LA ENTREVISTA SOÑADA
CMA ―Buenas noches y muchas gracias por acceder a esta entrevista. Mi primera pregunta es saber cómo quiere que me dirija a usted.
FC ―Naturalmente, como doña Cecilia o señora Faber .
CMA ― ¡De acuerdo, doña Cecilia! ¿Dónde y en qué fecha se produjo su nacimiento, porque a pesar de su seudónimo, usted no es…, vamos a decir, española del todo?
FC ― Así es. Nací en Morges, una pequeña ciudad suiza a orillas del lago Leman, muy cerca de Lausana, un 24 de diciembre de 1.796. Mi padre era nacido en Hamburgo y se llamó Juan Nicolás Böhl, él era por entonces el director de «Bölh Hermanos», empresa fundada en Cádiz por sus padre, que fue un gran hispanista de extraordinaria relevancia para el redescubrimiento del Siglo de Oro, particularmente de su autor preferido: Don Pedro Calderón de la Barca, de cuyas obras hizo varias traducciones. También mi padre fue un hombre muy preparado culturalmente y hábil para los negocios y las relaciones diplomáticas; fue cónsul del Rey de Prusia, Federico Guillermo III, apoderado de las bodegas de Sir James Duff y de su sobrino Mr. William Gordon que se encontraban en el Puerto de Santa María, ciudad que entonces mantenía importantes relaciones comerciales con Hamburgo. Le encantaba Andalucía y fue en Cádiz donde conoció a mi madre: Francisca Javiera Ruiz de Larrea y Aheran, hija de vasco e irlandesa, y conocida como «Frasquita Larrea», que siempre tuvo un gran interés por la lectura, la política y la escritura, lo que la llevo a tener amistad con intelectuales. Ella se había educado en Francia e Inglaterra y su pasión era escribir, siendo la impulsora de las famosas tertulias en aquel Cádiz de las Cortes, tan importante como capital de negocios y muy bien relacionada con ingleses, alemanes, franceses, etc. Cuando se casaron se trasladaron a Morges que, como le he dicho, es donde yo vine al mundo.
CMA ―¿Por qué y cuándo decidió cambiar su nombre?
FC ― A la vista de las dificultades de la época. Las mujeres éramos meros objetos decorativos, lo que suponía que intentar publicar una obra era prácticamente imposible. Un día, viendo un mapa, me encontré con el nombre de Fernán Caballero, población de la provincia de Ciudad Real. Me gustó, sonaba tajante y tenía sabor caballeresco. Nunca supe quién pudo ser aquel personaje que dio nombre a un pueblo, pero seguro que debió de ser importante. Decidí cambiar de cara al público las faldas por las calzas masculinas.
CMA― ¿Le resultó muy duro vivir en España?
FC ― Me gustaba viajar y siempre consideré que el mundo era muy grande como para pertenecer únicamente a un sitio. Cierto que mis primeros años pasaron en Hamburgo, ya que quedé al cuidado de mi padre después del traslado de mi madre y mis hermanos al Puerto de Santa María. No era fácil en ningún lugar luchar contra la misoginia existente, pero Alemania era más elástica que su país.
CMA ― ¿Qué encontró cuando llegó a España y concretamente a Andalucía?
FC ― Como primer inconveniente, la dificultad del idioma, que empecé a estudiar inmediatamente. Pero con lo que no me enteraba de nada era con la jerga de los andaluces, nada que ver con mi primera lengua que era el alemán; también hablaba francés ya que mi padre me había enviado a un pensionado donde únicamente se hablaba aquella lengua. Allí adquirí no sólo el idioma, también el conocimiento y la educación en el catolicismo, aunque la religión era en España mucho más constreñida que en Alemania donde el protestantismo y el luteranismo vivían junto al catolicismo sin que nadie se rasgara las vestiduras.
CMA ― Contrajo matrimonio a los veinte años con Don Antonio Planells y Bardají que, por su carrera de militar con el grado de capitán de infantería, fue destinado a Puerto Rico. ¿Cómo fue su vida al otro lado del Atlántico?
