lunes, 25 de noviembre de 2019

LAS LÁGRIMAS DE LA GITANA


El Guadalquivir calla y habla. Según le conviene, sus aguas callan silencios que aúllan lágrimas y dolores. Los de una preciosa gitana, por ejemplo. Llegó a sus orillas una noche de luna llena, se arrodilló y lloró su amargura.
Había conocido a un payo. Guapo hasta decir basta. Ojos negros, seco como un sarmiento, pelo ahogado en gomina. Sobre todo, aquellos ojos, que incendiaban las entrañas. Las de la gitana, que cayó rendida a su asedio. Flores, besos, caricias, palabras con sabor a miel… Sonidos que la enamoraron hasta perder la cabeza. Días de luces de colores, de sol brillando en un cielo despejado.
Pero Sevilla es Sevilla. Los amoríos llegaron a oídos de sus hermanos. El sol dejó de brillar y el cielo se cubrió de nubes pardas.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el Serafín.
La gitana conocía al tal Serafín desde niño, y ya entonces sus familias lo dispusieron todo. Destinados a casarse. La gitana, con Serafín, feo hasta decir basta, con poca gracia y menos dulzura. Lo contrario que el payo. Y la gitana se rebeló y también se enfrentó a los hermanos. Sólo se casaría con él, con el payo, el único hombre al que quería; al que siguió viendo a escondidas. Encuentros peligrosos a la luz de la luna en bocacalles oscuras y callejones estrechos.
Llegó el día que se juraron amor eterno. Fuera de casa, para la gitana el paraíso eran los brazos del payo y su universo, dejarse llevar por sus caricias, recibir su boca como quien saboreaba la mayor de las ambrosías. En casa estaba el infierno. Voces, gritos y alguna que otra bofetada de sabor agrio. Lo quería, y nadie podría evitar que se casara con él. Los hermanos rieron. ¿Nadie? «¡Qué ilusa eres, niña!», le chillaron.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el Serafín.
A la noche siguiente, a la hora convenida, acudió al lugar convenido, donde aguardaba su payo. Ella oyó gritos en la distancia, pasos acelerados y un grito agónico que sonó a muerte. Tendido en el suelo encontró al único hombre que quería y por cuyo vientre la vida se le escapaba. A la vera del payo, con una navaja en la mano manchada de sangre, uno de sus hermanos.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el Serafín.


El Guadalquivir escuchó en silencio el lamento de la gitana, arrodillada junto a la corriente. Después sus aguas hablaron a la gitana. «Mira la luna llena. Cierra los ojos. ¿Lo ves? Te espera allí. Da un paso y te llevaré hasta él». La gitana se secó las lágrimas y sonrió. Su cuerpo se adentró en las aguas frías —«no temas, pronto dejarás de sentirlas», le aseguró el río— hasta cubrirla por completo.
Al alba del día siguiente se encontró el cuerpo sin vida de una gitana hermosa en una de las orillas del río.
Sonreía.
Se fue con su payo.
Porque nunca sería del Serafín.

Víctor Fernández Correas





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