lunes, 30 de diciembre de 2019
Recuerdo de infancia
Mi infancia olía a
mar,
a sal, a playa,
con el recuerdo de
una mano fuerte
y amada
en aquellos paseos
sin final.
Hoy ha vuelto el
recuerdo,
contigo,
y el sentimiento y el
tacto
de aquellos dedos.
La mano ahora es la
mía,
y el recuerdo renace
en tu mirada de niño,
y con ella ha vuelto
la sal,
el sol, el olor de la
mar,
el calor de la playa
y contigo el amor, la
paz
y la calma.
Hoy ha vuelto mi
infancia,
el cálido recuerdo de
la arena
y el aroma de tu
vida.
Del Poemario Inédito de Ferran Garrido
lunes, 23 de diciembre de 2019
Mi pobre
Hoy, víspera de Nochebuena, nos ha cedido un relato María José Moreno, un cuento de Navidad.
Aquel hombre llegaba por la mañana, siempre a la misma
hora, y se situaba en la esquina de la calle donde transcurrió mi infancia y
juventud. Cuando pasaba la gente alargaba su mano y pedía para poder comer.
Aparentaba una edad avanzada, o por lo menos así me lo parecía a mí, una mocosa
que no levantaba un palmo del suelo. Era alto y delgado. El cabello corto y del
color de la ceniza. Lo que a mis ojos de niña llamaba más la atención de
aquella persona tenía que ver con su aspecto. Pulcro y aseado, se diferenciaba
del resto de los pobres que inundaban las calles de mi ciudad. Ahora que lo
pienso, no parecía un pobre, al uso.
Vestía un limpio, aunque remendado, traje gris; una
camisa blanca que parecía transparente de tantos lavados, con el botón del
cuello abrochado, comprimiéndole la nuez de estrecha que le quedaba. Una boina
negra que calaba hasta los ojos le protegía la cabeza del frío.
Cuando mamá lo veía, se aprestaba a abrir su bolso
negro (el único que tenía) y sacaba un pequeño monedero de plástico marrón del
que extraía una moneda que depositaba en su mano.
—Gracias señora y compañía —decía a la vez que nos
hacía una especie de reverencia mientras se quitaba la boina —. Que Dios las
bendiga.
Mi madre le sonreía y al instante, volvía a cogerme
fuerte de la mano para seguir nuestro camino. Yo siempre giraba la cabeza y le
contemplaba sin que él lo supiera, observando su gesto adusto, su mirada triste
y a veces, un par de lágrimas rodando por sus afeitadas mejillas.
—Mamá. ¿Por qué siempre le das dinero a ese hombre?
—Porque lo necesita.
—¿Es pobre?
—Muy pobre.
—Pero hay muchos como él. ¿Por qué siempre le das
dinero al mismo?
—Porque es «mi pobre» —me dijo, mirándome con una
sonrisa en su labios.
Con ello, terminaba la conversación, pero yo cavilaba
sin entender ese sentido posesivo que ella tenía sobre aquel hombre pedigüeño y
deseaba ser mayor para tener un pobre propio, al que dar una moneda diaria.
Cuando mi madre enfermó de cáncer y supo que su fin
estaba próximo, me encomendó que no olvidara dar una moneda a «su pobre». En su
lecho de muerte, había tenido un recuerdo para aquel ser, y como si se tratara
de una herencia, me hizo depositaria de la obligación diaria hacia aquella
persona. Por supuesto, se lo prometí.
Una vez transcurridos, los dolorosos días del
entierro, pésames, misas,etc., me dispuse a cumplir mi promesa. Daban las diez
de la mañana cuando salí a la calle a buscarlo. Aquella era la hora en que
habitualmente se apostaba en la chaflán que hacía la última casa. El viento me
dio en la cara y casi me impidió abrir el paraguas. Sujetándolo para que no se
me volviera me encaminé hacia él. Divisaba una figura al fondo tergiversada por
la manta de agua que caía. Cuando llegué, me sobresaltó encontrarme a una
mujer, aterida y empapada.
—Buenos días —dije, cuando me repuse de la sorpresa—.
Buscaba a un hombre que se ponía en este lugar todas las mañanas.
—Nunca más vendrá —me dijo, sonriendo.
Sentí un escalofrío que atribuí al desapacible tiempo
que hacía.
—¿Cómo? ¿Le ha sucedido algo?
—Se marchó al cielo.
—¿Al cielo? —repetí—. ¿Cuándo?
