lunes, 30 de diciembre de 2019
Recuerdo de infancia
Mi infancia olía a
mar,
a sal, a playa,
con el recuerdo de
una mano fuerte
y amada
en aquellos paseos
sin final.
Hoy ha vuelto el
recuerdo,
contigo,
y el sentimiento y el
tacto
de aquellos dedos.
La mano ahora es la
mía,
y el recuerdo renace
en tu mirada de niño,
y con ella ha vuelto
la sal,
el sol, el olor de la
mar,
el calor de la playa
y contigo el amor, la
paz
y la calma.
Hoy ha vuelto mi
infancia,
el cálido recuerdo de
la arena
y el aroma de tu
vida.
Del Poemario Inédito de Ferran Garrido
lunes, 23 de diciembre de 2019
Mi pobre
Hoy, víspera de Nochebuena, nos ha cedido un relato María José Moreno, un cuento de Navidad.
Aquel hombre llegaba por la mañana, siempre a la misma
hora, y se situaba en la esquina de la calle donde transcurrió mi infancia y
juventud. Cuando pasaba la gente alargaba su mano y pedía para poder comer.
Aparentaba una edad avanzada, o por lo menos así me lo parecía a mí, una mocosa
que no levantaba un palmo del suelo. Era alto y delgado. El cabello corto y del
color de la ceniza. Lo que a mis ojos de niña llamaba más la atención de
aquella persona tenía que ver con su aspecto. Pulcro y aseado, se diferenciaba
del resto de los pobres que inundaban las calles de mi ciudad. Ahora que lo
pienso, no parecía un pobre, al uso.
Vestía un limpio, aunque remendado, traje gris; una
camisa blanca que parecía transparente de tantos lavados, con el botón del
cuello abrochado, comprimiéndole la nuez de estrecha que le quedaba. Una boina
negra que calaba hasta los ojos le protegía la cabeza del frío.
Cuando mamá lo veía, se aprestaba a abrir su bolso
negro (el único que tenía) y sacaba un pequeño monedero de plástico marrón del
que extraía una moneda que depositaba en su mano.
—Gracias señora y compañía —decía a la vez que nos
hacía una especie de reverencia mientras se quitaba la boina —. Que Dios las
bendiga.
Mi madre le sonreía y al instante, volvía a cogerme
fuerte de la mano para seguir nuestro camino. Yo siempre giraba la cabeza y le
contemplaba sin que él lo supiera, observando su gesto adusto, su mirada triste
y a veces, un par de lágrimas rodando por sus afeitadas mejillas.
—Mamá. ¿Por qué siempre le das dinero a ese hombre?
—Porque lo necesita.
—¿Es pobre?
—Muy pobre.
—Pero hay muchos como él. ¿Por qué siempre le das
dinero al mismo?
—Porque es «mi pobre» —me dijo, mirándome con una
sonrisa en su labios.
Con ello, terminaba la conversación, pero yo cavilaba
sin entender ese sentido posesivo que ella tenía sobre aquel hombre pedigüeño y
deseaba ser mayor para tener un pobre propio, al que dar una moneda diaria.
Cuando mi madre enfermó de cáncer y supo que su fin
estaba próximo, me encomendó que no olvidara dar una moneda a «su pobre». En su
lecho de muerte, había tenido un recuerdo para aquel ser, y como si se tratara
de una herencia, me hizo depositaria de la obligación diaria hacia aquella
persona. Por supuesto, se lo prometí.
Una vez transcurridos, los dolorosos días del
entierro, pésames, misas,etc., me dispuse a cumplir mi promesa. Daban las diez
de la mañana cuando salí a la calle a buscarlo. Aquella era la hora en que
habitualmente se apostaba en la chaflán que hacía la última casa. El viento me
dio en la cara y casi me impidió abrir el paraguas. Sujetándolo para que no se
me volviera me encaminé hacia él. Divisaba una figura al fondo tergiversada por
la manta de agua que caía. Cuando llegué, me sobresaltó encontrarme a una
mujer, aterida y empapada.
—Buenos días —dije, cuando me repuse de la sorpresa—.
Buscaba a un hombre que se ponía en este lugar todas las mañanas.
—Nunca más vendrá —me dijo, sonriendo.
Sentí un escalofrío que atribuí al desapacible tiempo
que hacía.
—¿Cómo? ¿Le ha sucedido algo?
—Se marchó al cielo.
—¿Al cielo? —repetí—. ¿Cuándo?
—Hace diez días.
En aquel instante tomé conciencia de que mi madre
había fallecido también hacia diez días. Y entonces descubrí lo que ella
siempre supo. Su pobre era su ángel, que la esperaba para acompañarla al cielo.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó aquella poco
convencional pedigüeña.
—Sí —respondí sin ser cierto.
—Tome —le dije dándole la moneda— y métase en el
portal o cogerá una pulmonía.
—Gracias, señorita. Que Dios la bendiga. Pero este es
mi sitio. Aquí he de permanecer hasta que se me ordene lo contrario. No se
preocupe por mí. Soy fuerte.
