es que él había sido el proyeccionista del cine de mi barrio desde que la sala abrió sus puertas en los años cincuenta, aureolada por el brillo de lo que aún era la época dorada de Hollywood y de los emergentes directores europeos. Allí, en aquella pequeña habitación de luz mortecina y abigarramiento de rollos y carteles de películas, conectaba el proyector y su halo luminoso atravesaba el universo oscuro de la sala para recrear sobre la pantalla las más hermosas historias.

Yo, desde pequeño, fui el ratón que conocía cualquier recoveco de aquella sala de incómodos asientos de madera. Abría todas las tardes salvo los lunes, pero eran principalmente los fines de semana cuando se convertía en centro gravitatorio del barrio, algarabía de la muchachada en la sesión de tarde, mucho más calmosa la de la noche con los adultos, seductor James Dean en Rebelde sin causa, grandiosos Anita Ekberg y Marcello Mastroianni en La dolce vita, frío e infalible Cleant Eastwood en el spaghetti western. Con El baile de los vampiros de Roman Polanski di mi primer beso de amor a principio de los años setenta, a mis catorce, amparado por la penumbra de la sala y los sobresaltos que la película producía en Laura, y eso que más bien se trataba de una parodia del género de terror tan en boga en aquellos días. A mí eso me daba igual, lo que me interesaba era la cercanía de Laura, indiferente si los vampiros bailaban un minueto o si la silla se me incrustaba en los huesos. Veía a un joven Roman Polanski y al despistado profesor Abronsius sin que yo entendiera exactamente qué hacían por Transilvania, por qué tenían que rescatar a una bella Sharon Tate, y Laura cada vez más cerca, hombro con hombro, su mano posándose sobre la mía y luego las pupilas engarzadas, iluminadas por el reflejo de la pantalla antes de que nuestros labios se unieran blandamente por primera vez. «Eso también es la magia del cine, cuántos besos furtivos no se habrán dado en este patio de butacas. Acabarás siendo un galán como Paul Newman», me dijo mi abuelo sonriendo cuando le conté lo que había pasado, convencido de que no revelaría el secreto a mis padres, tal era nuestro grado de complicidad.

Aquella fue esa época feliz que cada uno atesora con cariño en el cofre de su memoria, a la que nos aferramos cuando llegan los días que se asemejan a farolas apedreadas, como los que sobrevinieron en los años ochenta. Por aquel entonces se hizo famosa la canción del grupo The Buggles El vídeo mató a la estrella de la radio, pero lo cierto es que no solo acabó con ella, sino que fue devorando paulatinamente la asistencia a los cines, la comodidad de elegir qué película ver en casa aunque careciera de la calidad y la atmósfera inimitable de una sala como en la que trabajaba mi abuelo. Eso fue solo el anuncio de lo que se avecinaba. Resultaba desolador comprobar cómo los fines de semana había pocos espectadores, casi nula la asistencia en jornadas laborables, y nuestro cine de barrio transformándose en una inmensa catedral vacía, demasiado espacio hueco donde las voces de los actores se convertían en algo así como espectrales psicofonías procedentes de un ultramundo próximo a extinguirse. Aquello fue mermando el ánimo del abuelo. Él, que ya se había jubilado de su trabajo habitual, oficinista, pero que nunca lo haría de su pasión, el cine, acariciaba el proyector que por aquella época estaba en funcionamiento, un modelo Victoria de la marca italiana Cinemeccanica, y lo revisaba y le cambiaba la lámpara como el cirujano que coloca una prótesis en un cuerpo que paulatinamente se va haciendo inservible.

De alguna manera, aquellas tinieblas se fueron expandiendo y contagiando, al menos Laura y yo fuimos víctimas de su nefasta acción vírica. Tras un noviazgo precoz, también nos casamos demasiado jóvenes sin atender los consejos de mis padres y los suyos, tan apasionado era ese amor que germinó durante la película de Polanski. Luego, la convivencia diaria, por alguna extraña razón, lo fue enfriando, más distanciados los besos, las caricias, las risas que antes brotaban con frescura de manantial. El nacimiento de nuestro hijo incluso, lejos de mejorar la situación, la agravó. Tal vez comprendimos que con nuestro compromiso prematuro nos echamos encima una losa de responsabilidad y dejamos de saborear la inconsciente diversión propia de la juventud, esa de la que disfrutaban nuestros amigos. Comenzamos a contemplarnos como extraños, nosotros, que nos habíamos querido tanto, y eso era tan desagradable como la muerte de una golondrina. A mis padres no les dije nada, solo a mi abuelo, mi confidente, mi mejor amigo, y entonces él, apartando su propio desánimo, me comentaba que sería una crisis pasajera, y me hablaba de las películas en las que en una situación semejante el final había sido feliz, como si la ficción pudiese influir en la realidad.