—Hace diez días.
En aquel instante tomé conciencia de que mi madre
había fallecido también hacia diez días. Y entonces descubrí lo que ella
siempre supo. Su pobre era su ángel, que la esperaba para acompañarla al cielo.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó aquella poco
convencional pedigüeña.
—Sí —respondí sin ser cierto.
—Tome —le dije dándole la moneda— y métase en el
portal o cogerá una pulmonía.
—Gracias, señorita. Que Dios la bendiga. Pero este es
mi sitio. Aquí he de permanecer hasta que se me ordene lo contrario. No se
preocupe por mí. Soy fuerte.
—Como quiera —dije resignada, antes de darle la
espalda y dirigirme de nuevo a casa.
—¿Vendrá mañana? —me preguntó.
—Seguro. Nos veremos todos los días —respondí.
Me sonreía de una manera especial y
lo supe, aquella sería «mi pobre» y estaría allí velando por mí
hasta que me acompañara a mi reposo infinito.
Este y otros buenísimos relatos los podréis encontrar en el blog de María José Moreno Lugar de Encuentro.
lunes, 16 de diciembre de 2019
Colette
Colette
Se peinaba a lo garçon,
recuerda Martín, como la viajera que quiso enseñarle a besar a Joaquín Sabina
en la gare de Austerlitz de París.
Sabina no recordaba su nombre, o quizás lo olvidaba con intención. Esas cosas
de los artistas. Él, sin embargo, nunca lo hará. Se llamaba Colette y se
peinaba a lo garcón, con aquel
principio del cuello que llenó de besos en más de una noche sin más compañía
que una sábana con la que arroparse para combatir el relente de la madrugada.
También fue en París, y cuando se despidieron lo hicieron sin saber que nunca
más se volverían a ver. Desde entonces se siente como un capitán que desafía al
oleaje sin timón ni timonel; sabiendo que el cascarón de nuez que es su corazón
navega camino de los sueños tan ligero de equipaje como el del canalla de
Sabina.
Martín se lleva a los labios la taza de café y piensa en
cómo será Colette ahora, qué aspecto tendrá, qué será de su vida. De aquello
han pasado ya diez años, y todavía la sigue recordando; el resorte de una
canción, esos Peces de ciudad del
maestro Sabina, que le acompañan en el amanecer de un nuevo día sonando a
través del altavoz de la radio de la cocina. Estará casada, tendrá hijos,
conservará el mismo corte de pelo, a lo garçon.
Se acordará de mí. Decenas de preguntas navegan por su cabeza como aquel velero
que es su corazón, y que quedó varado en pleno mar de la incomprensión cuando
se cercioró de que era imposible buscar a Colette en las mujeres que amó a
continuación. Colette sólo había una, y le había tendido su número de teléfono.
Quiero saber de ti, le pidió al despedirse. El número se perdió. Aún no sabe
cómo ni cuándo pero sí dónde, en aquella estación de Austerlitz donde le
esperaba un tren para devolverle a Madrid aún con el calor y el sabor de los
labios de Colette como compañeros de viaje. Se caería del bolsillo al sacar la
cartera, se le traspapelaría. Se perdió.
Martín apura el café y apaga la radio. Sonríe. Colette, la
Colette que se peinaba a lo garçon.
La ve en esa foto que tiene enmarcada en el salón en la estantería de un
armario. Posan con la girola de Notre Dame a sus espaldas. Ríen. Con esa
sonrisa impregnada en su rostro se marcha a trabajar, como todos los días. Es
su sustento, el alimento de una ilusión, el carburante que le mantiene con la
esperanza de volver a desafiar el oleaje en su compañía. Quizás algún día,
cuando regrese a París.
Peces de ciudad de Joaquín Sabina
jueves, 12 de diciembre de 2019
Entrevista a Mercedes Gallego Moro
Hoy traemos a nuestras páginas a la escritora Mercedes Gallego Moro, que
ha autopublicado su última novela Las
mujeres que no salen en los libros.
Una historia de amistad, de amor y
solidaridad que relata la vida de las mujeres que lucharon de forma anónima
para lograr una igualdad, que en pleno siglo XXI todavía no se ha conseguido.
Consuelo y Laura entablan amistad
de forma casual cuando ambas acuden a unas clases de francés. La primera,
abogada, hija de la burguesía madrileña y Laura, que tras la muerte de su
marido, se enfrenta a las dificultades que entrañaba ser mujer en la posguerra
española, a pesar de que antes de ser viuda, era ella la que llevaba las
riendas del negocio, una tienda de comestibles que ambos poseían en el
madrileño barrio de Chamberí.