—Como quiera —dije resignada, antes de darle la
espalda y dirigirme de nuevo a casa.
—¿Vendrá mañana? —me preguntó.
—Seguro. Nos veremos todos los días —respondí.
Me sonreía de una manera especial y
lo supe, aquella sería «mi pobre» y estaría allí velando por mí
hasta que me acompañara a mi reposo infinito.
Este y otros buenísimos relatos los podréis encontrar en el blog de María José Moreno Lugar de Encuentro.
lunes, 16 de diciembre de 2019
Colette
Colette
Se peinaba a lo garçon,
recuerda Martín, como la viajera que quiso enseñarle a besar a Joaquín Sabina
en la gare de Austerlitz de París.
Sabina no recordaba su nombre, o quizás lo olvidaba con intención. Esas cosas
de los artistas. Él, sin embargo, nunca lo hará. Se llamaba Colette y se
peinaba a lo garcón, con aquel
principio del cuello que llenó de besos en más de una noche sin más compañía
que una sábana con la que arroparse para combatir el relente de la madrugada.
También fue en París, y cuando se despidieron lo hicieron sin saber que nunca
más se volverían a ver. Desde entonces se siente como un capitán que desafía al
oleaje sin timón ni timonel; sabiendo que el cascarón de nuez que es su corazón
navega camino de los sueños tan ligero de equipaje como el del canalla de
Sabina.
Martín se lleva a los labios la taza de café y piensa en
cómo será Colette ahora, qué aspecto tendrá, qué será de su vida. De aquello
han pasado ya diez años, y todavía la sigue recordando; el resorte de una
canción, esos Peces de ciudad del
maestro Sabina, que le acompañan en el amanecer de un nuevo día sonando a
través del altavoz de la radio de la cocina. Estará casada, tendrá hijos,
conservará el mismo corte de pelo, a lo garçon.
Se acordará de mí. Decenas de preguntas navegan por su cabeza como aquel velero
que es su corazón, y que quedó varado en pleno mar de la incomprensión cuando
se cercioró de que era imposible buscar a Colette en las mujeres que amó a
continuación. Colette sólo había una, y le había tendido su número de teléfono.
Quiero saber de ti, le pidió al despedirse. El número se perdió. Aún no sabe
cómo ni cuándo pero sí dónde, en aquella estación de Austerlitz donde le
esperaba un tren para devolverle a Madrid aún con el calor y el sabor de los
labios de Colette como compañeros de viaje. Se caería del bolsillo al sacar la
cartera, se le traspapelaría. Se perdió.
Martín apura el café y apaga la radio. Sonríe. Colette, la
Colette que se peinaba a lo garçon.
La ve en esa foto que tiene enmarcada en el salón en la estantería de un
armario. Posan con la girola de Notre Dame a sus espaldas. Ríen. Con esa
sonrisa impregnada en su rostro se marcha a trabajar, como todos los días. Es
su sustento, el alimento de una ilusión, el carburante que le mantiene con la
esperanza de volver a desafiar el oleaje en su compañía. Quizás algún día,
cuando regrese a París.
Peces de ciudad de Joaquín Sabina
jueves, 12 de diciembre de 2019
Entrevista a Mercedes Gallego Moro
Hoy traemos a nuestras páginas a la escritora Mercedes Gallego Moro, que
ha autopublicado su última novela Las
mujeres que no salen en los libros.
Una historia de amistad, de amor y
solidaridad que relata la vida de las mujeres que lucharon de forma anónima
para lograr una igualdad, que en pleno siglo XXI todavía no se ha conseguido.
Consuelo y Laura entablan amistad
de forma casual cuando ambas acuden a unas clases de francés. La primera,
abogada, hija de la burguesía madrileña y Laura, que tras la muerte de su
marido, se enfrenta a las dificultades que entrañaba ser mujer en la posguerra
española, a pesar de que antes de ser viuda, era ella la que llevaba las
riendas del negocio, una tienda de comestibles que ambos poseían en el
madrileño barrio de Chamberí.

Consuelo es detenida cuando
investiga la desaparición de recién nacidos y se inicia su carrera por la
supervivencia. Conoce a Lucie, una mujer que solo busca sobrevivir al hambre y
a la violencia que ejerce su marido sobre ella. Lucie resulta crucial para la
supervivencia de Consuelo.
Buenas tardes, Mercedes. Hoy
no eres la directora de la revista Pasar Página, sino una escritora que acaba
de publicar. ¿Qué esperas de esta novela?
Lo mismo que de todas las que escribo, que le guste a los lectores y
disfrutar cumpliendo el sueño de ser escritora.
Has dejado atrás el género
policiaco para internarte en una novela intimista, con tintes históricos.
¿Crees que conocemos todo lo que vivieron las mujeres en la posguerra española?
A la primera parte te diré que haces bien al decir «tintes
históricos», porque no es una novela histórica, sino ambientada en unos años
que me tocó vivir y recoge parte de mis recuerdos y los de otras mujeres coetáneas,
luchadoras anónimas de un feminismo que perseguía revertir el papel que se nos
había asignado.
