martes, 19 de noviembre de 2019

El Museo del Prado: 200 años



JOYAS DE MADRID 




Uno de los museos más importantes del mundo, el cofre que contiene maravillosas pinturas, colecciones que nos enseñan la historia de Europa desde la Edad Media a principios del siglo XX, por supuesto con una gran primacía de la historia de España. 
Desde su fundación, el Museo ha ido creciendo a lo largo de estos doscientos años a través de donaciones de particulares, la Colección Real;del Museo de las Trinitarias, importantes pinturas como El Auto de fe presidido por el santo Domingo de Guzmán, pintado por Pedro Berruguete; lienzos del El Greco y, del Museo de Arte Moderno, obras de Vicente López, Rosales y Sorolla. Las Pinturas Negras de Goya también llegaron por donación, pero también se han hecho compras muy importantes: La condesa de Chinchón de Goya, El Barbero del Papa de Velázquez, y en los años 2003 y 2010 se adquiere, de Pieter Bruegelel Viejo, la obra El vino en la fiesta de San Martín

Allí siguen vivos El Greco, Velázquez, Goya, Tiziano, El Bosco, Rubens, Vicente López, etc. Ellos representan la escuela española, la italiana y la flamenca. Múltiples personajes nos contemplan desde sus cuadros. Os confesaré que cuando voy al museo, siempre abarrotado de gente, pienso cómo sería visitarlo de noche y en soledad. Imagino a las Majas levantándose de su diván para poder estirar las piernas y bajar los brazos, a las Meninas saltando del cuadro junto a la Infanta Margarita, Mari Bárbola y Nicolasillo, todos con intención de jugar con ese perro resignado que aparece en el cuadro mientras la dueña intenta saltar asustada por haberse descuidado y Don Diego sonríe hierático. Me pregunto si seguirán sufriendo los fusilados del 3 de mayo, si los Mamelucos, conociendo la historia, han decidido no volver a atacar a los españoles que derrocharon valor. 

La idea de un museo pictórico se le ocurrió a Fernando VI, que no pudo llevarlo a cabo al caer en una depresión debido al fallecimiento de su esposa Doña Bárbara de Braganza. Carlos III, su hermano y heredero, no siguió la idea; él, amante de la naturaleza, decidió crear un museo de ciencias naturales, encargando al arquitecto Juan de Villanueva la construcción de la actual sede del Prado, aunque no llegó a verlo terminado. 
El museo ha sufrido ampliaciones según iba creciendo la colección hasta que en el año 2.007 se llevó a cabo, por el arquitecto Rafael Moneo, la ampliación más importante. Se inauguró el Casón del Buen Retiro como Centro de Estudios, integrando los departamentos de conservación, biblioteca, archivo y documentación, así como la Escuela del Prado. En la Descripción del Museo que Villanueva desarrolló en 1796, explicó: Me figuré que el edificio debería ser una desahogada y prolongada galería, a la que con propiedad podría adjudicársele el título de Museo de todos los productos naturales… 

A la llegada de Carlos IV al trono, todo queda paralizado. Primero, porque no estaba claro el uso que se iba a dar al edificio; después, porque debido a la revolución francesa que había estallado un año antes de la coronación del rey, la toma de la Bastilla y todo lo que siguió, la economía estaba paralizada. España iba caminando penosamente, desconociendo que le quedaba uno de sus episodios más sangrientos. 

Tras la Guerra de la Independencia y la proclamación de Fernando VII como rey de España, su esposa, la reina Isabel le propone la creación del Museo Real de Pintura y Escultura, que sufragó el propio rey de su bolsa personal la construcción de algunas salas. En 1.818 morirá Doña Isabel como consecuencia de las complicaciones de un parto sin ver terminada la obra. Será en noviembre de 1.819 cuando se inaugura, muy discretamente, el Museo Real de Pinturas, con trescientos once cuadros que se expusieron en tres salas, todas ellas de artistas españoles, dejando almacenadas muchas más. El museo formaba parte del Patrimonio de la Corona, por lo que recibió bastantes obras de palacios y monasterios. A la muerte de Fernando VII, y por estar vinculado a la corona, se plantea un grave problema debido a la división de la herencia entre sus hijas, la que sería Isabel II y su hermana Luisa Fernanda, quedando la resolución del testamento sometida a la mayoría de edad de la futura reina. 
En 1.844, previo informe en el que se manifiesta la oposición a la división de bienes que pertenecieran a la Corona de España, ya que esta seguía vigente, aunque hubiera cambiado su titular, se propuso a la reina que indemnizara a su hermana sobre los bienes destinados al servicio y adorno de los palacios. El informe fue ratificado por Isabel II, de conformidad con su hermana y su madre. Todos los bienes recibidos pasaron a formar parte de los bienes de la nación, renombrándose el museo como Museo Nacional de Pintura y Escultura, aboliéndose mediante una ley, en 1869, el patrimonio de la corona si bien se concedió al reinante el uso y disfrute de un conjunto de bienes entre los que no se incluyó el museo. 

En esa fase de absolutismo, la dirección del museo era nombrada por la oficina del rey -en este caso de la reina- variando según los intereses políticos. Ya Fernando VII había nombrado director al Marqués de Santa Cruz, mayordomo mayor de palacio, y al que sucederían el Príncipe de Anglona, el Marqués de Ariza y el Duque de Hijar, todos ellos asesorados por pintores de la época. Fue el Duque de Hijar quien obtuvo para el museo «El Cristo crucificado» de Velázquez. 

