miércoles, 28 de febrero de 2024

«El infierno es una chica adolescente»


Autora: María Zaragoza

Ilustradora: AxMxAxLx (Ana María Alcañiz Lizcano)


Un libro de relatos para adultos sin adultos.

Niñas que deciden ser malas un verano y pierden su amistad y su inocencia, adolescentes que se quedan embarazadas de pulpos, niños que deciden destruir lo que no comprenden, un verano lleno de bichos por culpa de la contaminación o la brujería, monjas voladoras, atentados de la ultraderecha, gente atropellada por trenes, chicas que se convierten en monstruo por culpa de un padre intolerante, tejedoras del destino de mujeres, escritoras poseídas por una máquina de escribir, niños que pueden planear un crimen perfecto, amistades que terminan en desgracia, chicas a las que se roba su identidad, chicos devorados por su propia intransigencia, anorexia y bulimia, Kurt Cobain, Kate Moss, Drew Barrymore y Alfonso Guerra. Un universo de adolescentes y niños al margen de los adultos, lleno de miedo, confusión, aventuras y muerte que reconocerán todos los que fueron niños y adolescentes en los ochenta y los noventa.

La infancia es un territorio hostil en estos relatos para adultos y sin adultos escritos por María Zaragoza e ilustrados por AxMxAxLx. Un nuevo gótico español confesional, sucio, mágico y terrorífico. Una reconstrucción fragmentaria de cómo las autoras vieron terminarse un siglo terrible que siempre, por desgracia, estamos a tiempo de repetir.

 

La autora nos hace recordar, relato a relato, esas sensaciones tan particulares de la adolescencia. En mi caso, por mi edad, algunas me recuerdan más a los momentos vividos con mi hija que a los míos, pero otros son comunes a varias generaciones. Lo que sí es común a cualquier lector es la reflexión a la que invitan estos relatos, a analizar lo que vivimos con los ojos de la madurez, que nos hará encontrar diferentes explicaciones a las que les dimos en su día.

¿Quiénes somos? ¿Por qué tenemos que hacer lo que nos dicen? ¿Por qué a los niños se les juzga de forma diferente que a las niñas?

Relatos góticos en los que encontraremos aventuras, amor, miedos, droga, trastornos alimenticios, sexo, violencia y algunos monstruos que no siempre son imaginarios, en unas historias marcadas por los recuerdos de la autora, escritos durante el confinamiento, e ilustrados por una compañera de juegos de su infancia y adolescencia que compartió vivencias y, por tanto, recuerdos.

Ambientado mayoritariamente en un pueblo manchego, en la década de los noventa, tienen puntos comunes a cualquier fecha y a cualquier entorno.

Dieciséis relatos que os estremecerán y que es mejor que descubráis vosotros mismos, prefiero no contaros el contenido de ninguno de ellos. Si tuviese que elegir uno, no me digáis por qué, me ha encantado “Ojos de lechuza”.

No puedo acabar esta opinión sin hablar de la ilustradora, magnífica, con unos dibujos que hacen que los relatos sean aún más inquietantes y se queden grabados en nuestra retina. Negros con escala de grises en los que solo se ha permitido incluir el rojo, consiguiendo un resultado precioso.

Al igual que en los relatos os dejo una fotografía de mis dos dibujos preferidos. 

La edición, cuidadísima, con pasta dura, recordando a las colecciones antiguas. Una maravilla. Un libro para leer despacio y disfrutarlo.

 «La infancia no me parece una época inocente y dulce»

«La inocencia de los niños es un cliché como un piano»

(María Zaragoza)


Almudena Gutiérrez


lunes, 19 de febrero de 2024

«El manipulador» de Francisco Lorenzo

 Hoy hablamos de esta novela editada por Roca del grupo Penguin Random House



Sinopsis:

Diciembre, Santiago de Compostela. Yoel Garza, inspector de la Policía judicial, recibe una llamada de emergencia. Han descubierto un esqueleto enterrado con un orificio de bala en el cráneo. Le faltan todos los dientes, excepto un incisivo de oro. Al instante, Yoel recuerda que un antiguo compañero del colegio, Antonio Serván, publicó una novela cuya portada es idéntica a la escena del crimen. Pero no es eso lo que más le preocupa. Junto a los huesos, han encontrado el anillo de compromiso que su novia perdió meses atrás. ¿Quién lo ha puesto ahí y por qué?

