No se había guardado nada para ella. Le había dado sus
mejores años, todas las caricias que encerraban sus manos, dos hijos, cada
lágrima y hasta las últimas briznas de comprensión y paciencia que encontró
entre los rincones de su gastada piel. A veces se quedaba por una noche en casa
y ella tocaba la felicidad. Cuando agotada de quererlo el alba la sorprendía en
sus brazos, siempre le decía: «Qué buen momento para marcharme, no me
importaría morir ahora». Cada vez que la dejaba soñar que se amaban. Pero ya
estaba seca, no le quedaba nada por darle, y se rindió.
Él estaba en una de sus correrías con los amigos cuando
fueron a avisarlo: «Daniela está muy grave en el hospital, ha intentado
quitarse la vida». A su llegada, oliendo a perfume barato, alcohol y tabaco, se
acercó a su oído y, haciendo un esfuerzo por parecer lo que era, su marido, le
dijo: «Casi lo consigues. Nunca pensé que ibas en serio cuando me decías que no
te importaría morir…». Ella lo interrumpió y, regalándole el último aliento que
le quedaba, le susurró al oído: «Mil veces te lo dije y nunca lo entendiste.
Sí, en esas noches que me dejaste dormir en tus brazos no me hubiese importado
morir para llevarme aunque fuese un solo recuerdo feliz, pero hoy es distinto,
simplemente no quiero vivir».
Mercedes Pinto Maldonado
Fotografía: Lorena Sánchez Rodríguez
Muchas gracias Almudena por la confianza, hacia mí,en especial por la foto que acompaña al relato.Bonito relato, me ha encantado. Enhorabuena a Mercedes
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