Un funesto día, durante una comida familiar, fue cuando el abuelo nos anunció que el dueño del cine había decidido cerrarlo, que ya no era rentable y que tenía una oferta imposible de rechazar para derruirlo y construir allí un edificio. Ahí fue cuando respiró aquella nube de tristeza que lo transmutó en persona alicaída, un espejismo de lo que él siempre había sido. Lo pasó tan mal que somatizó la depresión, y todo se le volvió achaques y una peligrosa montaña rusa en la tensión arterial. Sin embargo, cuando se aproximó la fecha del colofón, su actitud cambió en cierta medida y nos invitó a la que sería la última sesión de aquel cine tan entrañable, no solo a la familia, sino a todo aquel que quisiera asistir: había convencido al dueño de que la última proyección, como homenaje a lo que había supuesto el local en la historia del barrio, fuese gratuita. Laura, con la distancia que mediaba entre nosotros, se mostró reacia a acompañarme, tenía que cuidar del niño, comentaba, pero ante la ilusión y la insistencia de mi abuelo terminé por convencerla argumentando que podíamos dejarlo con algún amigo durante unas horas.

Aquel sábado el cine de barrio resucitó, regresó la alegre aglomeración de antaño como si de un viaje en el tiempo se tratara, el patio de butacas abarrotado, jóvenes y mayores, nostálgicos de una época que ya agonizaba, parejas que allí se habían dado ocultos besos como Laura y yo. El abuelo también parecía resucitado, su mejor traje, ese vapor ilusionado en la mirada como el de los niños que descubren el mundo. Él mismo había seleccionado la película, una que supuso gustaría por igual a todos los públicos, Asesinato en el Orient Express. Sin embargo, cuando se hizo la oscuridad y el halo de luz del proyector se materializó en el aire, no fue ese el título que se mostró en la pantalla. Al principio hubo algunos silbidos y protestas, pero enseguida se silenciaron para disfrutar de una sesión de cine por la que no habían pagado nada, una sesión que sería la última, y allí estaban de nuevo un joven Roman Polanski, un despistado profesor Abronsius y una bellísima Sharon Tate interpretando sus papeles en El baile de los vampiros. No pude evitar que se me humedecieran los ojos ante el detalle del abuelo, que se tragó su propia tristeza para intentar que yo no tuviera que beberme la mía, y me asaltó la memoria aquel lejano día en que, ante la misma película, Laura y yo nos tomamos por vez primera de la mano, anudamos nuestras miradas y nos besamos, esa Laura cuya piel ahora me evitaba, la misma a la que sorprendí emocionada, retrotraída seguramente a un hermoso pasado que sin razón justificada habíamos decidido enterrar. Fue entonces cuando se repitió aquella lejana escena, cuando posó su mano sobre la mía, volvió la cabeza y de nuevo se encontró la carne de nuestros labios, un sabor casi ya olvidado, bendito abuelo, bendito cine que habían obrado una vez más la magia.

Lo extraño sucedió cuando finalizó la película, porque las luces de la sala no se encendieron. Pensé que el abuelo había decidido prolongar el postrer momento y proyectar tal vez otra película, pero nada de eso ocurrió. Alarmado, subí a la cabina y allí lo encontré derrengado en el suelo. Más tarde el médico aseguró que se había tratado de un infarto, esos problemas con la tensión arterial, y que apenas tuvo tiempo de sufrir. De eso tengo certeza, que apenas sufrió, porque en el momento que lo descubrí aún mantenía dibujado en su cara un rastro de felicidad, el mismo que gastaba cada vez que recreaba fantásticas historias en la pantalla, el mismo que me mostró aquella remota fecha en que le confesé mi primer beso durante la proyección de El baile de los vampiros.