»en cuanto a la segunda parte de la pregunta, creo que sí, que conocemos
nuestra historia, aunque sigo viendo sesgos dependiendo de quién la cuente.
Has enfrentado a personajes
muy fuertes, de muy diferentes ideas, sin dejar nada en el tintero: los
militares, la corrupción policial, el robo de niños, el maltrato en las
cárceles y en los calabozos de la policía y, por encima de todo, la lucha de la
mujer en una época en la que no era nada en la sociedad en la que le había
tocado vivir. ¿Cómo te has documentado?
He leído libros de Lidia Falcón para refrescar mi memoria de lo
vivido, puesto que la conocí, lo mismo que a otras teóricas del feminismo, como
son Magda Oranich, Nuria Pompeia, Victoria Sau, que además fue profesora mía de
Psicología Diferencial. En aquellos años setenta acudí a sus conferencias que
dieron forma a mi pensamiento y lograron despertar un feminismo que llevaba en ciernes, puesto que desde niña luché contra
las diferencias en mi propia casa cuando me obligaban a ayudar mientras a mis
hermanos no se les exigía nada, solo por el hecho de que eran chicos.
¿Qué personaje te ha sido más
difícil crear?
No quiero ser presuntuosa, pero la verdad es que no me cuesta
trabajo crear ningún personaje. Yo diría que antes de la trama ya pienso en
ellos. Les abro una ficha para anotar sus peculiaridades, sus tics, su físico,
la forma de ser… Les doy vida y son ellos los que escriben las novelas. Para mí
la mayor dificultad de este libro ha sido remodelar mi forma de narrar, coger
la voz adecuada, puesto que el género policiaco es escueto y conciso, algo que
no se ajusta a un tipo de novela como esta.
Siempre cuentas que, cuando
estás escribiendo, tus personajes hablan contigo, ¿qué te obligaron a cambiar
muchas cosas?
Es cierto. El primer personaje que se rebeló a mis planes fue
Leonor, la madre de Consuelo. Su determinación me obligó a volver al principio
de la novela para dibujar mejor su personalidad.
¿Qué has querido reflejar con
la portada elegida?
Mujeres de la época enmarcadas en el Madrid del momento y la
fotografía ilustra muy bien lo que buscaba.
Esta novela la has corregido
varias veces y ha estado tiempo reposando en un cajón ¿por qué?
Porque no terminaba de gustarme y las amigas a las que les di a leer
el manuscrito me exigían más. Vuelvo a lo de antes: fallaba la voz narrativa.
Creo que al final lo he logrado, pero eso ya lo dirán los lectores.
»Respecto a la voz, me gustaría hacer hincapié en este hecho, porque
estoy indignada con la clasificación que se hace de novelas calificadas de
policiacas o negras, solo por el hecho de incluir crímenes o delitos en su
trama. Insisto en decir que el género tiene su propio lenguaje, sus regla y no
es negro todo lo que reluce ni policiaca toda trama en la que intervenga la
policía.
Tu novela habla de amistad,
amor y solidaridad. ¿Cómo valoras estas tres palabras en tu vida?
El amor está sobrevalorado porque en definitiva es un sentimiento
egoísta en el que esperas lo mismo que das, sin tener en cuenta que cada uno
aporta en la vida lo que puede. En el amor no veo mucha solidaridad, en cambio
en la amistad sí. Para mí la amistad es el sentimiento puro por excelencia. A
mí me duele más la traición de un amigo que la de una pareja, porque te hace
mirar con desconfianza a las nuevas personas que se cruzan en tu vida. La
amistad se elige, el amor en la mayoría de las ocasiones es cuestión de química,
de deseo, y luego pasa lo que pasa…
Ahora escribes mirando al mar
¿Cómo influye en tu día a día?
Aunque he nacido en Castilla el mar forma parte de mi vida desde
niña. Los veranos en las playas de Rota, al principio, de Garrucha en mi juventud
y, más tarde, en Cataluña, donde viví más de cuarenta años, han hecho que añore
su presencia en cuanto me alejo de él. Influye mucho en mi estado de ánimo;
cuando me despierto cada mañana lo primero que hago es asomarme a la terraza y
saludarlo. Mirar un horizonte sin límite ensancha las ganas de vivir, de
disfrutar de la vida. Mis últimos años han sido muy sedentarios, vivir a la
orilla del mar me ha vuelto más activa, incluso me he aficionado a caminar,
algo impensable antes de vivir aquí.
¿En qué proyectos estás
trabajando?
Estoy haciendo un estudio del género negro y policiaco, pero para
mí, solo por el placer de saber. Ni siquiera lo escribo en el ordenador, sino
en una libreta en la que pego portadas, recortes… Un pasatiempo ilustrado.
»También estoy escribiendo mis memorias, también para mí y en una
libreta. A mano la escritura es más íntima y mi Montblac con más de cuarenta
años en mi vida, sabe más de mí que yo misma.
En nombre de toda la
redacción y en el mío propio, te deseamos mucho éxito con esta nueva novela.
