Hoy recordamos a Miguel Delibes en el aniversario de su fallecimiento (12 de marzo de 2010), con un semblante que escribió Víctor Fernández Correas, periodista, escritor y redactor de Pasar Página, y que publicamos en el número 28.
SEMBLANZA
Para hablar de Miguel
Delibes ―perdón, Don Miguel― hay que ponerse de pie. Para escribir acerca de
él, hay que hacerlo con el respeto ―y admiración, como es mi caso― que merecen
su persona y su obra. Ahora es tiempo de recordarlo cuando se cumple el décimo
aniversario de su muerte, pero asimismo en cualquier momento del año y época
por la que naveguen nuestras vidas. Sus obras son atemporales, imperecederas; y
lo más importante: excavan en nuestros sentimientos, desnudan nuestra alma, nos
muestran la realidad tal como es.
Antes de acometer estas
líneas, me agencié una de las últimas obras dedicadas a su persona ― Cinco
horas con Delibes, de Javier Goñi―, en la que, a través de una serie de
entrevistas que duran exactamente eso, cinco horas ―parafraseando el título de
una de sus obras más célebres, Cinco horas con Mario. Lola Herrera lo
borda en la obra teatral. Id a verla―, Javier Goñi nos muestra a la persona tal
como es: su infancia, juventud, madurez y senectud; el inicio de su carrera
como escritor y también como periodista, ofrecimiento para dirigir El país
incluido cuando dicho diario se disponía a dar sus primeros pasos; la vida
junto a Ángeles, su esposa, y el derrumbe vital cuando esta dejó de estar a su
lado; su conciencia del mundo, de lo que fue y lo que será, su innato pesimismo
ante la vida… En definitiva, una joya para saborearla con calma.
Una joya para
complementar lecturas y relecturas ya hechas, porque Delibes es uno de esos
autores a los que apetece releer de cuando en cuando. En mi caso, un autor en
cuyos brazos me echo cuando las necesidades así lo aconsejan, uno a los que
acudo cuando las dudas de hacía dónde tirar en mis novelas me embargan, o
porque el estado de ánimo me aconseja dejarme guiar por su experiencia, por
todo lo que dejó escrito.
Que es mucho y diverso.
Pues en Delibes se observa una evolución como novelista ―no como persona. Esa
ya venía formada de serie― que le lleva a prestar atención a los más
desfavorecidos, hacia ese campo que languidece, que se vacía y pierde su alma a
pasos agigantados ― ¿suena la historia? ―, buscando en la naturaleza las
respuestas para un mundo que se movía más rápido que lo que deseaba.
Fruto de ello son
personajes inolvidables protagonistas de novelas imprescindibles para
conocernos mejor a nosotros mismos. Daniel «el Mochuelo», Roque «el Moñigo» y
Germán «el Tiñoso» de El camino; «El Nini», el niño sabio de La ratas
que habitaba en una cueva y que tenía el don ―y la sapiencia innata― de
interpretar los designios de la naturaleza; el consuelo que se dan dos almas
gemelas como son el viejo Don Eloy y la doméstica Desi en La hoja Roja;
la ya eterna Menchu de Cinco horas con Mario; o las desdichas familiares
de Paco «el Bajo» de Los santos inocentes; y mi preferido, ese Señor
Cayo de El disputado voto del señor Cayo ―la
habré leído docena de veces―, al que ningún político podía enseñarle nada que
ya no supiera, que era todo.
Sin olvidar esa gran
joya que nos legó antes de partir, El hereje, que me devoré de cabo a
rabo, y unas cuantas veces, antes de ponerme a dar mis primeros pasos como
novelista con La conspiración de Yuste. Aquel Valladolid del siglo XVI
tan bien construido y reflejado fue del que bebí; y aquella novela, como todas
las demás, le deben mucho a Miguel Delibes.
Perdón, a Don Miguel
Delibes.
Víctor Fernández Correas |
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