A partir de ese instante, da comienzo un juego entre dos mentes privilegiadas, una búsqueda contrarreloj para demostrar la identidad de un macabro asesino en serie.

UNA BATALLA PSICOLÓGICA DE RITMO VERTIGINOSO

UN PLAN TEJIDO DURANTE LARGOS AÑOS

 Mi opinión:

Narrada en primera persona por Yoel Garza, inspector de la Policía judicial, con una mente privilegiada, se enfrentará al caso más difícil de su carrera ya que le afecta directamente, al encontrarse en el cadáver el anillo de compromiso que su novia perdió hace unos meses.

Muy pronto se dará cuenta, al mismo tiempo que el lector, que el asesino es Antonio Serván, famoso escritor y antiguo compañero de colegio que tiene la particularidad de tener una mente igual de privilegiada que la de Yoel.

El pulso entre estos dos seres tan inteligentes, está servido. Una carrera contrarreloj, una batalla psicológica, una venganza y un asesino en serie, nos hacen leer sin pausa.

Al lector no se le esconde nada de lo que va ocurriendo y, además, se le va instruyendo con los flashbacks que permiten conocer a los dos protagonistas.

El «bueno», no cae bien, es demasiado engreído, orgulloso y poco empático con todo y todos los que le rodean, pero tampoco queremos que el «malo» gane la partida, por lo que inclinamos la balanza hacia Yoel.

Y aquí tengo que decir lo bien construidos que están los dos personajes. La mente analítica de Yoel y la obsesiva y vengativa de Serván, que convierte su venganza en un juego contra su contrincante, porque estamos, sin duda, ante una novela de personajes y unos personajes que evolucionan a lo largo de la historia.

Una novela muy recomendable, con varios giros buenísimos y un final del que cada uno podemos hacer nuestra lectura. Como dice el autor, «El resto es historia».

El autor:

Francisco Lorenzo nació en Santiago de Compostela (Galicia) en 1986. Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas, se ha sentido siempre motivado por crear historias. En 2021, de la mano de la editorial de juegos de mesa Doit Games, salieron al mercado tres aventuras de «IQ Files», un escape room narrativo de mesa creado por él que ya ha sido licenciado por otras editoriales en países como, por ejemplo, Francia.

Sin embargo, su forma preferida de contar historias siempre ha sido la novela. El manipulador es su debut, donde despliega un uso magistral del misterio y del suspense, presentando su tierra natal, Galicia, como telón de fondo y consagrando a su personaje principal, Yoel Garza, como uno de los personajes más originales del thriller español de los últimos años.

Almudena Gutiérrez


viernes, 5 de enero de 2024

«El árbol de los deseos» de Mercedes Pinto Maldonado


Ocho de enero. Un año más tocaba recoger los adornos de Navidad. Suspiró y se puso a la tarea con nostalgia. Solía invadirle cierta tristeza al despedirse de las fiestas familiares; la casa volvía al silencio y al vacío, y sin el calorcito de sus hijos y nietos estaba mucho más fría.

Esas últimas navidades no había podido poner el belén por miedo a que los más pequeñajos se atragantaran con alguna de las figuritas o quisieran comerse el musgo. Pero el Árbol de los Deseos no faltaba nunca. Lo había heredado de su madre, y su madre de su abuela; era todo un símbolo familiar. Cada año lo sacaba de su caja y abría sus ramas hasta que parecían brazos dispuestos a dar cobijo. Nada más: ni bolas ni cintas ni muñequitos ni estrellas; un árbol desnudo al que había que vestir poco a poco con los sueños de cada miembro de la familia y los amigos.

El ritual era sencillo: todo el que lo deseaba cogía un cartoncito, escribía su deseo, lo colgaba en una rama y encendía una vela azul a los pies del Niño Jesús que había en un pequeño Misterio dispuesto al lado del viejo árbol artificial. Artificial, pero con historia y alma.