Os doy las gracias, pero el éxito es haberla escrito, con eso me
conformo.
![]() |
Almudena Gutiérrez |
Su obra:
La podéis encontrar en Amazon y en Kindleunlimited (cada foto os lleva a su enlace)
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Club de lectura La Isla del Aire
En los tiempos que vivimos, con prisas, estrés y poco lugar para organizar actividades lúdicas, es muy de
agradecer que nazca un club de lectura con ganas de trabajar, de recibir a
escritores y lectores con los brazos abiertos y que disfrute con ello.
El nombre elegido no es casual, La Isla del Aire, una isla de Menorca, el primer libro de El tiempo que nos une, de Alejandro
Palomas, la que para muchos es su mejor obra.


Macondo Café se unirá a La Isla del Aire en «Las tertulias del Macondo», proporcionando un lugar agradable con un rincón que invite a relajarnos y perdernos entre las páginas de un libro.
El club de lectura se inaugurará con La colina del almendro de Mayte Esteban. No han podido elegir mejor obra, por lo mucho que se puede comentar sobre ella, las joyas históricas que guarda la narración y la historia en sí misma, son dignas de debate ente la autora y sus lectores.
Desde la Revista Pasar Página, deseamos mucho éxito a este
club de lectura, seguiremos de cerca sus pasos y esperamos que su andadura sea
muy larga.
lunes, 9 de diciembre de 2019
NARRACIÓN ORAL
(A
mi abuela Juana)
Déjame
que te cuente hoy las historias
de
aquellas mujeres que, aunque calladas,
tejían
rencores en almas airadas,
mordían
prudencia de hueras memorias.
Déjame
que te narre hoy las historias,
de
miedos e iras, de risas domadas,
del
gris de la noche en calles tomadas,
de
muerte y de hambre, de viles victorias.
Déjame
que te explique con ternura,
que
todo tiene un fin en esta vida,
aunque
a veces se viva una locura.
Déjame
que en la negra noche herida,
te
arrulle en voz dejada y con dulzura,
despoje
de tu sueño el mal que anida.
María Jesús Mena
Publicado en el poemario Poemas ciegosۛ
lunes, 2 de diciembre de 2019
Querida mamá
Hoy nos ha cedido, para publicar en el blog, esta emotiva carta que ayer escribió a su madre la escritora y amiga de esta revista, Marta Querol.
Querida mamá:
Ya han pasado quince años. Cuesta creer que llevo tanto
tiempo sin tocarte, sin darte un beso, sin discutir contigo, sin abrazarte. Tal
vez el contacto físico es lo que más echo en falta: tu mano en la mía, mi
cabeza en tu pecho mientras descansabas de algún tratamiento, esos abrazos
apretados, silenciosos, cargados de palabras, de te quieros, de disculpas… Hoy
hace quince años que habitas mis pensamientos a cada instante sin un roce, y
como cada año me he acercado a llevarte flores. Ya sé que no estás allí, que
estás en mi corazón, en ese Our house
que todos llevamos dentro y describí en Yo, que tanto te quiero, pero ese
pequeño gesto me alivia un poco la necesidad física de tenerte, de compartir
algo real, tangible. Como si fuéramos a merendar juntas.
Han paso muchas cosas en estos quince años. Como dicen en
Blade Runner, «he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas
más allá de Orion. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta
de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en
la lluvia. Es hora de morir.» Y así es, hora de morir, aunque no el cuerpo
―espero― sino aquellas vivencias y afectos que han quedado sepultados por los
rayos C de la traición, del abuso, de las malas artes. Todos aquellos momentos
se han perdido como lágrimas en la lluvia, pero tú ya lo sabías, lo intuías,
porque siempre fuiste un oráculo. Tanta sabiduría albergabas que resultaba
increíble y, a veces, te hacía odiosa. Debe de ser duro tener siempre razón, no
equivocarte nunca, al menos en algunos aspectos de la vida.
Si levantaras la cabeza es posible que volvieras a dejarte
caer, a pesar de que nunca te rendías. Hay vilezas de seres cercanos que ni
siquiera tú llegaste a intuir. La realidad ha superado cualquier imaginación
posible. Por ser positiva, lo bueno de tantas vivencias increíbles es que da
para muchos personajes de novela. La gente buena da menos de sí literariamente.
Tampoco te gustaría ver el panorama general. A ti, que eras
un poco Unamoniana, te dolería España, como a él. No te cuento como están las
cosas, que a groso modo seguro que lo sabes, siempre estuviste al tanto y hasta
mantuviste un blog durante mucho tiempo cuando la mitad ni sabían qué era eso.
También hay pequeñas tonterías que puede que no sepas y que a lo mejor te
producían risa, pero a mí me revuelven las tripas. Siempre me sentí orgullosa
de vosotros, como personas y como empresarios: trabajadores, justos,
competentes, capaces, generosos, atrevidos, arriesgados, humanos…

Puede que ande un poco pesimista, pero es que la realidad es
algo puñetera y además, me influye en el ánimo que ayer, también el cáncer, se
llevó a una mujer maravillosa y no se me va de la cabeza. Demasiado joven,
demasiado buena. Como nuestra Marisa. Pienso en su madre, Rosa, una luchadora
nata con un corazón más grande que la falla del ayuntamiento, y en el niño que
deja, y se me parte el alma.