Fernando Martínez López



 

lunes, 23 de noviembre de 2020

«Relato de otoño» de Pilar Muñoz

 


Pregunto a los árboles si me recuerdan, porque los he sentido estremecerse al verme pasar. Han hecho oscilar sus ramas, como si me saludaran. Y han dejado caer sus hojas para besarme la piel. El sol se despereza a mi espalda y noto su aliento en mi nuca, tibiando mis sentimientos para arrebatarles el frío que infunde la soledad. Me detengo y miro a mi alrededor. Se me antoja estar inmersa en una acuarela otoñal en la que el negro de mi vestido es un intruso entre ocres, el borrón que un desalmado hubiera trazado en este cuadro pintado con tanto gusto. Con tanto esmero. El suelo crepita, la brisa mece mi pelo y un «te quiero» me alcanza en un susurro imaginado. Es tu voz. Que me llega del cielo, del corazón o del alma. O tal vez del desván de la memoria, que guarda reliquias sin yo saberlo. Maldito mes de septiembre que me apartó de ti, que diluyó mi vida como si fuera una de tantas hojas muertas de las que ahora piso. Y bendita esta valentía que me ha empujado a volver aquí, a enfrentar un paisaje que me baña de nostalgia y de recuerdos enmarcados. Los de ti junto a mí. Mirándonos. Besándonos. Pensándonos en silencio bajo el calor de un abrazo.

Observo una sombra que acierta a reproducir tus perfiles. Estoy soñando, lo sé, pero no me importa. Porque siento que podré tocarte y hablarte y despedirme de ti como nunca pude hacerlo. Dejaré que a mis pies caiga este manto de pensamientos muertos que no me dejan vivir. A ver si este otoño los pinta con tonalidades nuevas. A ver si la brisa los acuna y adormece...

O que el sol los haga germinar con savia nueva al llegar la primavera.

Pilar Muñoz





viernes, 20 de noviembre de 2020

«La noche de plata» de Elia Barceló

 


Sinopsis

Viena 1993. Una niña desaparece en un mercadillo de Navidad

Viena 2020. La policía encuentra un esqueleto infantil en el jardín de una casa de las afueras.

Carola Rey Rojo, especialista en secuestros y homicidios infantiles, y madre de la niña desaparecida veintisiete años atrás, ahora en excedencia de la policía española, vuelve a Viena con el encargo amistoso de deshacer la biblioteca de un marchante de arte recientemente fallecido.

Junto con su amigo y colega, el inspector-jefe Wolt Almann, se verá envuelta en una trama que pondrá en evidencia que nadie es lo que parece y que uno nunca acaba de conocer a los demás, ni siquiera a sí mismo.

Lo que parecía un cold case se complica cuando, ahora que todo parecía casi definitivamente superado, otra niña desaparece en el mercadito de Navidad de la ciudad imperial de Viena, la esplendorosa ciudad de la música y el arte que oculta tras las fachadas de sus bellas casas los más oscuros secretos.

 

La autora:


Elia Barceló (Elda, Alicante, 1957) es una autora traducida a diecinueve lenguas, con varios best sellers internacionales en su haber, en los que combina elementos de la novela de misterio y del género negro con historias realistas. Esta mezcla de géneros, junto con un exquisito trabajo de ambientación histórica y creación de personajes, es su marca de fábrica. Considerada una de las escritoras contemporáneas más versátiles en lengua española, se la ha llegado a llamar «la dama de los mil mundos»

Es considerada una de las tres autoras de ciencia ficción más importantes en lengua española.

Ha obtenido varios prestigiosos premios literarios y ha sido galardonada con el Premio Nacional de Novela Infantil y Juvenil, 2020, concedido por el Ministerio de Cultura de España.

La noche de plata es su última novela publicada.

Mi opinión:

Es una novela con unos buenísimos personajes, creíbles, cotidianos que, como cualquiera de nosotros, están llenos de dudas y se equivocan.

Carola, la protagonista, lucha contra sus fantasmas, los más antiguos y los más recientes, vive la dificultad de dejar volar a los hijos y de sufrir sus equivocaciones, de sentir que no los conocemos como creíamos, que ya no son nuestros niños. Con un perfil psicológico complicado, busca amistad donde otros quieren ver algo más, pero le alaga sentirse deseada, habiendo dejado ya atrás los sesenta años. Carola es una mujer con una losa de la que no ha podido desprenderse, arrastrándola con mayor o menor ímpetu en las diferentes etapas de su vida.

