Pregunto a los árboles si me recuerdan, porque los he sentido estremecerse al verme pasar. Han hecho oscilar sus ramas, como si me saludaran. Y han dejado caer sus hojas para besarme la piel. El sol se despereza a mi espalda y noto su aliento en mi nuca, tibiando mis sentimientos para arrebatarles el frío que infunde la soledad. Me detengo y miro a mi alrededor. Se me antoja estar inmersa en una acuarela otoñal en la que el negro de mi vestido es un intruso entre ocres, el borrón que un desalmado hubiera trazado en este cuadro pintado con tanto gusto. Con tanto esmero. El suelo crepita, la brisa mece mi pelo y un «te quiero» me alcanza en un susurro imaginado. Es tu voz. Que me llega del cielo, del corazón o del alma. O tal vez del desván de la memoria, que guarda reliquias sin yo saberlo. Maldito mes de septiembre que me apartó de ti, que diluyó mi vida como si fuera una de tantas hojas muertas de las que ahora piso. Y bendita esta valentía que me ha empujado a volver aquí, a enfrentar un paisaje que me baña de nostalgia y de recuerdos enmarcados. Los de ti junto a mí. Mirándonos. Besándonos. Pensándonos en silencio bajo el calor de un abrazo.
Observo una sombra que acierta a reproducir tus perfiles. Estoy soñando, lo sé, pero no me importa. Porque siento que podré tocarte y hablarte y despedirme de ti como nunca pude hacerlo. Dejaré que a mis pies caiga este manto de pensamientos muertos que no me dejan vivir. A ver si este otoño los pinta con tonalidades nuevas. A ver si la brisa los acuna y adormece...
O que el sol los haga germinar con savia nueva al llegar la primavera.
Pilar Muñoz
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