Lo nuestro era ley de vida, aunque demasiado temprana; nunca
es buen momento para dejarnos. Pero lo de Mar no toca nunca. Es difícil
encontrar un por qué; en estas situaciones no hay respuesta por mucho que la
necesitemos. Sucede y ya está. Hay que seguir. Se llama Mar y tiene unos ojos maravillosos.
Si te encuentras con ella acógela y dale un abrazo. Leía a un amigo que gritaba
con dolor que necesitamos más investigación y menos gastar dinero en tonterías;
la de vidas que se ha llevado esta enfermedad y lo poco que llega para
investigación. Al menos las noticias son esperanzadoras y algunas líneas de
investigación apuntan hacia una posible solución. Será tarde para ti, para
Marisa, Mar, y tantos otros, pero estoy segura de que llegará, aunque puede que
yo no lo vea. Por mi parte hago lo que puedo. Dentro de dos semanas creo que
podré celebrar ese granito de arena que llevo aportando desde hacer diez años.
Y si no es en este, será el que viene. Es por ti, por lo que me enseñaste y
pude vivir a tu lado. Espero que ese día sientas un puntito de orgullo. Me
queda mucho por hacer y mejorar; paso a paso sigo tu estela.
Me despido ya, hasta dentro de unos segundos que volverás
seguro a mi cabeza por cualquier otra cosa: por las noticias, por algún wasap
de mis hijas que me gustaría compartir contigo, por un chiste…
Espero que te hayan gustado las flores.
Yo, que tanto te quiero.
Publicación original en el blog de la web oficial de Marta Querol
domingo, 1 de diciembre de 2019
viernes, 29 de noviembre de 2019
Presentación Temporada de Avispas de Elisa Ferrer
Esta coqueta y acogedora librería del barrio de Salamanca, fue el lugar escogido por la editorial Tusquets para presentar en Madrid la novela ganadora del XV Premio Tusquets Editores de Novela, Temporada de avispas, de Elisa Ferrer. Juan Cerezo, editor de Tusquets, y Almudena Grandes, escritora y presidenta del jurado, acompañaron a la autora premiada.
La librería se quedó muy pequeña para acoger al gran número de personas que nos acercamos a conocer y escuchar a Elisa, que feliz y emocionada pero nerviosa iba recibiendo a todo el mundo.
Cuando abrí la puerta para acceder al interior de la librería, me encontré directamente con Elisa, que tiraba del otro lado para salir. Por supuesto, la asalté allí mismo, que me parecía que luego iba a ser complicado con la cantidad de personas que había. Me presenté para darle las gracias, en nombre de Almudena Gutiérrez y toda la revista, la entrevista que nos concedió en el número de Pasar Página de noviembre. Se mostró agradecida, era una de las primeras entrevistas que le habían hecho después de obtener el premio, y nos felicitó por la labor tan bonita que hacéis con esta revista, qué cuidada, con qué mimo tratáis todo, y qué merito hacerlo por puro amor al arte. Desde ya soy seguidora vuestra.

Almudena Grandes asentía a las palabras de Cerezo y tomó la palabra para contar que Temporada de avispas es la novela que todo jurado desea premiar: una primera novela, de un autor joven, de una mujer (porque siempre somos menos) y que sea muy buena. Se tiende a pensar que encontrar esto en un premio literario es muy habitual, pero no, es muy raro. Y por eso pasó lo que dice Juan, que íbamos dando vueltas, comentando los libros que nos habían gustado menos, de autores conocidos, hasta que alguien dijo: «a mí la que me ha gustado mucho es…». Y ya todos estuvimos de acuerdo.
Concluyó diciendo que, básicamente, «Temporada de avispas» es una novela sobre padres y madres, y el amor distinto que nos merecen los padres y las madres, y lo fácil que es idealizar a los padres y qué difícil idealizar a las madres.
La siguiente en tomar la palabra fue la autora premiada, Elisa Ferrer, que contó que empecé escribiendo cuentos con Nuria como protagonista, muchos cuentos, porque le había cogido mucho cariño a ella. Fue entonces cuando me dieron una beca para ir a Iowa, y ya allí, sentada en aquel taller de escritura creativa, alguien me dijo: «Elisa, deja de llamar a esto cuentos siempre con la misma protagonista porque aquí tienes una novela, ya basta de cuentos…». Y pensó es verdad, tengo una beca de dos años y es el momento de dedicarle tiempo a Nuria y convertirla en novela. Quiere dejar claro que la historia de la novela es totalmente ficticia.
Cuando estaba escribiendo estos cuentos que luego fueron capítulos sobre Nuria, vi que yo siempre la ponía en situaciones en las que estaba desubicada, y pensé que ahí había una ausencia y me apetecía mucho hablar de ese momento que siempre es muy doloroso, de cuando nos damos cuenta de que nuestros padres no son esos super héroes que nos pensábamos cuando éramos pequeños, sino que son humanos, que han hecho lo que han podido. Y decidí plantear esa ausencia, la del padre, desde la idealización de ella siendo adulta.

