lunes, 10 de noviembre de 2025

CON PERDÓN DE LA PALABRA

Por Marina Collazo Casal

PREMIO PLANETA: EL CONCURSO QUE NO LO ES

Cuando el galardón más mediático de las letras españolas parece más un escaparate que una oportunidad literaria real.

No sé si es el puñetero herpes zóster que tengo agarrado al cuerpo y la pesadez de ánimo que me provoca, o si simplemente estoy cansada de leer críticas a los ganadores del premio Planeta. Pero, como decía La Pantoja en una de sus canciones: «Hoy quiero confesar…».

Me da igual que el ganador o el finalista del Planeta sea más o menos mediático. Ser conocido no implica carecer de talento, igual que ser anónimo no garantiza calidad literaria. Se puede ser el más mediático y el que mejor escribe, o ser un desconocido incapaz de juntar tres letras. No va de eso la cuestión, aunque a veces insistamos en creerlo porque los prejuicios pesan. (Y ojo: ese es problema de cada uno, no del premio en sí).

Lo que verdaderamente me incomoda es que el Planeta se siga presentando como concurso. Con todo mi respeto, lo suyo no es un concurso, sino un premio privado disfrazado de concurso. Y ahí está el matiz que chirría. ¿De verdad quieren hacernos creer que, entre los más de mil manuscritos que se presentan cada año, todos los autores son famosos o mediáticos? ¿Ni un solo desconocido escribe lo bastante bien como para ganar? ¿Ningún año?

Ya escucho las justificaciones: «Con medio millón de euros en juego, no se lo van a dar a un autor anónimo; necesitan asegurarse las ventas. Con un nombre conocido, el retorno de lo invertido está garantizado». Y sí, ese es precisamente el meollo. Si Planeta quiere asegurarse las ventas, está en su derecho de premiar a quien le plazca; al fin y al cabo, hablamos de dinero privado. Pero entonces, no lo llamen concurso.

Porque eso crea una falsa ilusión entre quienes se presentan pensando que una gran editorial leerá, valorará y premiará su trabajo, para luego descubrir que el galardón vuelve a caer —una vez más— en manos de un autor ya conocido, y cada vez más mediático. Que conste: no critico la calidad de sus textos; muchos escriben de maravilla. Pero cuesta creer que solo se presenten al Planeta escritores con una carrera ya consolidada.

En las novelas premiadas hay de todo —buenas, malas y peores—, como en cualquier editorial o librería. Pero si el Planeta quiere presumir de ser un concurso literario, al menos debería garantizar un nivel de calidad proporcional al tamaño del premio en metálico. Que después guste o no la obra ganadora es otra historia, pero la calidad debería ser incuestionable.

Así que, por favor, señores de Planeta: dejen de llamarlo concurso. Llamen a las cosas por su nombre. Es un premio literario privado, que ustedes otorgan con los criterios que consideren oportunos. Como tantos otros premios en todos los gremios. No pasa nada por ello. Lo que sí resulta cuestionable es alimentar la ilusión de miles de autores que creen competir en igualdad de condiciones, cuando en realidad el tablero está inclinado desde el principio.

Y no, no pretendo abrir debate —ya hay suficiente ruido sobre el tema—. Solo hablo como lectora que, cada 15 de octubre, espera descubrir una nueva voz literaria. O dos. Pero nada, no hay manera.


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