Todos nos hemos dado cuenta, en estos duros meses que nos ha
tocado vivir por culpa del dichoso bichito, de lo que han sufrido nuestros
mayores. De una forma diferente a la nuestra porque, a la dureza del
confinamiento, ellos añadían la soledad y la dificultad para moverse con cierta
soltura por las nuevas tecnologías.
Ahora, cuando parece que regresamos a una vida más o menos
normal, gracias a las vacunas, intentan volver a los centros, esos que les
sirven para socializar, para conversar, para aprender cosas que antes no
tuvieron a su alcance, como aprender Inglés, Informática o Historia, hacer
tapices de alto lizo, labores de ganchillo, artesanía con materiales
reciclados, yoga, baile, dibujo, el difícil arte de los bolillos...—seguro que
me dejo alguno—, y se encuentran con que son muy pocos, unos, tristemente, han
fallecido, otros han enfermado o se les ha reducido la movilidad, otros tienen
miedo porque han somatizado la enfermedad asociándola a los lugares de reunión,
y esa disminución de «alumnos» hacen peligrar las clases que necesitan un
número mínimo para ser sostenibles.
¿Por qué? Es muy simple, los mayores son reacios de acudir a estos centros porque son para «viejos», y lo dicen de forma despectiva.
Por ese motivo, han decidido salir a la calle, instalar sus
talleres, en el caso de mi barrio, en la céntrica Plaza de los Carros de
Madrid, y explicarles a todos los transeúntes, lo bien que se lo pasan y lo
mucho que aprenden.
Ha sido una mañana divertida, cargada de anécdotas, pero,
sobre todo, de risas, complicidad y compañerismo.
Os animo a que busquéis en vuestros barrios, vuestras ciudades,
estos lugares donde compartir momentos, evitar la soledad, aprender y reír y,
si todavía no tenéis edad para disfrutar de todo esto, ayudar a encontrarlos a
los que os rodean.
La mañana ha acabado en el Centro, con un cocido madrileño en la cafetería y después, alguna partidita de cartas y de dominó.
«Todos deseamos llegar a viejos; y todos negamos que hemos llegado»
Francisco de Quevedo.
Almudena Gutiérrez |
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