viernes, 6 de julio de 2018

Codex Gigas



No hace mucho leí Codex Gigas de Óscar Sánchez Fernández, reseñada en el número 6 de la Revista Pasar Página y me pareció muy curiosa la historia de este libro, máxime cuando iba a viajar a Estocolmo y tenía la posibilidad de hacer una visita a la Biblioteca Nacional en la que se guarda.
Os diré que no me ha resultado fácil porque la Biblioteca tiene unos horarios muy restringidos, los sábados solo abre tres horas y los domingos permanece cerrada. Aún así, busqué un hueco el viernes a primera hora, antes de iniciar las rutas por las zonas turísticas, ésta no lo es, y me acerqué a este edificio que me encantó. Está en medio de un parque muy bien cuidado y se respira tranquilidad.
Para acceder hay que dejar en taquilla todo lo que lleves encima, aunque te permiten pasar el móvil para hacer fotografías sin flash.
Tuvimos que bajar al tercer sótano para llegar a la sala en la que se encuentra la cámara acorazada en la que guardan este tesoro. Comparte espacio con mesas de estudio y muchas personas consultando libros o documentos, tanto en papel, como en formato digital.
El libro está cerrado dentro de una gran urna pero lo han digitalizado por lo que puedes admirar sus páginas, una a una, a tamaño natural. Es una obra de arte, sus dibujos, sus letras capitales, sus colores, toda su estética. La famosa pintura del diablo da un poco de risa, parece un muñeco con pañal.

¿Conocéis su historia?

Es una Biblia de 624 páginas en pergamino,  con unas dimensiones de 92 x 50,5 x 22 cm y un peso de 74 kilos, lo que la convierte en el manuscrito medieval más grande conocido. La escribió el monje benedictino Herman, en un monasterio de Podlazice (República Checa), a principios del siglo XIII, como castigo por haber traicionado sus votos. La leyenda cuenta que se ofreció a escribirla en una sola noche,  y al darse cuenta de que sería incapaz de conseguirlo hizo un pacto con el diablo, que le ayudó exigiendo quedar inmortalizado con una pintura en la propia obra.
Los estudiosos afirman que el monje habría tardado entre cinco y veinticinco años (no se han puesto de acuerdo), en escribir el magnífico libro, recluido en una celda.



Quedan todavía varias preguntas sin contestar, como que se haya demostrado que la tinta utilizada es siempre la misma, lo que implicaría que se escribió en no más de 72 horas y que no se encuentren señales de cansancio en la escritura, en ninguna de las páginas. Misterios sin resolver que hacen todavía más interesante visitar y admirar este libro que está en Suecia desde que, hace más de tres siglos, fuese tomado por un militar sueco como botín en la Guerra de los Treinta Años.
Si vais a Estocolmo, no dejéis de visitarlo.
Almudena Gutiérrez

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