¡Si es que la culpa fue mía!
¿Quién me mandaba preparar un bizcocho?
¡Encima me sobraban unos kilitos! ¡Ay, es que el dulce me
puede!
¡Y solo se me ocurre a mí pedirle a mi marido que pasara a
preguntarle a la nueva vecina si tenía un poquito de levadura!
Pues la nueva vecina es muy simpática, me dijo al volver.
Debe de ser deportista porque iba vestida con uno de esos tops de gimnasia y
unos pantaloncitos y estaba sudando. Es muy delgadita.
Muy delgadita, muy delgadita… ¡Una lagarta es lo que es! En
dos meses me robó el marido y ahora lo tengo de vecino.
Durante este último año he hecho lo imposible para no
coincidir con ninguno de los dos en el rellano. Siempre observando a través de
la mirilla para no correr el riesgo. Tampoco he salido al balcón, solo cuando
sabía que estaban fuera de casa. Un día estuve a punto de cruzármelos por la
calle. Menos mal que me di cuenta a tiempo y pude esconderme detrás de una
furgoneta aparcada.
Ella se pasa el día en el gimnasio y parece que le ha
contagiado a él ese vicio insano por el deporte ¡Ojalá se tuerzan un tobillo!
Uno de esos días en los que vigilaba por la mirilla los vi
salir. Ella hecha un suspiro, con sus leggins y su top; el ombligo al aire. Y
él con un pantaloncito corto ajustado que le marcaba el paquete y dejaba al
aire sus piernas blancuzcas y peludas. Cuando pasó junto a mi puerta, sin
mirarla, sacó el dedo corazón de su mano derecha y lo puso a la altura de mi
ojo. ¡Será cretino!
Ahora que están siempre en casa, ocupan casi todo el tiempo
en hacer deporte. Lo sé porque las paredes son muy finas y, si pegas la oreja,
puedes escuchar perfectamente todo lo que ocurre al otro lado. Reconozco que la
primera vez que los oí jadear pensé que estaban… ya sabes: follando. Pero luego
me acordé de cómo es mi Paco en la cama y me di cuenta de que debían de estar
haciendo alguna de sus estúpidas tablas de gimnasia. Además, por detrás se
escuchaba una voz que iba diciendo cosas
como ¡talón! o ¡dame dos y chasse! por encima de una música hortera que se ha
convertido en la banda sonora de sus vidas porque la tienen puesta a todas
horas.
Yo también tengo banda sonora.
Antes del coronavirus esperaba a que los dos salieran de
casa para enchufar a todo volumen el Rata de dos patas, de Paquita la del
barrio. Ufff, no sabes cómo me ayuda esa canción a eliminar pulsiones
agresivas. Ahora, desde que estamos confinados, la tengo que escuchar con
cascos. Me da miedo empezar a cantarla en voz alta y que me oigan, que ya te he
dicho que estas paredes son de papel.
Maldita sanguijuelaaaaa, maldita cucarachaaaa, ¡ay, qué bien
me sienta este temazo!
Pero lo que peor llevo es lo de los plausos de las 8. ¡Que
los tengo al lado! Ahí, los dos juntitos, dando palmas. No los veo porque me
oculto detrás de las jardineras, pero bien que los oigo. Ella parece que
llevara el ritmo, como si estuviera en clase de aerobic.
El otro día la oí toser. No una tosecilla, no. Una tos de
esas que te arranca el alma. En cuanto se metieron dentro de la casa, colé la
cabeza en su balcón para cerciorarme de que era ella y no mi Paco quien tosía,
que si se muere ahora, como todavía estamos casados, seguro que me toca todo el
papeleo. Vi los shorts y el top de la lagarta tendidos en el terrazo, deben de
ser una talla XXS. Juraría que cuando se mudó al edificio llevaba una S. Tanto
deporte no es bueno. «Entrenó y entrenó y solo de ella esto quedó.»
Hace tres días que no salen al balcón a aplaudir y la ropa
sigue ahí. Las luces de la casa están apagadas y, la verdad, no creo que se
hayan ido al gimnasio.
Yo no le deseo mal a nadie, pero…
Rata de dos paaaataaaaaas…
Mónica Rouanet
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