El testimonio sincero de un hombre que apostó por vivir y
que lo consiguió gracias a su pasión por inventar y compartir mundos.
Un libro difícil de catalogar, en el que el autor hila un relato
sereno, con el que sobrevuela los recuerdos de su infancia. Una infancia dura,
difícil, con agresiones sexuales, acoso escolar, incomprensión en el ámbito
familiar y el pensamiento continuo, de un niño de 8 años, de que lo mejor era
morirse.
Un libro que ha escrito para que los que ahora sufren lo que
él sufrió, y sigue sufriendo, tengan lo que él no tuvo.
Un libro que nació una mañana, mientras desayunaba y pensó,
¿qué pensó?, ni él mismo lo sabe, pero llamó a su editora y le contó un
proyecto. Probablemente, si se hubiese parado a pensarlo otra vez, esta
historia no habría visto la luz.
Pero la tenemos aquí, un libro luminoso, duro pero lleno de
esperanza y que está consiguiendo remover conciencias.
No podemos seguir mirando hacia otro lado con la violencia a
los niños, todo tipo de violencia: la que se genera en la escuela o en el ámbito
familiar. Y no hablamos solo de violaciones físicas, también existen las
verbales, los acosos, y la falta de ayudas y soluciones por los que tienen que
poner freno a estas situaciones.
En el ámbito familiar, la vergüenza, el «qué dirán», la
creencia de que el niño se lo puede estar inventado para llamar la atención, la
falta de preparación de los padres ante una confesión de esa magnitud, el casi
inexistente apoyo de todos los estamentos, empezando por los docentes y
terminando por el Defensor del Menor, que dice haber recibido 250 casos, cuando
todas las asociaciones de ayuda los cuentan por miles.
Ayudar a nuestros niños no está en la agenda política, ni
siquiera tienen un teléfono o un lugar al que acudir y el teléfono de ayuda
contra el suicidio, no es gratuito, cuesta 8 euros la hora.
En un ambiente distendido, relajado, Alejandro Palomas fue
contando lo que le iba preguntando su interlocutora, Macarena Berlín, sin
ahondar mucho en el fondo de la historia, es verdad, pero dejando para la
imaginación de los presentes la mayoría de los puntos suspensivos que el autor
ponía con sus silencios, sus muecas e incluso sus bromas.
En el turno de preguntas se rompió la estabilidad con la
durísima confesión de dos personas de la sala, una de ellas había pasado por
violación infantil en el ámbito familiar y luego se convirtió en una mujer
maltratada en su matrimonio. Otra, contó el caso cercano de una niña abusada
sistemáticamente por su padre que, sin embargo, tiene su custodia, en esos
casos de justicia no justa que, afortunadamente, no son mayoritarios.
La presentación se convirtió en un foro para desahogarse
porque no hay foros para hablar de este tema, porque acceder a la asistencia
psicológica y psiquiátrica, sin medios económicos, es imposible; es esa la razón
por la que Alejandro Palomas ha decidido que se puede convertir en abanderado,
porque es conocido, porque le reciben en los despachos, porque remueve
conciencias.
Hasta ahora, no le han hecho mucho caso, pero tiene puestas
muchas esperanzas en una conversación reciente con alguien que cree que está en
posición de ayudar.
Deseamos que este libro sirva para que muchos dejen de mirar
para otro lado, la violencia hacia los niños existe, cada vez más, y está en
manos de todos el poner medios para acabar con ella.
¡Enhorabuena, Alejandro!
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