«Tengo un faro, pero no hay caminos. Los dibujé en la arena y el mar enfurecido los engulló.
Construí una barca con maderas viejas. Y con sus olas contra las rocas la golpeó.
Lo miré a los ojos y por su enfado le pregunté. Y me contestó que eran celos, que moriría si no estaba a mi lado, besando mis pies.
Insistió en que me quería. En que nadie me amaría nunca más que él.
Y yo le dije que se equivocaba al arrebatarme la libertad.
Que mi amor ahogaría si me mantenía presa. Que no lo volvería a mirar jamás.
Él dudó por un instante, sin comprender. Luego montó en cólera y se embraveció ante mí, salpicándome con una sentencia de sal:
«Antes muerta que dejarte marchar».
Entonces recordé que mi madre me había enseñado a nadar y que aún conservaba un faro para hacerme ver. Sin dudarlo un instante lo levanté y lo agité, aguantando valiente su marejada. Unos pescadores corrieron a socorrerme. Me agarraron de la mano y prometieron no soltarme, pasara lo que pasara. Y yo abandoné aquella isla improvisada que mi mar salvaje me construyó.
Quise pisar tierra firme.
Y con tiempo y entereza, restaurarme el corazón».
Pilar Muñoz
Microrrelatos de mujer
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