lunes, 5 de abril de 2021

Recordando una entrevista soñada: Francisco de Quevedo

 

Don Francisco, me ha costado mucho trabajo que accediera a esta entrevista, usted siempre tan amable con las damas, pero así y todo quiero darle las gracias, aunque no sé si la primera pregunta va a ser muy de su agrado.




Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro.  Nació en Madrid el 14 de septiembre de 1580 y falleció en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, el 8 de septiembre de 1645. Fue bautizado en la parroquia de San Ginés, que hoy todavía existe y donde figura una placa haciendo constar el hecho. Su padre era el secretario particular de la princesa María, hija del Emperador Carlos I de España; más tarde lo sería de la reina doña Ana, esposa de Felipe II, mientras su madre era dama de la reina. Usted se formó en el Colegio Imperial de los jesuitas y en la Universidad de Alcalá. Es cierto que usted nació con dos defectos físicos: sus pies deformados y su miopía, lo que le llevaron a una infancia solitaria.

 

CMA — ¿Fue usted una persona acomplejada debido a esos defectos y fueron estos los que marcaron su mal carácter?

FdQ —Yo nunca he tenido mal carácter; he sido un hombre serio, recto, y casi «religioso» Lo que pasó es que nunca toleré que nadie dudara de mi valía intelectual, en cuanto a mis defectos ¿quién es tan cretino que se cree perfecto?

CMA — Es de ahí de donde nace su enemistad con Góngora ¿Por qué? si ustedes eran dos buenos escritores cada uno en su estilo.

FdQ — Mal empezamos señora si usted tiene la osadía de compararme con ese llamado… escritor.

CMA — No puedo creer que todavía al cabo de los siglos dure esa enemistad entre ustedes.

FdQ — Pues durará por los siglos de los siglos. No puedo permitir a nadie que niegue, entre otras muchas cosas que yo, yo, sabía griego y que además lo ponga, vamos a decir en verso, de forma tan hortera ¿por qué supongo que usted habrá leído mi obra, si no toda, sí en parte? Ese verso ridículo burlándose de mi cojera y mis lentes, que nunca olvidaré:

«Anacreonte español, no hay quien os tope

que no diga con mucha cortesía

que ya vuestros pies son de elegía

que vuestras suavidades son de arrope»

Ahí, habla de mis pies y más tarde en el colmo de la vulgaridad dice:

«Decía que no habíais mirado el griego.

Prestádselo un rato a mi ojo ciego,

porque a luz saque a ciertos versos flojos,

y entenderéis cualquier gregüesco luego/»

¿Qué os parece?

CMA —Mal, me parece mal, pero usted había escrito antes un verso insultante para llamarle judío,  que era lo peor que se podía llamar a alguien en aquella época, mencionando:

«Yo te untaré mis obras con tocino

porque no me las muerdas Gongorilla.»

¿Usted quiso en algún momento  minar la reputación de Góngora?

FdQ — Nunca he necesitado mermar la reputación de nadie. Yo he sido, junto a Lope y más tarde Cervantes, creador de lo que se ha llamado el Siglo de Oro, aunque también incluyen a «Gongorilla» entre otros ¿Ha podido alguien igualarnos después?

CMA —Usted tuvo que renunciar a la autoría de algunas cosas de  mal gusto que había escrito y que corrían como la espuma, e incluso denunciarlas a la Inquisición, no solo para impedir que se publicasen, sino para que no se hicieran ricos los impresores. Y escribió una obra que ha llegado a nuestros días La vida del Buscón, donde, con cierto humor escabroso, hay explícitos pasajes que avergonzaban en la época.

FdQ —Yo he escrito lo que se leía, aunque la gente lo negara. El sexo era de tapadillo y sin embargo, no se si hubo o ha habido otra época, donde nacieran tantos hijos que no lo fueran de los maridos de sus madres.

CMA — ¿Fue usted un confabulador a favor del Duque de Osuna?

FdQ —Tuve una gran amistad con Pedro Téllez-Girón, el Gran Duque de Osuna. Le acompañé como secretario por distintas ciudades europeas y me pareció que él debía de ser virrey de Nápoles. Yo estaba integrado entonces en el entorno del Duque de Lerma y le pedí el favor. Cuando volvimos a Italia Pedro me encargó dirigir y organizar la Hacienda del Virreinato de Nápoles y, entre otras, cosas fui muy bien recibido por la «Academia de los Ociosos» que patrocinaba y protegía mi amigo el Duque. La verdad es que en aquella época fui un hombre importante.

CMA —Don Francisco a la caída de Osuna ¿qué pasó con usted?

FdQ — Como hombre de confianza fui arrastrado con él. Me desterraron en 1620 a la Torre de Juan Abad, en Ciudad Real. Mi madre antes de fallecer había comprado con los ahorros de toda su vida el señorío para mí, pero los vecinos no reconocieron la compra y tuve que pleitear interminablemente con el Concejo, sin llegar a ver la resolución a mi favor, que se generó después de mi muerte a favor de mi sobrino y heredero Pedro Alderete.

CMA —Usted que siempre fue misógino, nunca estuvo de acuerdo con que se le otorgara a Teresa de Ávila el segundo patronazgo de España.