¡Qué bien describe la autora a las mujeres que ya han dejado atrás la juventud!

Los secundarios son interesantísimos, y van tejiendo las subtramas, iguales de interesantes que la principal, que se van entrelazando, como no podía ser de otra manera.

Paseando por Viena, sentimos frio y vivimos el horror de los abusos cometidos con niños, en algunos momentos con descripciones muy duras, aunque necesarias. Unos hechos que calan en el lector porque sabemos que estamos leyendo sucesos que ocurren, no vale mirar para otro lado, están ahí y los leemos con la certeza de saber que la realidad supera a la ficción

Una novela llena de detalles, pequeñas pinceladas que nos va dejando la autora para que vayamos «atando cabos», eso sí, a la velocidad que ella quiere que los atemos. que sirven para ir encajando todas las piezas con unos giros inesperados y varias casualidades, la vida está llena de casualidades, aunque es verdad que hay una que riza el rizo, pero pienso que solo acelera el desenlace que, de otra manera, llegaría al mismo sitio pero dando más rodeos.

No quiero contar nada que pueda suponer desvelar algo interesante, así que aquí lo dejo.

Una lectura muy agradable sobre todo por la prosa de Elia Barceló.

Almudena Gutiérrez

Almudena Gutiérrez



jueves, 19 de noviembre de 2020

«Relatos monocromáticos» de María Jesús Mena

 




Llega a nuestra redacción la noticia de la publicación de Relatos monocromáticos, de María Jesús Mena, que ha colaborado con nosotros en varias ocasiones.

Con estos relatos, María Jesús Mena crea un cúmulo de historias cotidianas, reflejo de un mundo que se debate entre el blanco y el negro, entre la claridad y la sombra. Como si de una pieza de almazuela se tratase, las narraciones se unen y entretejen para ofrecernos una visión más o menos nítida de esta sociedad que deambula entre universos digitales y analógicos, entre pasados recientes y futuros cercanos, y que pugna por definir con nitidez su contorno. 

Una periodista que viaja a Sarajevo, un violinista que desaparece una noche sin dejar rastro, las fotografías de unas flores que iluminan los lugares donde son ubicadas, unos retratos de la misma mujer (o quizá no), una niña vestida con un abrigo rojo que atraviesa sola un bosque o una casa que se va transformando en incertidumbre y agua son algunos de los relatos que habitan estas páginas. 

María Jesús Mena (Madrid) es titulada en Trabajo Social y en Ciencias del Trabajo por la Universidad Complutense de Madrid y experta en mediación y resolución de conflictos y cooperación internacional. 

La experiencia, profesional y humana, acumulada en esos ámbitos, nutren al menos en parte, su obra poética y narrativa: Poemas ciegos (Olé Libros, 2019), Relatos monocromáticos (Olé Libros, 2020) y la antología La flor en que amaneces (1º Volumen – Azalea, 2020), en la que se han incluido algunos de sus versos. 

Asimismo, ha publicado reseñas, entrevistas y artículos literarios en medios especializados como las revistas Moon Magazine, Pasar Página y Quimera, así como en el blog La Piedra de Sísifo.

Te deseamos muchos éxitos con esta nueva obra.




lunes, 16 de noviembre de 2020

Despertar en ti


Podría escribir los versos más tristes esta noche.

Y redactar que tus amores son mejor que el vino, en un cantar de los cantares.

O decir aquello de, eres un pájaro de niebla que picotea mis mejillas.

Y sentir que amanece la sangre doliéndome, a la espera de ser escrita. 

Podría unir todos los mundos, juntarlos en la palabra amor y hacerlos vivir entre las páginas de cualquier libro. Llenar los espacios de cielo y poner un Sol  que alumbre la tierra sembrada de letras. Y en una esquina del papel, pintar tu sonrisa, y que esta, crezca al leer. 

Y podría también, llegar con mi nombre hasta tu almohada, y dejarlo dormir junto a tu pecho, descansando mis emociones entre tus dedos,  y que acaricien mis letras toda la noche.

Con la luz tenue de alguna estrella, mientras la luna nos mira, a ti leyendo y a mi escrita.

Queriendo dejarme descansar en el próximo punto, y llevándome de coma en coma a la madrugada. 

Y después, despertar en ti,

sabiéndome entera.

