Hoy, víspera de Nochebuena, nos ha cedido un relato María José Moreno, un cuento de Navidad.
Aquel hombre llegaba por la mañana, siempre a la misma
hora, y se situaba en la esquina de la calle donde transcurrió mi infancia y
juventud. Cuando pasaba la gente alargaba su mano y pedía para poder comer.
Aparentaba una edad avanzada, o por lo menos así me lo parecía a mí, una mocosa
que no levantaba un palmo del suelo. Era alto y delgado. El cabello corto y del
color de la ceniza. Lo que a mis ojos de niña llamaba más la atención de
aquella persona tenía que ver con su aspecto. Pulcro y aseado, se diferenciaba
del resto de los pobres que inundaban las calles de mi ciudad. Ahora que lo
pienso, no parecía un pobre, al uso.
Vestía un limpio, aunque remendado, traje gris; una
camisa blanca que parecía transparente de tantos lavados, con el botón del
cuello abrochado, comprimiéndole la nuez de estrecha que le quedaba. Una boina
negra que calaba hasta los ojos le protegía la cabeza del frío.
Cuando mamá lo veía, se aprestaba a abrir su bolso
negro (el único que tenía) y sacaba un pequeño monedero de plástico marrón del
que extraía una moneda que depositaba en su mano.
—Gracias señora y compañía —decía a la vez que nos
hacía una especie de reverencia mientras se quitaba la boina —. Que Dios las
bendiga.
Mi madre le sonreía y al instante, volvía a cogerme
fuerte de la mano para seguir nuestro camino. Yo siempre giraba la cabeza y le
contemplaba sin que él lo supiera, observando su gesto adusto, su mirada triste
y a veces, un par de lágrimas rodando por sus afeitadas mejillas.
—Mamá. ¿Por qué siempre le das dinero a ese hombre?
—Porque lo necesita.
—¿Es pobre?
—Muy pobre.
—Pero hay muchos como él. ¿Por qué siempre le das
dinero al mismo?
—Porque es «mi pobre» —me dijo, mirándome con una
sonrisa en su labios.
Con ello, terminaba la conversación, pero yo cavilaba
sin entender ese sentido posesivo que ella tenía sobre aquel hombre pedigüeño y
deseaba ser mayor para tener un pobre propio, al que dar una moneda diaria.
Cuando mi madre enfermó de cáncer y supo que su fin
estaba próximo, me encomendó que no olvidara dar una moneda a «su pobre». En su
lecho de muerte, había tenido un recuerdo para aquel ser, y como si se tratara
de una herencia, me hizo depositaria de la obligación diaria hacia aquella
persona. Por supuesto, se lo prometí.
Una vez transcurridos, los dolorosos días del
entierro, pésames, misas,etc., me dispuse a cumplir mi promesa. Daban las diez
de la mañana cuando salí a la calle a buscarlo. Aquella era la hora en que
habitualmente se apostaba en la chaflán que hacía la última casa. El viento me
dio en la cara y casi me impidió abrir el paraguas. Sujetándolo para que no se
me volviera me encaminé hacia él. Divisaba una figura al fondo tergiversada por
la manta de agua que caía. Cuando llegué, me sobresaltó encontrarme a una
mujer, aterida y empapada.
—Buenos días —dije, cuando me repuse de la sorpresa—.
Buscaba a un hombre que se ponía en este lugar todas las mañanas.
—Nunca más vendrá —me dijo, sonriendo.
Sentí un escalofrío que atribuí al desapacible tiempo
que hacía.
—¿Cómo? ¿Le ha sucedido algo?
—Se marchó al cielo.
—¿Al cielo? —repetí—. ¿Cuándo?
—Hace diez días.
En aquel instante tomé conciencia de que mi madre
había fallecido también hacia diez días. Y entonces descubrí lo que ella
siempre supo. Su pobre era su ángel, que la esperaba para acompañarla al cielo.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó aquella poco
convencional pedigüeña.
—Sí —respondí sin ser cierto.
—Tome —le dije dándole la moneda— y métase en el
portal o cogerá una pulmonía.
—Gracias, señorita. Que Dios la bendiga. Pero este es
mi sitio. Aquí he de permanecer hasta que se me ordene lo contrario. No se
preocupe por mí. Soy fuerte.
—Como quiera —dije resignada, antes de darle la
espalda y dirigirme de nuevo a casa.
—¿Vendrá mañana? —me preguntó.
—Seguro. Nos veremos todos los días —respondí.
Me sonreía de una manera especial y
lo supe, aquella sería «mi pobre» y estaría allí velando por mí
hasta que me acompañara a mi reposo infinito.
Este y otros buenísimos relatos los podréis encontrar en el blog de María José Moreno Lugar de Encuentro.
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