FdQ — Mire señora, hay que ser realistas. Una mujer no está llamada a ciertas cosas como son las artes pictóricas, escultóricas o las letras, entre otras muchas. Las mujeres deben dedicarse a llevar sus casas, a sus maridos y a sus hijos, y si quedan solteras, su mejor destino debe ser el convento, donde sus oraciones, que no supuestas visiones, que para eso son ustedes bastante histéricas, y perdone el adjetivo; como le decía, sus oraciones deben valer para la salvación de las almas que han quedado fuera del claustro.

CMA — ¿Qué supuso para usted la llegada de Felipe IV al trono y el válido Conde Duque de Olivares?

FdQ — De momento, el Rey nuestro señor, que Dios tenga en su Gloria, levantó mi castigo y pude volver a la política y a la Corte. Acompañé a S.M., que era muy joven, en algún que otro viaje y correría, que de todo hubo.

CMA —Usted llevaba una vida un poco desordenada, con 50 años se mantenía soltero, le gustaba fumar y mucho, acudía a las tabernas y a pesar de vivir amancebado frecuentaba los lupanares.

FdQ —Veo que ustedes las mujeres a pesar de los años transcurridos, que son bastantes, han cambiado poco. Siguen inmiscuyéndose en la vida de los hombres. Me gustaba mi vida y mi libertad. Yo tenía una barragana, e iba de meretrices porque me apetecía, pero no, siempre aparece alguna queriendo enmendar la plana. La mujer de mi amigo el Duque de Medinaceli le hostigó para que me obligara a casarme y ¡voto a …! que lo consiguió. Me casé con una viuda que tenía hasta hijos, Doña Esperanza de Mendoza se llamaba, pero claro, también quiso cambiar mis hábitos y ¡ah no! Eso sí que no lo consentí. El matrimonio duró apenas tres meses. Yo llevaba una vida cultural muy activa, de la que salieron muchas de mis obras La cuna y la sepultura y la traducción de La introducción a la vida devota, de Francisco de Sales, entre otras muchas.

CMA —Pero ¿usted fue de nuevo detenido?

FdQ — Sí señora mía, la envidia ha sido siempre en España lo más practicado por todo tipo de gentes, desde el pobre analfabeto hasta el más alto de los personajes de la Corte. En 1639, debajo de la servilleta de su Sacra Majestad Felipe, apareció un memorial denunciando la política del Conde Duque de Olivares y yo, como íntimo suyo, fui detenido y llevado al Convento de San Marcos en León. Previamente se confiscaron todos mis libros y estuve en aquel monasterio hasta que me retiré a Loeches en 1613.

CMA — ¿A qué dedicó su tiempo en aquellos cinco años?

FdQ —A rezar y a leer buenos y malos autores; porque no hay ningún libro por despreciable que sea que no tenga alguna cosa buena. De unos y otros procuré aprovecharme, de los malos para no seguirlos y de los buenos para procurar imitarlos. Así y todo a mis 63 años tenía cerca la muerte y procuré meditar buscando consuelo en la filosofía.

CMA — Escribió obras satíricas, morales, festivas, teatro, poesía, obras políticas, ascéticas, filosóficas, crítica literaria, epistolarios, traducciones y no dejó, como diríamos ahora en el siglo XXI, «títere con cabeza». Usted fue un genio ¿lo sabe?

FdQ — Claro, naturalmente que lo sé. Junto con Lope fui uno de los mejores escritores que se dieron en el Siglo de Oro y que no ha tenido parangón, aunque creo que tanto Lope como yo estamos de capa caída.

CMA — Usted y Lope de Vega junto con Don Miguel de Cervantes, no podrán ser nunca olvidados. Sería injusto y una terrible pérdida cultural para las generaciones venideras. Se les recuerda por sus obras, sus estatuas, los ensayos sobre ustedes escritos por grandes hombres de letras contemporáneos, incluso les conocemos a través de los cuadros que les pintaron. Son ustedes los padres de las letras españolas en el mundo entero.

FdQ —Muchas gracias en mi nombre y en el de mis amigos, aunque la verdad es que ni Lope ni yo nos llevamos demasiado bien con Cervantes.

CMA — Ahora que una mujer ha tenido el placer de entrevistarle, junto con el propio valor que da la falta de seso, porque de ustedes han hablado los personajes más eruditos de las ciencias y las letras de todos los siglos, ahora quiero hacerle una última pregunta. Escribió usted una Epístola satírica a Don Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, donde usa el retruécano, figura que me fascina. Esa epístola que me parece de gran moralidad con uno mismo en muchos de sus versos y que en otros es de advertencia a la vez que contesta muchos porqués, es muy larga, pero le diré los primeros versos que sé de memoria:


«No he de callar por  más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?»

 

FdQ — Señora, dé usted a leer y pensar esos versos a más de uno, y si uno solo los lleva a cabo, no tenga duda que el mundo habrá ganado un valiente. Y no dude que es más importante para uno mismo, decir lo que se siente que sentir lo que se dice.

CMA —Don Francisco muchas, muchísimas gracias por atenderme y, como decían los autores pidiendo benevolencia de forma más o menos chistosa en las despedidas de los sainetes:

«Y aquí termina el sainete;

perdonad sus muchas faltas»

Personas como usted no deberían morir nunca. Gracias por su legado.

FdQ — En total acuerdo con usted. Siempre a sus pies señora.


Carmen Martín Audouard


Esta entrevista fue publicada en el número 6 de la Revista Pasar Página


 

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