Tras la expulsión de España de la reina Isabel II, la dirección del museo pasará a manos de los artistas, como Federico Madrazo, quien organizaría la colección por escuelas, pasando a denominarse como hoy lo conocemos: Museo del Prado. Se acogieron obras de El Escorial y de conventos de provincias que corrían el riesgo de perder su patrimonio; únicamente cien obras fueron seleccionadas, quedando el resto dispersadas por la península. 

El Prado refleja fielmente en su historia la política española, siempre agitada y llena de intereses
personales. Amadeo de Saboya, a su llegada a España tratará de remediar en lo posible la difícil situación del museo, no sólo económicamente hablando sino, quizás, otra más importante: las deficiencias en las gestiones de quienes podían salvar muchos problemas. En el museo, el personal que vivía allí cocinaba y almacenaba leña en las dependencias habilitas como viviendas dentro del mismo edificio, lo que conllevaba un riesgo que nadie frenó. Mariano de Cavia, en un falso artículo, publicó que la noche del 24 de marzo de 1.891 el Prado se había incendiado. Los madrileños corrieron alarmados y puestos en lo peor, para comprobar a su llegada la mentira, pero dándose perfecta cuenta de que aquello había sido una llamada de atención por parte del cronista de lo que podía llegar a ocurrir. Se tomaron algunas medidas, pero los suelos de madera no se sustituyeron. 

La desidia, por parte de todos y de ninguno, descubrió en 1918 un expolio del «Tesoro del Delfín», un conjunto de vasos realizados con materiales nobles y piedras preciosas que llegaron a España con Felipe V, como herencia de su padre Luis de Francia. Un empleado había hurtado parte de las piezas; desaparecieron once vasos y más de treinta sufrieron serios deterioros. 

España, país convulso donde los haya, llega a 1.936 y estalla la Guerra Civil. Se intenta por todos los medios salvar la colección de los bombardeos decidiendo el gobierno de la República trasladar los cuadros a Valencia, sede del gobierno, para posteriormente repartirlos por diversas ciudades. El trabajo es arduo: inventario de las pinturas, transporte, embalaje de las obras, etc. Todo se hace de la mejor manera posible, pero insuficiente. Durante el traslado a Ginebra, el camión que lleva «La carga de los Mamelucos» choca contra un túnel; la pintura sufre daños en su parte superior izquierda, vista desde el espectador. En 2.008, los magníficos restauradores del Museo logran subsanarlo. Con el objeto de controlar el patrimonio, tratando de paliar la desaparición de obras de arte por la quema de las iglesias, se crea la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, interviniendo «a la incautación o conservación en nombre del Estado de todas las obras, muebles o inmuebles, de valor artístico, histórico o bibliográfico que en razón de las anormales circunstancias presentes ofrezcan, a su juicio, peligro de ruina, pérdida o deterioro», siendo la Junta Central del Tesoro Artístico quien terminó ocupándose de los traslados. Fueron trescientas sesenta y una obras las que salieron del Museo del Prado junto con otras del Museo Moderno, El Escorial, el Palacio Real (entonces Palacio Nacional) y la real Academia de Bellas Artes de San Fernando, acompañadas de obras de particulares como «La condesa de Chinchón». 

El Museo del Prado se cerró el 30 de agosto de 1.936, pero no solo se mandaron obras a Valencia, sino también al Castillo de San Fernando de Figueras, al Castillo de Perelada e incluso a las minas de talco, fronterizas con La Bajol y el Alto Ampurdan, donde quedaron enterradas a 250 metros de profundidad. El 3 de febrero de 1.939 se firma un acuerdo entre el gobierno y la Sociedad de Naciones para el traslado de las obras desde el Castillo de San Fernando de Figueras hasta Ginebra; el transporte se realiza en camiones con matrícula francesa. Los gastos hasta la frontera de Francia y Suiza corren por cuenta de España, después, hasta Ginebra, será el Comité Internacional, presidido por el Patronato de Museos Naciones, quien se hará cargo. 

Tres semanas después de terminar la Guerra civil, y con el peligro en ciernes de una guerra europea, el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, del gobierno del general Franco, será quien solicita un inventario de la Sociedad de Naciones, y un tren sale de Ginebra la noche del 6 de septiembre de 1.939 trayendo de vuelta las obras del Museo. Durante el paso por territorio francés, el tren irá sin ninguna luz hasta llegar a España. 

Hablamos de la construcción del museo, de los cuadros, pero no olvidemos los marcos, importantísimos para remarcar. El Prado tiene unos maravillosos marcos discretos que no desvían la atención de la pintura, algunos de ellos, exclusivos del Museo, fueron diseñados por el pintor de cámara de Carlos III para enmarcar sus propias obras. 

Y al fin el año 2.019. Cuando nuestro querido Museo ha sido galardonado con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, premio al que optaban veintinueve candidatos más de distintas nacionalidades que no han sido «enemigos pequeños», los que se han quedado sin el reconocimiento que sin duda se merecen, pero el Prado es mucho Prado, no sólo en el contenido sino en la contribución que hace al desarrollo humanístico, divulgando su patrimonio, con unos conservadores considerados de los mejores del mundo. El Museo cumple este año su segundo centenario con multitud de exposiciones, proyecciones, conferencias, películas y visitas de niños y adolescentes, así hasta tres millones de visitantes anuales, si no me equivoco. 

En nombre de esta modesta Revista y en el de toda su redacción y colaboradores. 

¡¡FELICIDADES POR TANTO, MUSEO DEL PRADO!! 
Carmen Martín Audouard












El original de este artículo fue publicado en el número 20 de la Revista Pasar Página

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