Consuelo es detenida cuando
investiga la desaparición de recién nacidos y se inicia su carrera por la
supervivencia. Conoce a Lucie, una mujer que solo busca sobrevivir al hambre y
a la violencia que ejerce su marido sobre ella. Lucie resulta crucial para la
supervivencia de Consuelo.
Buenas tardes, Mercedes. Hoy
no eres la directora de la revista Pasar Página, sino una escritora que acaba
de publicar. ¿Qué esperas de esta novela?
Lo mismo que de todas las que escribo, que le guste a los lectores y
disfrutar cumpliendo el sueño de ser escritora.
Has dejado atrás el género
policiaco para internarte en una novela intimista, con tintes históricos.
¿Crees que conocemos todo lo que vivieron las mujeres en la posguerra española?
A la primera parte te diré que haces bien al decir «tintes
históricos», porque no es una novela histórica, sino ambientada en unos años
que me tocó vivir y recoge parte de mis recuerdos y los de otras mujeres coetáneas,
luchadoras anónimas de un feminismo que perseguía revertir el papel que se nos
había asignado.
»en cuanto a la segunda parte de la pregunta, creo que sí, que conocemos
nuestra historia, aunque sigo viendo sesgos dependiendo de quién la cuente.
Has enfrentado a personajes
muy fuertes, de muy diferentes ideas, sin dejar nada en el tintero: los
militares, la corrupción policial, el robo de niños, el maltrato en las
cárceles y en los calabozos de la policía y, por encima de todo, la lucha de la
mujer en una época en la que no era nada en la sociedad en la que le había
tocado vivir. ¿Cómo te has documentado?
He leído libros de Lidia Falcón para refrescar mi memoria de lo
vivido, puesto que la conocí, lo mismo que a otras teóricas del feminismo, como
son Magda Oranich, Nuria Pompeia, Victoria Sau, que además fue profesora mía de
Psicología Diferencial. En aquellos años setenta acudí a sus conferencias que
dieron forma a mi pensamiento y lograron despertar un feminismo que llevaba en ciernes, puesto que desde niña luché contra
las diferencias en mi propia casa cuando me obligaban a ayudar mientras a mis
hermanos no se les exigía nada, solo por el hecho de que eran chicos.
¿Qué personaje te ha sido más
difícil crear?
No quiero ser presuntuosa, pero la verdad es que no me cuesta
trabajo crear ningún personaje. Yo diría que antes de la trama ya pienso en
ellos. Les abro una ficha para anotar sus peculiaridades, sus tics, su físico,
la forma de ser… Les doy vida y son ellos los que escriben las novelas. Para mí
la mayor dificultad de este libro ha sido remodelar mi forma de narrar, coger
la voz adecuada, puesto que el género policiaco es escueto y conciso, algo que
no se ajusta a un tipo de novela como esta.
Siempre cuentas que, cuando
estás escribiendo, tus personajes hablan contigo, ¿qué te obligaron a cambiar
muchas cosas?
Es cierto. El primer personaje que se rebeló a mis planes fue
Leonor, la madre de Consuelo. Su determinación me obligó a volver al principio
de la novela para dibujar mejor su personalidad.
¿Qué has querido reflejar con
la portada elegida?
Mujeres de la época enmarcadas en el Madrid del momento y la
fotografía ilustra muy bien lo que buscaba.
Esta novela la has corregido
varias veces y ha estado tiempo reposando en un cajón ¿por qué?
Porque no terminaba de gustarme y las amigas a las que les di a leer
el manuscrito me exigían más. Vuelvo a lo de antes: fallaba la voz narrativa.
Creo que al final lo he logrado, pero eso ya lo dirán los lectores.
»Respecto a la voz, me gustaría hacer hincapié en este hecho, porque
estoy indignada con la clasificación que se hace de novelas calificadas de
policiacas o negras, solo por el hecho de incluir crímenes o delitos en su
trama. Insisto en decir que el género tiene su propio lenguaje, sus regla y no
es negro todo lo que reluce ni policiaca toda trama en la que intervenga la
policía.
Tu novela habla de amistad,
amor y solidaridad. ¿Cómo valoras estas tres palabras en tu vida?