Dice que la decisión de presentarse a este premio vino sola, por algún sitio había que empezar. Busqué premios literarios en Google, y el primero que apareció fue el de Tusquets, que se convocaba en aquel momento. «Este», dije, no me harán ni caso, pero ahí va…

No puedo terminar esta crónica sin comentar que, además de Almudena Grandes, otro gran autor de Tusquets como es Eduardo Mendicutti, también estuvo presente en el acto. Y justo es darle las gracias a ellos, a Juan Cerezo, Elisa y a la editora Delia Louzán por su trato.
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Marina Collazo Casal |
lunes, 25 de noviembre de 2019
LAS LÁGRIMAS DE LA GITANA

Había conocido a un payo. Guapo hasta decir basta. Ojos
negros, seco como un sarmiento, pelo ahogado en gomina. Sobre todo, aquellos
ojos, que incendiaban las entrañas. Las de la gitana, que cayó rendida a su
asedio. Flores, besos, caricias, palabras con sabor a miel… Sonidos que la
enamoraron hasta perder la cabeza. Días de luces de colores, de sol brillando
en un cielo despejado.
Pero Sevilla es Sevilla. Los amoríos llegaron a oídos de sus
hermanos. El sol dejó de brillar y el cielo se cubrió de nubes pardas.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el
Serafín.
La gitana conocía al tal Serafín desde niño, y ya entonces
sus familias lo dispusieron todo. Destinados a casarse. La gitana, con Serafín,
feo hasta decir basta, con poca gracia y menos dulzura. Lo contrario que el
payo. Y la gitana se rebeló y también se enfrentó a los hermanos. Sólo se
casaría con él, con el payo, el único hombre al que quería; al que siguió
viendo a escondidas. Encuentros peligrosos a la luz de la luna en bocacalles
oscuras y callejones estrechos.
Llegó el día que se juraron amor eterno. Fuera de casa, para
la gitana el paraíso eran los brazos del payo y su universo, dejarse llevar por
sus caricias, recibir su boca como quien saboreaba la mayor de las ambrosías.
En casa estaba el infierno. Voces, gritos y alguna que otra bofetada de sabor
agrio. Lo quería, y nadie podría evitar que se casara con él. Los hermanos
rieron. ¿Nadie? «¡Qué ilusa eres, niña!», le chillaron.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el
Serafín.
A la noche siguiente, a la hora convenida, acudió al lugar
convenido, donde aguardaba su payo. Ella oyó gritos en la distancia, pasos
acelerados y un grito agónico que sonó a muerte. Tendido en el suelo encontró
al único hombre que quería y por cuyo vientre la vida se le escapaba. A la vera
del payo, con una navaja en la mano manchada de sangre, uno de sus hermanos.
—En esta santa casa nunca entrará un payo. Tú serás para el
Serafín.
El Guadalquivir escuchó en silencio el lamento de la gitana,
arrodillada junto a la corriente. Después sus aguas hablaron a la gitana. «Mira
la luna llena. Cierra los ojos. ¿Lo ves? Te espera allí. Da un paso y te
llevaré hasta él». La gitana se secó las lágrimas y sonrió. Su cuerpo se
adentró en las aguas frías —«no temas, pronto dejarás de sentirlas», le aseguró
el río— hasta cubrirla por completo.
Al alba del día siguiente se encontró el cuerpo sin vida de
una gitana hermosa en una de las orillas del río.
Sonreía.
Se fue con su payo.
Porque nunca sería del Serafín.
Víctor Fernández
Correas
martes, 19 de noviembre de 2019
El Museo del Prado: 200 años
JOYAS DE MADRID
Uno de los museos más importantes del mundo, el cofre que contiene maravillosas pinturas, colecciones que nos enseñan la historia de Europa desde la Edad Media a principios del siglo XX, por supuesto con una gran primacía de la historia de España.
Desde su fundación, el Museo ha ido creciendo a lo largo de estos doscientos años a través de donaciones de particulares, la Colección Real;del Museo de las Trinitarias, importantes pinturas como El Auto de fe presidido por el santo Domingo de Guzmán, pintado por Pedro Berruguete; lienzos del El Greco y, del Museo de Arte Moderno, obras de Vicente López, Rosales y Sorolla. Las Pinturas Negras de Goya también llegaron por donación, pero también se han hecho compras muy importantes: La condesa de Chinchón de Goya, El Barbero del Papa de Velázquez, y en los años 2003 y 2010 se adquiere, de Pieter Bruegelel Viejo, la obra El vino en la fiesta de San Martín.