Sole Raya.



martes, 10 de noviembre de 2020

«Quienes manejan los hilos» de Roberto Sánchez


24 de octubre de 2019. Ramón Santolaya, en calidad de secretario de Estado, asiste como testigo al acto de exhumación de Francisco Franco en el Valle de los Caídos. Posteriormente, desde el coche oficial, observa el vuelo que porta el féretro hasta Mingorrubio. Sin embargo, los restos del dictador nunca llegan a su destino. El helicóptero que los traslada se estrella pocos minutos después del despegue.

¿Atentado? ¿Accidente?

Está a punto de descubrirse la gran verdad, de desvelarse uno de los secretos mejor guardados de la reciente historia de España. Santolaya teme que lo puedan relacionar con los hechos y decide que es el momento de huir, de abandonar una carrera que le ha llevado desde la fontanería de la Moncloa pasando por los servicios de inteligencia. Desde la dictadura a la democracia, más de cuarenta años siempre muy cerca del poder y la toma de decisiones.

Ramón Santolaya, ávido lector y devoto de la radio, se verá envuelto en tramas propias de un mundo que solo creía que existía en la ficción.

Sobre esta novela se ha dicho:

«Ágil, chispeante, tremendamente imaginativa. Roberto Sánchez demuestra en esta novela de picaresca e intrigas que se puede inventar el pasado de tal manera que lo rocambolesco parece verosímil.» Elvira Lindo.

«Bien escrita. Bien trazada y bien resuelta, esta novela en un magnifico retrato a la vez irónico y melancólico de un tiempo y un país que se fueron pero han dejado huella.» Benjamín Prado.

El autor:

Roberto Sánchez Ruiz (Barcelona, 1966) es un periodista radiofónico español vinculado a la Cadena SER desde 1988. Entre 1994 y hasta 2012 creó y dirigió durante 18 años Si amanece nos vamos, el primer programa de transición entre la noche y la mañana, valedor de un Premio Ondas, un Micrófono de Plata y una Antena de Oro. Desde septiembre de 2012 trabaja junto a Carles Francino La Ventana. Ha sido profesor de Realización y Producción radiofónica en la Escuela Aula Radio de Barcelona. En 2018 publicó Asesinos de series. Esta es su segunda novela.

Publicada por Roca Editorial


Mi opinión:

Estamos ante un thriller político en el que, con una historia totalmente inventada por el autor, con una buena mezcla de ficción y realidad, nos paseamos por la más reciente historia de España.

Narrado en primera persona, presente y pasado se van alternando para que el protagonista, Ramón Santolaya, nos cuente cómo ha llegado hasta el punto en el que inicia la novela.

Roberto Sánchez nos narra con todo lujo de detalles cómo se forma a una persona, desde su juventud, cómo se llega a ser Secretario de Estado, desde la dictadura a la democracia, siempre en los ámbitos de poder, desde lo más bajo hasta las más altas jerarquías, mostrándonos que el poder no está en los grandes nombres, sino en figuras anónimas que manejan los hilos sin que nos enteremos, tejiendo la Historia.

Una historia de crímenes, de amores, de amistad, de decepciones, dónde nada es lo que parece, en una Barcelona que transita por los últimos años de la dictadura, con corrupción, crímenes que quedan impunes, servicios secretos y abusos de todo tipo. También viajaremos al Madrid de 1975, al palacio de El Pardo, entraremos hasta los aposentos privados del dictador.

Una lectura que nos obliga a volver a releer en algún punto, porque es fácil perderse en las subtramas, con varios giros inesperados y un buen final.

Roberto Sánchez escribe sencillo y nos lo cuenta tan bien, que llega un momento en el que dudamos si ocurrió o no lo que estamos leyendo y ese es el gran logro de esta novela, que consiga que el lector se meta en la historia y no piense que es pura ficción.

Muy recomendable.



Almudena Gutiérrez



 

lunes, 9 de noviembre de 2020

Tercer aniversario

Hoy, en lugar de un relato, os dejamos el editorial del número 34 de la revista, en el que damos las gracias a todos los que nos habéis ayudado a llegar hasta aquí.



«Aunque parezca mentira con la que está cayendo, nosotros estamos de celebración. Treinta y cuatro números después, cumplimos tres años, con la misma ilusión del primer día y el convencimiento de que ya no es una «chaladura» de un grupo de amantes de la cultura, sino un proyecto de futuro.