FC ― No duró demasiado la felicidad, pues al poco tiempo de llegar a la colonia falleció mi esposo y quedé totalmente sola, al amparo del Capitán General que me acogió en su casa como a una más de la familia, pero no fui un huésped muy agradable ya que caí en una depresión hasta que pude volver a España en 1.818 y trasladarme a Hamburgo, donde viví bajo los cuidados de mi abuela. Una vez superado aquel período regresé al Puerto de Santa María donde el sol y el carácter andaluz ayudaron a mi recuperación, terapia de la que también formó parte el que sería mi segundo marido, Don Francisco de Paula Ruiz del Arco, Marqués de Arco Hermoso, gran hombre y gran político de ideas liberales. Nos casamos en Sevilla y en nuestra casa de aquella ciudad sosteníamos, ambos, tertulias con personalidades relevantes de la sociedad española y extranjera. Así conocí a Washington Irving. Era simpático y buen conversador, llevaba ese nombre por la admiración que sus padres sentían por el que fue primer presidente de los Estados Unidos, George Washington. Me gustaba escuchar a Irving, que era también un lector empedernido y un magnífico escritor dentro de la corriente romántica; él también se había enamorado de España, convirtiéndose en un apasionado de Andalucía y el primer hispanista extranjero. Su afán investigador entre todas las clases sociales le llevo a Granada, ciudad de la quedó fascinado y donde conoció al que fue su mayordomo, Mateo Jiménez, quien junto a amigos suyos le dieron a conocer los cuentos y leyendas que encerraba la Alhambra, donde tuvo la suerte de vivir. De allí nació su maravilloso libro «Cuentos de la Alhambra».
»Fue un acierto tener tantos amigos porque cuando Francisco falleció a causa del cólera y de una tisis que no pudo resistir y sin haber tenido hijos, fueron los amigos y la escritura lo que me llevaron a superar mi segunda viudez.
CMA ― ¡Ya! ¿Repitió matrimonio?
FC ― Sí, sí, contraje nuevas nupcias porque no quería estar sola. Mis relaciones con mi madre no eran buenas, yo era demasiado independiente para la época, pensaba que sobre mi vida la única que debía decidir era yo, algo con lo que ella no estaba muy de acuerdo.
»Conocí a Don Antonio Arrom de Ayala, dieciocho años más joven que yo, lo que supuso un escándalo, pero sería a través suya como mis obras vieron la luz.
CMA ― Había quedado impresionada por el folclore andaluz y varias de sus novelas están impregnadas de coplas y cuentos. ¿Triunfó al publicar?
FC ― Escribía sobre lo que vivía y observaba. «La Gaviota», por ejemplo, narra la historia de un triunfo y un enorme fracaso. La escribí en francés y se tradujo al español siendo publicada por entregas en El Heraldo, periódico de gran tirada. Quería salir del tópico del romanticismo europeo, ofrecer una imagen de la mujer diferente al prototipo de abnegada esposa y madre. Quería hablar de los campesinos, de su vida sencilla y sus aldeas. En «La familia Alvareda» tuve oportunidad de mostrar los refranes y coplas que tanto me gustaban y, por fin, pude publicar «Clemencia» en un volumen. En esta obra defendía la necesidad de instruir a las mujeres demostrando que la lectura era primordial y necesaria para la instrucción.
CMA ― Pero «Clemencia» no tuvo éxito, ¿qué le aportó ese mal recibimiento?
FC ― Aportó no solo mi desolación, también la ruina económica a mi matrimonio. Ya se había descubierto quién era Fernán Caballero, no importaba si la obra era buena o mala, escrita por hombre o mujer, fue catastrófico. Mi marido enfermó y su tuberculosis, sumada a los problemas económicos, le llevaron al suicidio. Quedé sola, arruinada totalmente y sin saber que hacer; ni tan siquiera podía volver la cara a mi padre que ya había fallecido. Los Duques de Montpensier y S.M la reina Isabel II me protegieron concediéndome una vivienda en el Patio de Banderas del Alcázar sevillano.
CMA ― ¿Qué sintió ante esa terrible situación?
FC ― Fui consciente de que mi hora de escritora había llegado a su fin. Aparecieron autores realistas que cambiaron el panorama literario, según algunas personas eran intelectualmente superiores a todos los que habíamos escrito hasta entonces. Por ello quiero darle las gracias al haberse interesado por mí, me siento orgullosa de que todavía se me recuerde.
CMA ― Doña Cecilia, soy yo quien en nombre de la «Revista Pasar Página», y en el mío propio, quiere darle mis más sinceras gracias.
FC ― Pasar Página, renovarse y seguir. ¡Me gusta ese nombre! Sigan pasando páginas, ¡por favor! y gracias de nuevo.
Carmen Martín Audouard |
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