Allí siguen vivos El Greco, Velázquez, Goya, Tiziano, El Bosco, Rubens, Vicente López, etc. Ellos representan la escuela española, la italiana y la flamenca. Múltiples personajes nos contemplan desde sus cuadros. Os confesaré que cuando voy al museo, siempre abarrotado de gente, pienso cómo sería visitarlo de noche y en soledad. Imagino a las Majas levantándose de su diván para poder estirar las piernas y bajar los brazos, a las Meninas saltando del cuadro junto a la Infanta Margarita, Mari Bárbola y Nicolasillo, todos con intención de jugar con ese perro resignado que aparece en el cuadro mientras la dueña intenta saltar asustada por haberse descuidado y Don Diego sonríe hierático. Me pregunto si seguirán sufriendo los fusilados del 3 de mayo, si los Mamelucos, conociendo la historia, han decidido no volver a atacar a los españoles que derrocharon valor.
La idea de un museo pictórico se le ocurrió a Fernando VI, que no pudo llevarlo a cabo al caer en una depresión debido al fallecimiento de su esposa Doña Bárbara de Braganza. Carlos III, su hermano y heredero, no siguió la idea; él, amante de la naturaleza, decidió crear un museo de ciencias naturales, encargando al arquitecto Juan de Villanueva la construcción de la actual sede del Prado, aunque no llegó a verlo terminado.

A la llegada de Carlos IV al trono, todo queda paralizado. Primero, porque no estaba claro el uso que se iba a dar al edificio; después, porque debido a la revolución francesa que había estallado un año antes de la coronación del rey, la toma de la Bastilla y todo lo que siguió, la economía estaba paralizada. España iba caminando penosamente, desconociendo que le quedaba uno de sus episodios más sangrientos.
Tras la Guerra de la Independencia y la proclamación de Fernando VII como rey de España, su esposa, la reina Isabel le propone la creación del Museo Real de Pintura y Escultura, que sufragó el propio rey de su bolsa personal la construcción de algunas salas. En 1.818 morirá Doña Isabel como consecuencia de las complicaciones de un parto sin ver terminada la obra. Será en noviembre de 1.819 cuando se inaugura, muy discretamente, el Museo Real de Pinturas, con trescientos once cuadros que se expusieron en tres salas, todas ellas de artistas españoles, dejando almacenadas muchas más. El museo formaba parte del Patrimonio de la Corona, por lo que recibió bastantes obras de palacios y monasterios. A la muerte de Fernando VII, y por estar vinculado a la corona, se plantea un grave problema debido a la división de la herencia entre sus hijas, la que sería Isabel II y su hermana Luisa Fernanda, quedando la resolución del testamento sometida a la mayoría de edad de la futura reina.
En 1.844, previo informe en el que se manifiesta la oposición a la división de bienes que pertenecieran a la Corona de España, ya que esta seguía vigente, aunque hubiera cambiado su titular, se propuso a la reina que indemnizara a su hermana sobre los bienes destinados al servicio y adorno de los palacios. El informe fue ratificado por Isabel II, de conformidad con su hermana y su madre. Todos los bienes recibidos pasaron a formar parte de los bienes de la nación, renombrándose el museo como Museo Nacional de Pintura y Escultura, aboliéndose mediante una ley, en 1869, el patrimonio de la corona si bien se concedió al reinante el uso y disfrute de un conjunto de bienes entre los que no se incluyó el museo.
En esa fase de absolutismo, la dirección del museo era nombrada por la oficina del rey -en este caso de la reina- variando según los intereses políticos. Ya Fernando VII había nombrado director al Marqués de Santa Cruz, mayordomo mayor de palacio, y al que sucederían el Príncipe de Anglona, el Marqués de Ariza y el Duque de Hijar, todos ellos asesorados por pintores de la época. Fue el Duque de Hijar quien obtuvo para el museo «El Cristo crucificado» de Velázquez.
Tras la expulsión de España de la reina Isabel II, la dirección del museo pasará a manos de los artistas, como Federico Madrazo, quien organizaría la colección por escuelas, pasando a denominarse como hoy lo conocemos: Museo del Prado. Se acogieron obras de El Escorial y de conventos de provincias que corrían el riesgo de perder su patrimonio; únicamente cien obras fueron seleccionadas, quedando el resto dispersadas por la península.
El Prado refleja fielmente en su historia la política española, siempre agitada y llena de intereses
personales. Amadeo de Saboya, a su llegada a España tratará de remediar en lo posible la difícil situación del museo, no sólo económicamente hablando sino, quizás, otra más importante: las deficiencias en las gestiones de quienes podían salvar muchos problemas. En el museo, el personal que vivía allí cocinaba y almacenaba leña en las dependencias habilitas como viviendas dentro del mismo edificio, lo que conllevaba un riesgo que nadie frenó. Mariano de Cavia, en un falso artículo, publicó que la noche del 24 de marzo de 1.891 el Prado se había incendiado. Los madrileños corrieron alarmados y puestos en lo peor, para comprobar a su llegada la mentira, pero dándose perfecta cuenta de que aquello había sido una llamada de atención por parte del cronista de lo que podía llegar a ocurrir. Se tomaron algunas medidas, pero los suelos de madera no se sustituyeron.