El amor está sobrevalorado porque en definitiva es un sentimiento
egoísta en el que esperas lo mismo que das, sin tener en cuenta que cada uno
aporta en la vida lo que puede. En el amor no veo mucha solidaridad, en cambio
en la amistad sí. Para mí la amistad es el sentimiento puro por excelencia. A
mí me duele más la traición de un amigo que la de una pareja, porque te hace
mirar con desconfianza a las nuevas personas que se cruzan en tu vida. La
amistad se elige, el amor en la mayoría de las ocasiones es cuestión de química,
de deseo, y luego pasa lo que pasa…
Ahora escribes mirando al mar
¿Cómo influye en tu día a día?
Aunque he nacido en Castilla el mar forma parte de mi vida desde
niña. Los veranos en las playas de Rota, al principio, de Garrucha en mi juventud
y, más tarde, en Cataluña, donde viví más de cuarenta años, han hecho que añore
su presencia en cuanto me alejo de él. Influye mucho en mi estado de ánimo;
cuando me despierto cada mañana lo primero que hago es asomarme a la terraza y
saludarlo. Mirar un horizonte sin límite ensancha las ganas de vivir, de
disfrutar de la vida. Mis últimos años han sido muy sedentarios, vivir a la
orilla del mar me ha vuelto más activa, incluso me he aficionado a caminar,
algo impensable antes de vivir aquí.
¿En qué proyectos estás
trabajando?
Estoy haciendo un estudio del género negro y policiaco, pero para
mí, solo por el placer de saber. Ni siquiera lo escribo en el ordenador, sino
en una libreta en la que pego portadas, recortes… Un pasatiempo ilustrado.
»También estoy escribiendo mis memorias, también para mí y en una
libreta. A mano la escritura es más íntima y mi Montblac con más de cuarenta
años en mi vida, sabe más de mí que yo misma.
En nombre de toda la
redacción y en el mío propio, te deseamos mucho éxito con esta nueva novela.
Os doy las gracias, pero el éxito es haberla escrito, con eso me
conformo.
![]() |
Almudena Gutiérrez |
Su obra:
La podéis encontrar en Amazon y en Kindleunlimited (cada foto os lleva a su enlace)
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Club de lectura La Isla del Aire
En los tiempos que vivimos, con prisas, estrés y poco lugar para organizar actividades lúdicas, es muy de
agradecer que nazca un club de lectura con ganas de trabajar, de recibir a
escritores y lectores con los brazos abiertos y que disfrute con ello.
El nombre elegido no es casual, La Isla del Aire, una isla de Menorca, el primer libro de El tiempo que nos une, de Alejandro
Palomas, la que para muchos es su mejor obra.


Macondo Café se unirá a La Isla del Aire en «Las tertulias del Macondo», proporcionando un lugar agradable con un rincón que invite a relajarnos y perdernos entre las páginas de un libro.
El club de lectura se inaugurará con La colina del almendro de Mayte Esteban. No han podido elegir mejor obra, por lo mucho que se puede comentar sobre ella, las joyas históricas que guarda la narración y la historia en sí misma, son dignas de debate ente la autora y sus lectores.
Desde la Revista Pasar Página, deseamos mucho éxito a este
club de lectura, seguiremos de cerca sus pasos y esperamos que su andadura sea
muy larga.
lunes, 9 de diciembre de 2019
NARRACIÓN ORAL
(A
mi abuela Juana)
Déjame
que te cuente hoy las historias
de
aquellas mujeres que, aunque calladas,
tejían
rencores en almas airadas,
mordían
prudencia de hueras memorias.
Déjame
que te narre hoy las historias,
de
miedos e iras, de risas domadas,
del
gris de la noche en calles tomadas,
de
muerte y de hambre, de viles victorias.
Déjame
que te explique con ternura,
que
todo tiene un fin en esta vida,
aunque
a veces se viva una locura.
Déjame
que en la negra noche herida,
te
arrulle en voz dejada y con dulzura,
despoje
de tu sueño el mal que anida.
María Jesús Mena
Publicado en el poemario Poemas ciegosۛ
lunes, 2 de diciembre de 2019
Querida mamá
Hoy nos ha cedido, para publicar en el blog, esta emotiva carta que ayer escribió a su madre la escritora y amiga de esta revista, Marta Querol.