Muchos han sido los que han pasado por estas páginas, dejándonos sus relatos, contestando a nuestras preguntas, ayudándonos en la documentación de los artículos o cediéndonos sus fotografías, tantos, que es imposible nombrarlos en este editorial. A todos ellos, gracias.

No hay colaborador pequeño, nos hemos visto arropados desde las editoriales, que nos han facilitado llegar hasta sus autores, hasta esa persona desconocida para la mayoría que nos ha hecho llegar una historia interesante.

Tampoco hemos tenido límite de edad: hemos contado los sueños de una adolescente de dieciséis años y de una octogenaria que nos dio una lección de vida.

En nuestro afán por abrirnos a todo aquello que sea interesante para vosotros, nuestros lectores, hemos ido introduciendo temas de diversos ámbitos culturales, benéficos o científicos y, como ya he dicho en otras ocasiones, rodeándonos de unos colaboradores de lujo, que dan todo, sin pedir nada a cambio, porque por si hay alguien que no lo tiene claro, el trabajo que aquí realizamos cada mes, es totalmente altruista, nuestro único beneficio es la satisfacción de que nos sigáis leyendo.

Soplamos tres velas más virtuales que nunca, pero llegará el día en el que todo el equipo podamos reunirnos para celebrar lo que hemos conseguido y de lo que estamos, ¿por qué no decirlo?, muy orgullosos.»

Almudena Gutiérrez



lunes, 2 de noviembre de 2020

"No recordaba tener un sexto dedo"





No recordaba tener un sexto dedo. Pero tampoco tenía consciencia de muchas cosas más.

Un abrazo sin entusiasmo, fue la despedida de quien había sido mi enfermera durante según ella seis meses. La verdad si me hubiera dicho seis años, me habría parecido el mismo tiempo. No tenía consciencia de cuánto, ni de por qué había permanecido allí.

Al abrir la puerta un viento húmedo vino a verme. Llovía y el olor a tierra mojada hizo un rápido recorrido perceptible en todos los sentidos. La sensación de plenitud que solo se alcanza, cuando cada parte de ti misma insufla placer. Ese aroma era el único recuerdo que me llevaría de aquél lugar.

Al final del jardín bajo el paraguas, me esperaba una sonrisa amplia y forzada de mi asistenta y de quien iba a ser mi cuidadora y acompañante a partir de este momento. 

—Hola, soy—una voz tímida y temblorosa apenas audible me hablaba con temor. 

—Sé quién es usted, Manuela. No estoy tan enferma como para no recordarla.

— ¿Quiere que la ayude? 

— ¡Vámonos! Quiero irme ya. 

—Si señora. He pedido un taxi para que nos lleve a casa.

La borrosa visión que me ofrecía la ventanilla del coche era igual a la que tenía de mi vida. Pero no quería reconocerlo. Algo en mi cabeza peleaba contra el olvido. 

Un portón de hierro y una placa en la que podía leer Villa Carmen, trajo a mi memoria que ya habíamos llegado. Accioné la manilla de la puerta para salir, al tiempo que mi asistenta me sujetaba por el codo, impidiendo que saliera. 

—Manuela suélteme, quiero dar un paseo. 

Quería retrasar la entrada a todo lo que me pertenecía, no estaba segura de si podría recordarlo. 

—Espere, le he traído su chaqueta, hace bastante frío este otoño. Deje que le ayude a ponérsela. 

Nada como sentir algo tuyo envolviendo tu cuerpo, en forma de abrazo. Mis manos estaban heladas y, una sorpresa agradable vino a recordarme la buena costumbre de dejar siempre mis guantes en los bolsillos, mi primer intento de colocarme uno de ellos, hizo que pensara que me había equivocado de mano. El segundo de ellos, provocó una punzada directa en el pecho y otra más grave en un lado de mi cabeza. Mi mano izquierda volvió a cerrarse en un puño. Y en ese instante en el que mi cuerpo se contrae, comprendí por qué había estado encerrada en aquel lugar. Recordé como aquella mañana amputé de un tajo el sexto dedo de mi mano. Y habría continuado cercenando mi cuerpo si Manuela no hubiese aparecido. 

  Rosa Sánchez  de la Vega


Publicado en el número 34 que podéis encontrar en «descargar revista»