personales. Amadeo de Saboya, a su llegada a España tratará de remediar en lo posible la difícil situación del museo, no sólo económicamente hablando sino, quizás, otra más importante: las deficiencias en las gestiones de quienes podían salvar muchos problemas. En el museo, el personal que vivía allí cocinaba y almacenaba leña en las dependencias habilitas como viviendas dentro del mismo edificio, lo que conllevaba un riesgo que nadie frenó. Mariano de Cavia, en un falso artículo, publicó que la noche del 24 de marzo de 1.891 el Prado se había incendiado. Los madrileños corrieron alarmados y puestos en lo peor, para comprobar a su llegada la mentira, pero dándose perfecta cuenta de que aquello había sido una llamada de atención por parte del cronista de lo que podía llegar a ocurrir. Se tomaron algunas medidas, pero los suelos de madera no se sustituyeron.
La desidia, por parte de todos y de ninguno, descubrió en 1918 un expolio del «Tesoro del Delfín», un conjunto de vasos realizados con materiales nobles y piedras preciosas que llegaron a España con Felipe V, como herencia de su padre Luis de Francia. Un empleado había hurtado parte de las piezas; desaparecieron once vasos y más de treinta sufrieron serios deterioros.
España, país convulso donde los haya, llega a 1.936 y estalla la Guerra Civil. Se intenta por todos los medios salvar la colección de los bombardeos decidiendo el gobierno de la República trasladar los cuadros a Valencia, sede del gobierno, para posteriormente repartirlos por diversas ciudades. El trabajo es arduo: inventario de las pinturas, transporte, embalaje de las obras, etc. Todo se hace de la mejor manera posible, pero insuficiente. Durante el traslado a Ginebra, el camión que lleva «La carga de los Mamelucos» choca contra un túnel; la pintura sufre daños en su parte superior izquierda, vista desde el espectador. En 2.008, los magníficos restauradores del Museo logran subsanarlo. Con el objeto de controlar el patrimonio, tratando de paliar la desaparición de obras de arte por la quema de las iglesias, se crea la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, interviniendo «a la incautación o conservación en nombre del Estado de todas las obras, muebles o inmuebles, de valor artístico, histórico o bibliográfico que en razón de las anormales circunstancias presentes ofrezcan, a su juicio, peligro de ruina, pérdida o deterioro», siendo la Junta Central del Tesoro Artístico quien terminó ocupándose de los traslados. Fueron trescientas sesenta y una obras las que salieron del Museo del Prado junto con otras del Museo Moderno, El Escorial, el Palacio Real (entonces Palacio Nacional) y la real Academia de Bellas Artes de San Fernando, acompañadas de obras de particulares como «La condesa de Chinchón».
El Museo del Prado se cerró el 30 de agosto de 1.936, pero no solo se mandaron obras a Valencia, sino también al Castillo de San Fernando de Figueras, al Castillo de Perelada e incluso a las minas de talco, fronterizas con La Bajol y el Alto Ampurdan, donde quedaron enterradas a 250 metros de profundidad. El 3 de febrero de 1.939 se firma un acuerdo entre el gobierno y la Sociedad de Naciones para el traslado de las obras desde el Castillo de San Fernando de Figueras hasta Ginebra; el transporte se realiza en camiones con matrícula francesa. Los gastos hasta la frontera de Francia y Suiza corren por cuenta de España, después, hasta Ginebra, será el Comité Internacional, presidido por el Patronato de Museos Naciones, quien se hará cargo.
Tres semanas después de terminar la Guerra civil, y con el peligro en ciernes de una guerra europea, el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, del gobierno del general Franco, será quien solicita un inventario de la Sociedad de Naciones, y un tren sale de Ginebra la noche del 6 de septiembre de 1.939 trayendo de vuelta las obras del Museo. Durante el paso por territorio francés, el tren irá sin ninguna luz hasta llegar a España.
Hablamos de la construcción del museo, de los cuadros, pero no olvidemos los marcos, importantísimos para remarcar. El Prado tiene unos maravillosos marcos discretos que no desvían la atención de la pintura, algunos de ellos, exclusivos del Museo, fueron diseñados por el pintor de cámara de Carlos III para enmarcar sus propias obras.
Y al fin el año 2.019. Cuando nuestro querido Museo ha sido galardonado con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, premio al que optaban veintinueve candidatos más de distintas nacionalidades que no han sido «enemigos pequeños», los que se han quedado sin el reconocimiento que sin duda se merecen, pero el Prado es mucho Prado, no sólo en el contenido sino en la contribución que hace al desarrollo humanístico, divulgando su patrimonio, con unos conservadores considerados de los mejores del mundo. El Museo cumple este año su segundo centenario con multitud de exposiciones, proyecciones, conferencias, películas y visitas de niños y adolescentes, así hasta tres millones de visitantes anuales, si no me equivoco.
En nombre de esta modesta Revista y en el de toda su redacción y colaboradores.
¡¡FELICIDADES POR TANTO, MUSEO DEL PRADO!!
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Carmen Martín Audouard |
El original de este artículo fue publicado en el número 20 de la Revista Pasar Página
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