Querida mamá:
Ya han pasado quince años. Cuesta creer que llevo tanto
tiempo sin tocarte, sin darte un beso, sin discutir contigo, sin abrazarte. Tal
vez el contacto físico es lo que más echo en falta: tu mano en la mía, mi
cabeza en tu pecho mientras descansabas de algún tratamiento, esos abrazos
apretados, silenciosos, cargados de palabras, de te quieros, de disculpas… Hoy
hace quince años que habitas mis pensamientos a cada instante sin un roce, y
como cada año me he acercado a llevarte flores. Ya sé que no estás allí, que
estás en mi corazón, en ese Our house
que todos llevamos dentro y describí en Yo, que tanto te quiero, pero ese
pequeño gesto me alivia un poco la necesidad física de tenerte, de compartir
algo real, tangible. Como si fuéramos a merendar juntas.
Han paso muchas cosas en estos quince años. Como dicen en
Blade Runner, «he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas
más allá de Orion. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta
de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en
la lluvia. Es hora de morir.» Y así es, hora de morir, aunque no el cuerpo
―espero― sino aquellas vivencias y afectos que han quedado sepultados por los
rayos C de la traición, del abuso, de las malas artes. Todos aquellos momentos
se han perdido como lágrimas en la lluvia, pero tú ya lo sabías, lo intuías,
porque siempre fuiste un oráculo. Tanta sabiduría albergabas que resultaba
increíble y, a veces, te hacía odiosa. Debe de ser duro tener siempre razón, no
equivocarte nunca, al menos en algunos aspectos de la vida.
Si levantaras la cabeza es posible que volvieras a dejarte
caer, a pesar de que nunca te rendías. Hay vilezas de seres cercanos que ni
siquiera tú llegaste a intuir. La realidad ha superado cualquier imaginación
posible. Por ser positiva, lo bueno de tantas vivencias increíbles es que da
para muchos personajes de novela. La gente buena da menos de sí literariamente.
Tampoco te gustaría ver el panorama general. A ti, que eras
un poco Unamoniana, te dolería España, como a él. No te cuento como están las
cosas, que a groso modo seguro que lo sabes, siempre estuviste al tanto y hasta
mantuviste un blog durante mucho tiempo cuando la mitad ni sabían qué era eso.
También hay pequeñas tonterías que puede que no sepas y que a lo mejor te
producían risa, pero a mí me revuelven las tripas. Siempre me sentí orgullosa
de vosotros, como personas y como empresarios: trabajadores, justos,
competentes, capaces, generosos, atrevidos, arriesgados, humanos…

Puede que ande un poco pesimista, pero es que la realidad es
algo puñetera y además, me influye en el ánimo que ayer, también el cáncer, se
llevó a una mujer maravillosa y no se me va de la cabeza. Demasiado joven,
demasiado buena. Como nuestra Marisa. Pienso en su madre, Rosa, una luchadora
nata con un corazón más grande que la falla del ayuntamiento, y en el niño que
deja, y se me parte el alma.
Lo nuestro era ley de vida, aunque demasiado temprana; nunca
es buen momento para dejarnos. Pero lo de Mar no toca nunca. Es difícil
encontrar un por qué; en estas situaciones no hay respuesta por mucho que la
necesitemos. Sucede y ya está. Hay que seguir. Se llama Mar y tiene unos ojos maravillosos.
Si te encuentras con ella acógela y dale un abrazo. Leía a un amigo que gritaba
con dolor que necesitamos más investigación y menos gastar dinero en tonterías;
la de vidas que se ha llevado esta enfermedad y lo poco que llega para
investigación. Al menos las noticias son esperanzadoras y algunas líneas de
investigación apuntan hacia una posible solución. Será tarde para ti, para
Marisa, Mar, y tantos otros, pero estoy segura de que llegará, aunque puede que
yo no lo vea. Por mi parte hago lo que puedo. Dentro de dos semanas creo que
podré celebrar ese granito de arena que llevo aportando desde hacer diez años.
Y si no es en este, será el que viene. Es por ti, por lo que me enseñaste y
pude vivir a tu lado. Espero que ese día sientas un puntito de orgullo. Me
queda mucho por hacer y mejorar; paso a paso sigo tu estela.
Me despido ya, hasta dentro de unos segundos que volverás
seguro a mi cabeza por cualquier otra cosa: por las noticias, por algún wasap
de mis hijas que me gustaría compartir contigo, por un chiste…
Espero que te hayan gustado las flores.
Yo, que tanto te quiero.
Publicación original en el blog de la web oficial de Marta Querol
domingo, 1 de diciembre de 2019
Suscribirse a:
Entradas (Atom)