A ella no le gustaban los bombones, pero cada Navidad compraba una caja, segura de que terminaría vacía y de nuevo le serviría para guardar los anhelos de todos los que habían pasado por casa durante las fiestas. Ese día, como cada ocho de enero, era el momento de recoger los deseos y meterlos en su caja. En el desván debía de haber ya docenas de ellas repletas de sueños cumplidos. En casa decían que el árbol, más que de los deseos, debería llamarse de los milagros, porque con todos los que habían colgado sus deseos había sido más que generoso.

Recordó cuando su hijo mayor, hacía ya doce años, pidió que le aprobaran la última asignatura de la carrera, y se lo concedió; o cuando una de sus nueras escribió su deseo de que un familiar superara una grave enfermedad, y se lo concedió. También concedió trabajos a parados, la casa a quien la necesitaba, hubo reconciliaciones familiares… El veterano árbol había concedido todos los deseos. Todos menos uno: que su hija Sara consiguiera ser madre. Tal vez porque nadie se había decidido a colgarlo de sus ramas. Hacía una década que lo deseaba más que nada en el mundo, pero el médico le había dicho que nunca podría tener hijos por un problema de salud, así que ningún miembro de la familia se atrevía a pedirle al Árbol de los Deseos que Sara se quedara embarazada, como asumiendo que simplemente era un imposible.

Ese año ella lo había pedido. Fue casi un impulso, una tontería, pero lo hizo. Estaba arreglando el salón, se quedó mirando el árbol cargado de sueños escritos en pequeñas cartulinas doradas y plateadas y pensó que tal vez su hija Sara nunca se había quedado embarazada porque nadie se lo había pedido al milagroso árbol. Escribió su deseo en secreto, como si estuviese cometiendo un pecado: «Deseo que mi hija Sara sea madre». Luego lo colgó en la parte de atrás, de cara a la pared, escondido, donde nadie pudiera verlo, y encendió una vela azul a los pies del recién nacido, como mandaba el ritual.

Suspiró una vez más y, antes de guardarlos en su caja de bombones, uno a uno los fue cogiendo del árbol y los leyó para sí. «Deseo que mi empresa me traslade a mi ciudad»; «Deseo salud y prosperidad para toda mi familia»; «Deseo aprobar este año la selectividad»; «Deseo que mi hermano encuentre trabajo»; «Deseo que mi amiga halle la felicidad y la paz»; «Deseo que mi tía salga bien de su operación de cadera»; «Deseo…». Sonrió al ver la tierna letra de uno de sus nietos: «Querido arbo, quiero que mama y papa siempe sean felises». «Qué familia más linda tengo», pensó.

A punto de bajarle los brazos al árbol para que cupiera en su caja, sonó el teléfono.

––Hola, hija ––dijo cuando descolgó al ver en la pantalla de su móvil la foto de Sara––. ¿Qué haces llamándome antes de irte a trabajar? ¿Va todo bien?

––Sí, creo que sí.

–– ¿Cómo que crees que sí? Dime, ¿qué pasa?

––No te lo vas a creer… Acabo de hacerme unas pruebas de embarazo y…

–– ¡Dios mío, estás embarazada! –– exclamó la madre sin poder contener la emoción––. Pero… ¿estás segura?

––Me la he hecho tres veces, ¡tres! En todas, dos rayitas; eso es que estoy embarazada, ¿no?

––Madre mía, madre mía… Claro, sí, sí, es positivo. Pero si tú no podías…

––Ya lo sé, pero lo estoy, mamá, voy a ser madre. No me lo puedo creer, estoy tan nerviosa e ilusionada…

––Felicidades, cariño, lo has conseguido.

––Tengo que irme a trabajar, nos vemos después.

––Claro, luego lo celebraremos como se merece. Ay, qué emoción, verás cuando se lo diga a tu padre. Hasta luego, hija.

––Hasta luego, mamá.

Con lágrimas en los ojos y temblando de emoción decidió guardar el árbol en su caja. Pero al bajar una de sus ramas se dio cuenta de que aún colgaba, muy escondida, una tarjeta. Antes de meterla en la caja de bombones leyó: «Deseo que mi hija Sara sea madre».